14 de febrero 10
La verdad –y eso lo tiene que reconocer hasta Federico Jiménez Losantos–, que ser Rey de España no es fácil. Si no hace, porque no hace, si lo hace, porque lo hace, si calla, porque calla, si habla porque habla, si recomienda por recomendar, y si no recomienda, por faltar a su deber. El Rey, y en el caso de Don Juan Carlos conseguida a pulso, tiene la «auctoritas» pero no la «potestas». Ahora pide un gran pacto de Estado entre los partidos para ayudar a España a salir de la crisis. Se le critica la oportunidad. Que si lo hace por ayudar al Gobierno de Zapatero, que si lo ha hecho excesivamente tarde, que ya era hora de que lo hiciera, o que carece de responsabilidad para hacerlo. El Rey no ha hecho otra cosa que dar voz e intención a lo que piensan y desean millones de españoles. En el PSOE, Zapatero se niega al pacto por razones ideológicas –es un doctrinario del carajo de la vela–, y María Teresa Fernández de la Vega le dedica una regañina al Rey recordándole que la búsqueda de acuerdos es función gubernativa y no soberana. En el PP, se respeta algo más la recomendación del Rey, pero se duda de su beneficio. Por su parte, el Rey ya se ha reunido con los representantes sindicales y la ministra de Economía. Piensa hacerlo con otros agentes sociales, pero me temo que las primeras reacciones de partidos y analistas políticos pueden hacer mella en su entusiasmo. Muchos comentaristas, analistas y columnistas coinciden en afirmar que los políticos hacen y deshacen a espaldas de la ciudadanía, a la que sólo respetan en los períodos electorales. Me atrevo a decir que también son muchos los comentaristas, analistas y columnistas que viven fuera de la realidad. Una crítica positiva es menos rentable –incluso en publicidad–, que una valoración negativa. Arrearle al Rey es facilísimo. Mucho más fácil que a Isidoro Álvarez, Emilio Botín, Juan Abelló o José Manuel Entrecanales. La del Rey es una autoridad sin defensa, y su papel de moderador siempre levanta ampollas o resquemores. Lo que ahora pide es unión, pero el egoísmo y los intereses de los partidos no van por ahí. Después vienen las encuestas populares y la Corona está en lo más alto de la consideración social y los partidos políticos suspenden. Pero no les importa. Zapatero, el doctrinario bobo, el que parece cada vez que acude a una reunión de dirigentes europeos que se cuela en el guateque, no puede pactar con el Partido Popular por diferencias ideológicas. Cicatero empecinamiento en pos de la ruina de España. Y el Partido Popular no quiere pactar con Zapatero porque Zapatero no puede hacerlo con los populares, y además, porque no quieren intervenir en un proceso de destrucción de empleo y de rigor que nada convendría a sus razonables expectativas electorales. Los populares sospechan que el Rey les está echando una mano a los socialistas, y los socialistas insinúan que el Rey se está entrometiendo en responsabilidades que no le corresponden. Pescadilla que se muerde la cola, que es la pescadilla nacional. No sólo que se muerde la cola, sino que se la muerde y se la come, porque el español es un depredador de sí mismo, un zapatero más, dominado por la doctrina, el dogma y en muchos casos, por el resentimiento. Para mí, que el Rey ha hecho lo que debía y en su momento oportuno. No por mejorar la imagen de la Corona, ayudar al nefasto Gobierno que padecemos o incordiar al Partido Popular. Lo ha hecho para, desde su autoridad moral, detener la caída en picado de este saco vacío de inteligencia y sensatez que responde al nombre de España.