EDITORIAL
28.09.2009
LOS ALEMANES dieron ayer la victoria en las elecciones a la canciller Angela Merkel. La líder de la CDU ha visto revalidada en las urnas su gestión al frente del Gobierno de gran coalición, pero también su apuesta de Gobierno con los liberales del FPD -los grandes triunfadores de la jornada electoral-, ya que los alemanes han dado una clara mayoría parlamentaria a estos dos partidos de centro-derecha. Los socialdemócratas del SPD han cosechado el peor resultado de su historia, desbordados por el crecimiento del partido de La Izquierda. Alemania ha estado gobernada durante los últimos cuatro años por una coalición de los dos grandes partidos mayoritarios, la CDU y el SPD. Ambas formaciones han dado muestras de una gran responsabilidad para con su país, incluso en la campaña electoral, en la que no se han producido descalificaciones entre los dos principales aspirantes a la cancillería. El candidato socialdemócrata, Steinmeier, ministro de Exteriores y un político pragmático, ha pagado los platos rotos del Gobierno de concentración, ya que sus electores han huido hacia el partido más izquierdista de Oskar Lafontaine, el ex ministro de Finanzas que dejó el SPD y ahora se cobra la venganza.
Era bastante previsible que Merkel -a pesar de que la CDU experimenta un descenso de votos en relación con las pasadas elecciones- iba a ser la gran beneficiada en las urnas de la experiencia de la gran coalición, habida cuenta, además, del liderazgo internacional que ha ejercido durante la crisis. Sus últimas actividades de la campaña fueron la Cumbre de la ONU y la reunión del G-20 en Pittsburgh. Es indudable que la canciller se ha consolidado como un importante polo de atracción para el centro-derecha europeo. El histórico éxito de los liberales -un 14,5% de los votos- también se debe en parte a la apuesta clara y explícita que hizo Merkel durante la campaña electoral, pidiendo el voto para acabar con la gran coalición y gobernar con la formación de Guido Westerwelle -un político que rompe moldes y no oculta su homosexualidad ni a su pareja- que vuelve al poder después de once años.
Aunque los alemanes no han mostrado un entusiasmo especial por acudir a las urnas -la participación ha descendido en relación con las de 2005- las elecciones celebradas ayer tenían la virtualidad de ser las primeras generales en un país europeo importante desde el estallido de la peor crisis económica de las últimas décadas. De esta forma, los comicios suponían todo un test acerca de las políticas que los ciudadanos consideran más adecuadas para combatir la recesión y volver a la senda del crecimiento.
En este sentido, los votantes alemanes han hablado bastante claro, dando su confianza a dos partidos, la CDU y el FPD, que llevaban en su programa electoral una bajada de impuestos, más drástica en el caso de los liberales, cuya prioridad, según dijo su líder ayer en la celebración de la noche electoral, será aliviar la presión fiscal sobre las familias. El caso de Alemania viene a demostrar que, en contra de lo que sostiene el Gobierno español, subir los impuestos no es inevitable para hacer frente a la crisis. Los primeros europeos que han tenido la oportunidad de pronunciarse en las urnas han dado el triunfo a los partidos que propugnan rebajas fiscales. En España, el líder del PP quiere seguir la senda de la canciller y ayer, en un multitudinario mitin en Dos Hermanas, la cuna del socialismo andaluz, arremetió contra Zapatero por «mentir» diciendo que la subida de impuestos es «solidaria». E incluso tuvo un guiño populista, diciendo que aumentará hasta «el IVA de las chuches», cuando un niño se subió al escenario. Una escena probablemente prefabricada y muy alejada del estilo Merkel.