Leido en La Nación:
El miedo de Zapatero y el temor a Rajoy
Pedro-Juan Viladrich
Bajo la superficie, donde fluyen las corrientes profundas, se está formando un inquieto flujo. En la superficie, todavía, mucho electorado parece anclado, al modo futbolístico, en la dicotomía "nosotros y ellos". Ancha manga a las estupideces que hagan los nuestros, porque para eso son "los nuestros". Venda y tapones para no ver ni oír las sensateces que propongan ellos, porque -¡Faltaría más!- son "los otros" y no "los nuestros". De este prejuicio paralítico vive impunemente la ineficacia, la incompetencia y la corrupción de la casta de políticos profesionales. Pero, con especial responsabilidad el actual Gobierno. Utilizando al máximo esa anestesia del prejuicio "los nuestros y ellos", el Gobierno usa los "medios" para crear una escena virtual -los brotes verdes, lo peor ya pasó, somos la "championslig", somos los paladines de los pobres y se van a enterar los ricos, el dictamen del órgano consultivo son varios, y resto de perlas- que ése sí es un fumadero de opio para el electorado cautivo.
Pero la realidad real es otra. La decadencia económica es la realidad pura y dura. Y esta decadencia va alcanzando tales proporciones, en profundidad y prolongación de la sima, que puede conmover aquella cómoda parálisis de "los nuestros y ellos" hagan lo que hagan. La hipótesis de bancarrota del Estado y de ruina prolongada de nuestro tejido industrial, con altísimas y estancadas tasas de paro, son las fuentes de la corriente profunda. Ya no sería la simpatía ideológica y partidista -el prejuicio paralítico- sino el choque con la cruda realidad del empobrecimiento masivo, la clave de los movimientos subterráneos. Comienza a extenderse la convicción de que Zapatero está superado por la dinámica de los acontecimientos, carece de experiencia y capacidad para solucionar la situación. Y lo que es peor -la puntilla-, que tiene una manera de ser y obrar que le impide cualquier realismo, justamente el que ahora se requiere. Tiene una impotencia endógena para reconocer, una patología constitutiva para transferir culpas, un exceso de frívola arrogancia para formar un equipo de personalidades competentes e independientes de su personalismo, una excesiva obsesión cortoplacista y electoralista. Demasiada ideología, sólo digerible en una situación económica y social de bienestar, vino y rosas. Demasiada propaganda y eufemismos, hasta el extremo de creerse sus propios engaños y manipulaciones, con histérica represión de personal y opiniones discrepantes. A aquellos de "los suyos", los históricos de mirada a más largo alcance que el día a día, les ha empezado a entrar el temor de que Zapatero, más que arruinar al país, arruine la permanencia del partido en el poder. Palabras mayores. Flujos que, tomándose ahora las vacaciones estivales, esperan si en otoño amaina o empeora el temporal para proseguir subterráneos o aflorar a superficie.
Una sorprendente queja en los flujos subterráneos, paradójica coincidencia entre sectores veteranos socialistas y populares, es que Rajoy no es mejor. ¿Para qué y hacia donde -dicen- mover ficha, si todo es lo mismo? La queja es explicable entre socialistas de curriculum, porque al fin y al cabo son socialistas y la queja no es sino trinca y anatema que les justifica no moverse. Y la misma queja, entre algunos populares, es igualmente explicable, aunque por motivos diferentes, si tenemos en cuenta que Rajoy ha de confirmar su liderazgo, precisamente entre los suyos, mediante las gallegas, las europeas y las que vengan. Pero, al margen de las oscuridades intencionales de unos y otros, tengo el pálpito que unos y otros ya no se hablan y se preocupan desde "los nuestro sy ellos", sino desde el temor a que la crisis económica les devore a todos.
N o obstante ciertas verosimilitudes, Rajoy es distinto a Zapatero. Lo que pasa que tiene que demostrarlo de inmediato. Si no ahora, que ya es julio y agosto, de inmediato retomado septiembre y el curso. Y ¿qué tiene que demostrar?
Primero: que no juega el mismo tipo de liderazgo personalista, de diseño y con su banquillo de fieles canteranos del partido, intentando contraponer a los ojos verdes la barba mejor perfilada, corbata frente a corbata, eslogan contra eslogan, fraseologías y luego a descansar. Lo fuerte de Rajoy no es ir de líder guaperas. Lo fuerte de Rajoy sería ir de entrenador -como Aragonés o Guardiola- de un equipazo de personalidades "balones de oro", experiencia y currícula indubitados, en las áreas de las que auténticamente depende el nuevo modelo económico, la eficiencia probada y, en consecuencia, la confianza. La confianza, la confianza..., esa es la palabra. La confianza en que con "este equipo, sí".
¿Sabrá Rajoy ser cabeza de un gran equipo -con seis o siete Pizarros- en Justicia, Educación, Economía, Hacienda, Ciencia e Innovación, Interior, más Política exterior? ¿Podrá añadir una reforma tan contundente como nueva, ilusionante e integradora de fuerzas, que fije lo común y lo diverso de nuestra identidad nacional y nuestra organización política territorial con real lealtad y futuro?
Porque Rajoy -en vez del frívolo y falso "proceso de paz" con una confederación de diseño de adolescente ideológico, suspenso en nuestra historia y hecho a traición ladina de la Constitución- lo que tiene que mover, aprovechando el horizonte de decadencia social y económica, es la jerarquía de objetivos políticos de algunos partidos nacionalistas. Y tiene que moverles a que sitúen, en vez de la primacía del independentismo, la coincidencia en el modelo de persona y sociedad, el modelo económico y social, y el modelo de libertades, iniciativa privada y presencia de lo público, respeto al Estado de Derecho y formas sería y frescas de servicio al bien común del conjunto de España y de sus partes históricas reales. Así pues, de Rajoy, "unos y otros" dudan si tendrá dentro ese doble y fuerte impulso político. Formar ya un gran equipo de gobierno y embarcar a los nacionalistas catalanes y vascos a una conjunta operación nacional.