1. Franco se sublevó contra un régimen que estimaba injusto y recibió el apoyo de una parte importante de la sociedad española, porque precisamente ella se sentía víctima de ese mismo régimen que Franco quiso combatir. No hablamos de un grupo, un partido político o unos cientos de personas... sino de millones de ciudadanos que antes del pronunciamiento militar ya se sentían apartados con violencia del sistema republicano: "media España se resiste a morir a manos de la otra media", dijo uno de sus representantes políticos en el Congreso.
2. Franco ganó la guerra y estableció un régimen dictatorial que duró casi 40 años, con el consentimiento tácito o explícito de millones de españoles y un importante reconocimiento internacional. A su muerte, fue sucedido por el rey Juan Carlos I, que previamente había recibido el respaldo de la mayoría del pueblo español a través de un referéndum.
3. El rey impulsó un cambio democrático, apoyándose en altos cargos franquistas y en el ordenamiento jurídico de la dictadura. Esta renovación también recibió el apoyo de la mayoría de la sociedad, en la que operaban simpatizantes y opositores del régimen. Tanto unos como otros coincidían en el deseo explícito de cerrar las heridas de la guerra y renunciar a cualquier tipo de revancha. Por ejemplo, los franquistas entonces en el poder admitieron la legalización del Partido Comunista y la elección como diputados de antiguos enemigos del Estado, como Santiago Carrillo y La Pasionaria. Estos, a su vez, aceptaron al sucesor de Franco y renunciaron a sus reivindicaciones republicanas.
4. Los partidos políticos acordaron una Constitución que fue aprobada en referéndum e iniciaron el que se iba a convertir en el periodo histórico más próspero de la historia de nuestro país, lo que evidenciaba el acierto pleno del propósito fundamental: establecer una verdadera democracia. Pero todo ello se hizo sobre la base de que no se removerían las aguas de la Guerra Civil, asumiendo todo el mundo que tantos uno como otros fueron igualmente culpables de los errores y los horrores del conflicto. O que, de cualquier modo, no convenía reivindicar públicamente (y menos mediante leyes) la memoria de un bando a costa de silenciar la del otro.
4. La Ley de Memoria Histórica y los intentos de borrar a Franco de nuestras calles, a la vez que se promueven los homenajes a sus antagonistas en la guerra, ha ofendido a una parte de la sociedad, concretamente a aquella que se siente heredera de los que saludaron la sublevación militar del 36 y su posterior victoria como una auténtica liberación del terror comunista. Esas personas, o sus hijos y nietos, tienen tanto derecho a que el Estado respete su versión de la Historia como las víctimas del franquismo a participar de ese régimen de libertades que, le pese a quien le pese, sigue siendo heredero del anterior. Tan es así que su jefatura está encabezada, justamente, por el sucesor de Franco. A Dios gracias, un demócrata y no un dictador.
5. Si el PSOE quiere cambiar el pacto de la Transición y retirar las estatuas y calles dedicadas a Franco, debería hacer lo mismo con las de La Pasionaria, Indalecio Prieto, Largo Caballero y demás personajes que dedicaron su vida a tratar de aniquilar a la parte de España que Franco defendió. Y del mismo modo Zapatero debería exponer abiertamente sus convicciones republicanas, para que los todos los españoles nos sentamos informados, amén de dejar de despachar con el sucesor de Franco en Marivent. Simplemente, por coherencia política. De hecho, debería exigir su abdicación o al menos convocar un referéndum para que volvamos a decidir sobre su continuidad, puesto que supongo que, para ZP y sus simpatizantes, el de 1969 estaba viciado “de facto”, al ser celebrado en plena dictadura.
6. Mi opinión: me gustaría que este país pudieran coexistir estatuas de Franco y La Pasionaria, parques dedicados a José Antonio Primo de Rivera y Julián Besteiro, colegios públicos con los nombres de Manuel Azaña o José Calvo Sotelo... todos ellos forman parte de nuestra historia, nos gusten o no. Y si, por el contrario, no somos capaces de respetar la idea del bien que cada uno de ellos procuró reportar a España, con más o menos acierto... entonces no admitamos a ninguno. Y punto. Como se puede deducir leyendo mis artículos, personalmente no creo que La Pasionaria, por citar un ejemplo repetido, se merezca los homenajes que le han brindado en los últimos años, pero creo que todos debemos conocer que existió y que luchó por lo que ella entendió mejor para España. Y que cabe la posiblidad de admitir que tuvo sus motivos para actuar como actuó. Y en tal empeño me parece razonable que se le erijan monumentos o se le dé su nombre a calles o parques. Y lo mismo, exactamente lo mismo, debe ocurrir con Franco, Millán Astray o Durruti.
¿Me he explicado mejor esta vez? ¿Son estos los razonamientos de un facha?