18 de Diciembre de 2.010
El autor, en Bryant Park, New York, Abril, 2010 |
En el Parque Bryant huele a libro.
Lo saben las platabandas y los arriates,
las hojas de los árboles de Abril
y los taxis de Nueva York amarillos.
También los rascacielos,
y las sillas y mesas verdes
que a miles abarrotan cuanto miro.
Sentado en una de ellas,
ahí estoy, solo, con mi portátil,
mientras escribo y escribo.
Hace tiempo ya de aquello,
pero aún lo recuerdo
como se recuerda a un amigo.
El Parque Bryant es una gran
caja con paredes de aire
que tiene por tapa y broche
la biblioteca pública de los neoyorkinos.
A sus espaldas se abre el Parque,
custodiado por los rascacielos,
que hacen guardia
como centinelas de castillo,
donde son caballeros los libros,
damas son las estanterías
y reyes absolutos los títulos.
En el Parque Bryant huele a libro.
Id a comprobarlo cuanto antes.
Escoged primavera,
cuando florecen allí los lirios
y trae el viento efluvios de verso,
y aromas de prosas.
E invisibles páginas
vuelan imaginarias
por el cielo de tus sentidos.
En el Parque Bryant huele a libro;
no a tinta fresca o a imprenta.
Es un olor interno, más grato
que el de la albahaca, el romero o el tomillo.
Es el aroma esencial,
la sutil presencia de todo lo escrito,
que allí mora o duerme
el sueño inmortal de lo eterno
que ha encontrado el hombre,
soñando la selva prohibida de lo infinito.
En el tren Madrid-Murcia, 13,04 horas
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