Como Elvis Presley, como Jimmy Hendrix, como Jim Morrison, Jackson ha muerto a tiempo para alimentar un mito que probablemente nunca se extinguirá. Era «el legendario rey del pop», como dijo su hermano al hacer público su fallecimiento, y, por encima de ello, el último mito del siglo XX.
Podría decirse metafóricamente que el siglo pasado se acaba con la muerte de un artista que llevó la lógica del espectáculo hasta sus últimas consecuencias: hacer de su persona la más fascinante de sus creaciones.
Jackson creaba, cantaba, bailaba, actuaba ante la cámara con una naturalidad innata que despuntó a sus primeros años de edad. Empezó como cantante de los Jackson Five junto a sus hermanos. Logró vender más de 700 millones de discos y consiguió 13 premios Grammy. Su albúm de mayor éxito, Thriller, batió todas las marcas con más de 100 millones de copias.
Jackson es, sin duda, un icono de una industria del disco que ya no volverá. Las descargas en internet hacen imposible alcanzar esas cifras de venta de los años 80, su década dorada, cuando era un artista aclamado en los cinco continentes.
Elvis Presley fue, sobre todo, una estrella americana de los años 50. Pero Jackson fue un ídolo planetario gracias a la extensión de la televisión, que destruyó su intimidad pero le convirtió en una celebridad global.
A pesar o gracias a su excentricidad, Michael Jackson creó un estilo que fascinó a millones de personas en todo el mundo que cantaron sus canciones o bailaron los pasos de sus videoclips. Y ello se produjo por su extraordinario talento, que ya brillaba sobre el resto de su familia cuando fichó para el sello Motown cuando todavía era un niño.
Como todo gran creador, Michael Jackson tenía un lado sombrío que le venía de la infancia y, concretamente, de las difíciles relaciones con su padre. Él mismo confesó que nunca se sintió niño, lo que explica por qué se refugió muchos años después en Neverland, que era un parque de atracciones más que una casa.
Su declive comenzó en 1993 cuando fue acusado de abusos a menores, lo que provocó que se tuviera que sentar en el banquillo, aunque fue absuelto gracias a sus caros abogados y a la ingente fortuna que se gastó en comprar los silencios de algunas familias.
El paso del tiempo relegará al olvido sus miserias, pero engrandecerá su legado artístico. Nadie mejor que Jackson simboliza la música de finales del siglo y la estética de esa época que forma ya parte de nuestro pasado más cercano.
Jackson se había casado con la hija de Elvis Presley y había comprado los derechos de los Beatles, embargados luego por un banco. Los tres nombres simbolizan una cultura que cambió el mundo y marcó a las dos generaciones nacidas después de la II Guerra Mundial.
Empeñado en ser lo que no era, transformado su cuerpo por la cirugía, afectado por insoportables dolores de espalda, el espejo había dejado de reflejar la figura del Peter Pan adolescente que siempre cultivó. Eso tal vez lo mató.
Como sucede con todos los mitos, las circunstancias de su muerte alimentarán la leyenda. Michael Jackson se ha ido a tiempo de un mundo en el que empezaba a ser viejo y cuya música evocaba un pasado que no volverá. Permanecerá en el recuerdo de millones de personas que le aman por lo que fue y lo que son.
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