Fernando Jáuregui
jueves, 10 de septiembre de 2009, 13:29
¿Está Zapatero capacitado para gobernarnos? Es una pregunta que circula con insistencia en cenáculos y mentideros. Escuché este miércoles la exposición de Zapatero abriendo el debate sobre el estado económico de la Nación. Jamás es autocrítico, pero ahora estuvo menos triunfalista; estuvo algo mejor en su segunda intervención, como suele ocurrirle casi siempre. Procuró presentar los mejores perfiles de la situación, pero nos dejó la sensación de que el sufrimiento de parados y pequeños empresarios puede aún durar mucho más. En contraposición, por cierto, con las administraciones públicas (y, por tanto, con los funcionarios), que se benefician, hasta cierto punto, de las inversiones del Estado, aunque es posible que se intenten congelar sus salarios.
Zapatero dice que lo peor de la crisis ha pasado, aunque son muchos los españoles que, al margen de las cifras macroeconómicas, temen que lo peor está por llegar para ellos. Y el propio presidente del Gobierno admite que, durante un largo período, seguiremos sufriendo el desempleo y la destrucción del tejido empresarial.
ZP no pareció convencer demasiado a los distintos grupos de la Cámara, ni siquiera a aquellos de la izquierda y nacionalistas que, en principio, podrían ser sus valedores ante el debate inminente sobre los Presupuestos -especialmente austeros, anunció- de 2010. Pero es que resultaba difícil convencer a nadie, cuando la propia futura ley 'estrella' de economía sostenible es un magma relativamente inconcreto, aunque algo más precisó en esta ocasión, y cuando aplazó detallar qué impuestos suben, y cuáles bajan, ante el nuevo curso fiscal.
Puede que lo peor de la crisis haya pasado para otros países europeos, pero no aquí y ahora: ¿cómo convencer de esa mejora a unos parlamentarios que esa mañana acababan de leer en los periódicos titulares como "España, en la cola de Europa en educación y competitividad", o "la pérdida de competitividad en España amenaza la recuperación"? ¿Cómo convencer de esa mejora a los casi dos mil nuevos desempleados que genera cada jornada?
La respuesta de Rajoy fue contundente, muy centrada en lo que Zapatero quería evitar: los errores, contradicciones y medias verdades que la teoría económica gubernamental sobre lo que hay que hacer para atajar la crisis económica ha registrado en los últimos meses, especialmente en las últimas semanas. Lástima que el líder de la oposición, cuyos diagnósticos parecen en principio acertados -los errores del Ejecutivo son demasiado obvios como para no detectarlos--, no ofrezca un ramillete de soluciones propias en cada una de sus intervenciones para contrarrestar los titubeos del equipo de ZP: no vale decir que la oposición no tiene por qué presentar sugerencias, lo que equivaldría a renunciar a la crítica constructiva.
Quedaron claros, en todo caso, algunos puntos inquietantes: todos, comenzando por ZP y Rajoy, hablan de pactos, pero ninguno parece quererlos -excepto, claro está, los españoles en una abrumadora mayoría; pero eso ¿les importa a los que hablan desde el atril del hemiciclo?-. No pueden darse solamente pactos parciales, en educación y en temas energéticos, cuando la crisis es global y contundente. No puede ofrecerse, en el caso de Rajoy, una mano tendida con condiciones previas: que no suban los impuestos, así, sin más. Para seguir con el diálogo de sordos, mejor que no se reúnan en La Moncloa.
La impresión que recogí entre los comentaristas que acudieron a escuchar en vivo el debate, impresión que comparto, fue la de que el avance, en los temas que angustian a los ciudadanos, ha sido escaso. Cierto que no se puede acusar a Zapatero de no haber sugerido, que no concretado, algunas nuevas ideas. Incluso se puede vislumbrar una discreta retirada en medidas anunciadas a bombo y platillo cuando dijo que "deberemos ir reduciendo paulatinamente los gastos extraordinarios y los estímulos fiscales que hemos puesto en marcha con la crisis".
Pero da la impresión de que el dinosaurio de la crisis, al despertar del sueño de que nada pasaba, sigue ahí. Y que lo peor -que también estaba ahí- estaba ocurriendo precisamente cuando desde La Moncloa se trataba de tranquilizarnos diciendo, primero, que no había crisis y, después, minimizándola todo lo humanamente posible. Y eso, lo mismo que la sensación de que mucho hablar de pactos, pero poco suscribirlos, contribuye poco a esa confianza ciudadana que es la base -mucho más que la recuperación del sector inmobiliario... y del financiero- del camino hacia el fin de la crisis. De la maldita crisis.
Y esa es la esencia de la cuestión, el meollo. La desconfianza de los españoles en su clase política, en general, y en sus actuales gobernantes, en particular. El desgaste del Ejecutivo es patente, y me parece que se ha acentuado no poco este verano. Hemos escuchado muchas conversaciones preguntándose si Zapatero está capacitado para gobernar. Confieso que carezco de una respuesta concluyente, todavía, aunque mi desazón aumente casi cada hora: este Zapatero no es, obviamente, el entusiasta idealista, con dosis excesivas de ambas cosas, de 2004. Es más pragmático, sonríe menos y sigue apostando fuerte. Ni estoy convencido, contra lo que algunos indecisos dicen, de que corramos el riesgo de salir de Guatemala para ir a Guatepeor, aunque tampoco me atrevo a asegurar lo contrario.
Me parece que comparto ese desconcierto con muchos, muchísimos, compatriotas. Pero sí estoy seguro de que el sendero hacia la recuperación del bienestar y la seguridad está mucho más en el acuerdo que en el disenso -¿cómo pactar el futuro si ni siquiera hay acuerdo en el análisis de las cifras puras y duras?-, en la flexibilidad que en la rigidez. Y en el abandono de viejos esquemas, porque se abre un mundo nuevo ante nosotros y, quizá por primera vez en los últimos treinta y cuatro años, somos conscientes de ello. El debate de este miércoles ni se centró en el acuerdo, ni en la flexibilidad, ni en las nuevas fórmulas: fue un acto parlamentario más, en el que a todos les faltó el valor de romper con los viejos esquemas y asumir la nueva era. Otra vez será: ¿tal vez en el próximo encuentro entre Rajoy y Zapatero en La Moncloa? El escepticismo creciente al que me he referido ya me lleva a dudarlo...
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