jueves 7 de mayo de 2009
Pero las cosas cambian en esta vida –y cada vez más deprisa- y mire usted por donde, en España ahora los precios no suben sino que bajan. Aunque las autoridades nos tranquilizan y nos dicen que una deflación duradera no entra en sus cálculos (lo cual no me tranquiliza en absoluto porque tampoco calculaban que sufriéramos esta crisis), lo cierto es que la tasa está en negativo y se espera que, al menos, continúe así unos cuatro o cinco meses más.
Existen muchas consecuencias negativas derivadas de un periodo deflacionario, pero destacaremos dos entre todas ellas. La primera de ellas está muy clara. Imaginemos que queremos cambiar la mesa de nuestro comedor porque ya está pasada de moda y, encima, cojea un poco. En circunstancias normales (inflación), en el momento en que tengamos unos ahorrillos iremos a comprarla, no sea que al mes siguiente suba de precio, pero ¿qué pasaría si supiésemos que al mes siguiente no sólo no subiría sino que bajaría su importe? Está claro: esperaríamos, ya que su sustitución no es imprescindible. ¿Y si supiésemos que a los dos meses aún sería más barata? Esperaríamos un poco más. Y así hasta que los precios tocasen fondo o... se nos cayese la mesa a trozos.
O sea, cada vez se consumiría menos, se produciría menos, habría más paro con lo cual se consumiría aun menos... y así hasta el infinito (y más allá).
Así ha ocurrido ya en algunos países desarrollados. En Japón, el salario medio sufrió el pasado marzo la mayor caída interanual desde 2002. En concreto, el sueldo medio mensual bajó un 3,7%. En el Reino Unido las cosas no van mejor: el pasado febrero, el salario medio semanal sufrió la mayor caída en 60 años: nada menos que un 5,8%. Y en Estados Unidos, en general, los sueldos se han estancado, pero en algunos estados ya comienzan a bajar y difícil es encontrar a algún estadounidense que no conozca a alguien al que le han rebajado el sueldo.
Si piensan eso de que “si cobramos menos pero los precios están más bajos, no pasa nada” quítenselo de la mente. Sí, la mesa que comentábamos al principio estará más barata y quizá las lechugas, la gasolina y los periódicos también, pero no caigan en la tentación de pensar de que les bajarán los impuestos o que el banco será tan amable de reducirle la cuota de la hipoteca o del préstamo personal, porque eso, no pasará. Estos y otros gastos fijos continuarán subiendo o, como mucho, se mantendrán. Por lo tanto, nuestro poder adquisitivo, decrecerá.
Lo malo de todo esto es que nos lleva a los mismos resultados que en el primer supuesto: menos dinero disponible, menos consumo, menos fabricación y más paro.
Como decía otro de mis compañeros, para conseguirlo, nada más fácil que por ley, todo el mundo subiese sus artículos esa cifra todos los años ¿verdad? Les aseguro que este pensamiento tan simple, lo tiene más de uno de nuestros ministros.
leido en: http://pasaramejorvida.blogspot.com/