La portada de "El Siglo", oráculo sobre
el Gobierno y el PSOE, no ha pasado
desapercibida
Ni puente ni historias. En el complejo monclovita esta semana han crujido los cimientos, o casi: han caído dos zambombazos de órdago. Empecemos por el último. Este pasado miércoles, en vísperas del puente que ha paralizado media España, Intereconomía enviaba un avance del número que Época pone este viernes en la calle con un reportaje explosivo: la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, habría hecho trampa a la hora de votar en las pasadas generales del 9-M en Valencia. Un curioso asunto que podría ser, incluso, constitutivo de delito.
Ante dicha información, la responsable de Comunicación de la Vicepresidencia Primera, Ángeles Puerta –antaño jefa de prensa del PSOE y una de las responsables de la publicación del partido, El Socialista-, llamó a todo Quisque que se hizo eco de la noticia, remitiendo notas de rectificación a todo trapo. Curiosamente, a la redacción de Época llegó el mismo documento, a través de un mensajero enviado desde La Moncloa, con una certificación censal pero sin copia de la resolución en la que los fontaneros de la vicepresidenta se escudan para justificar que habría los requisitos legales. Una resolución que, según parece, no aparece reflejada por ninguna parte en la página web del Instituto Nacional de Estadística.
En todo caso, y siendo bien pensados, se plantea la pregunta: ¿hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda en España como para que Fernández de la Vega pueda saltarse los plazos prescritos legalmente a la hora de empadronarse? ¿Usted, querido lector, o yo, hubiéramos podido hacerlo? La respuesta la conocen de sobra.
Con ser esto grave, más duro ha resultado el torpedo enviado a la línea de flotación de Zapatero por parte de El Siglo. Y es que el semanario que dirige Pepe García Abad, a los que los bien informados les atribuyen –a la revista y al director- un papel casi de oráculo respecto a todo lo que se refiere sobre PSOE y Gobierno socialista, arrancaba esta semana con una portada demoledora: Manual para perder elecciones. La foto de Rodríguez Zapatero ilustraba el titular demoledor.
"Alarma, alarma", sonó en Ferraz y La Moncloa, donde rápidamente se apresuraron a quitar hierro al asunto. "Es que Pepe está quemado porque ya no tiene la entrada que tenía en los tiempos de Felipe en el PSOE y en el Gobierno", vendían algunos de los del puño y la rosa. Y puede que sea verdad, no lo vamos a discutir. Pero ya hemos dicho lo que representa esa publicación y el papel, en ciertos círculos empresariales, que tiene.
Por cierto, que hablando de quemados, la revista Sector Ejecutivo, que dirige el bueno de Juan Comas, publicaba en febrero pasado una entrevista con el director de la Casa de Galicia de Madrid, Alfonso S. Palomares. Veterano periodista, prohombre informativo del felipismo, en los círculos madrileños se da por hecho que el que fuera uno de los hombres fuertes del Grupo Zeta –cuánta tela que cortar ahí– va a ir directamente a la calle tras la victoria de Alberto Núñez Feijóo en Galicia, habiendo disfrutado el puesto durante tres años.
Hablando de gallegos, esto va por uno que también tuvo en su momento responsabilidades en el bipartito. Visto y oído en la noche del pasado miércoles el espectáculo –no tiene otro nombre- protagonizado en 59 segundos por Antón Losada, José María Calleja y Fernando Fernández, a la sazón colaborador de la SER el primero, redactor jefe de CNN+ el segundo y columnista de ABC el tercero, así como rector de la Universidad Antonio de Nebrija.
Lo sucedido en el programa podría remitirse a lo siguiente: Casimiro García Abadillo (El Mundo), Esther L. Palomera (La Razón) y Carlos E. Cué (El País) a un lado, exponiendo sus argumentos. En la mesa de enfrente, los tres citados anteriormente, con Fernández, pequeño de cuerpo, en el centro, y a ambos lados Losada y Calleja, orondos. Cada vez que Fernández abría la boca en su turno para romper una lanza por Francisco Camps, los otros dos le interrumpían constantemente, e incluso hacían ademán de abalanzarse sobre él, haciéndole aspavientos delante de la cara. Eso, que en mi barrio se llama avasallar, sólo valía cansinos llamamientos de la moderadora, insulsa, desganada y, con perdón, más simple que una lechuga. Daba pena. Y lo peor es que no se sabe qué la daba más: un Losada repanchingado que no cabía en el traje en su papel de rompediscurso, un Calleja fuera de sí al borde de la apoplejía o un Fernández, cercado por dos armarios, del que sólo invitaba a pensar que si Camps tiene esos defensores, mejor que apague y se vaya.
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