Jesús Cacho - 26/07/2009
El señor Presidente se fue a la cama el jueves muy frustrado. Los de CEOE, unos malvados de tomo y lomo, acababan de arruinarle el plan para irse de vacaciones como un señor, con los deberes hechos, la financiación autonómica cerrada -ya saben cómo arreglamos en León los asuntos espinosos: metemos mano a la saca del dinero público y repartimos con prodigalidad- y el diálogo social encarrilado, con los empresarios domesticados y los sindicatos comiendo en su mano, según costumbre, pero hete ahí que esa noche un tal Ferrán, antes de que en Moncloa sirvan la lubina a la sal, viene y dice que rompe la baraja y que no juega, no señor, que CEOE no firma esa birria de oferta y que no hay pacto, y
Rodríguez que pierde los nervios y le recuerda aquello de usted no sabe con quién está hablando, “soy el presidente del Gobierno, que no se te olvide…”, en fin, una faena, porque eso no se le hace a chico tan pintón necesitado de unas vacaciones en paz y tranquilidad.
Pero quedaba el viernes, y ese fue su día de gloria, porque, en Palma y rodeado de sus ministros -¿alguien dijo austeridad?-, ZP se lució ante los periodistas durante más de una hora, elegante y pintón, actor consumado que tan pronto junta las yemas de los dedos, los pulgares apuntando al esternón, como abre los brazos tal que los toreros se abren de capa para recibir la pregunta tonta que me permitirá arrearle otra serie de mamporros a los de CEOE, todo a base de lugares comunes, expresiones triviales propias del vecino del tercero izquierda, que ahí está su encanto, un hombre del común, porque en él no importa lo que dice, sino cómo lo dice, con qué natural simpatía, derramando lisura y a su paso dejando aromas de mistura que en su pecho llevaba, y el presidente se gusta, se le ve feliz, se crece tanto que resulta fatuo, engreído, necio. Zapatero en el mejor de los mundos posibles: del brazo con los sindicatos y contra los empresarios, ya está, el Frente Popular versión 2009, aunque lo realmente suyo es el peronismo à la page, vieja demagogia populista con la televisión en directo: palo a los empresarios y más subsidios para los obreros en paro. ¿Cabe imaginar escenario más idílico para un radical de izquierdas como él?
Hablamos de un hombre que tiene un conocimiento muy superficial de los temas, que no mira un informe, no lee un papel -entre otras cosas porque se pasa el día colgado del móvil- y que suple sus lagunas formativas con la droga de la ideología y la muleta del eslogan. Hace escasas fechas aseguraba impávido ante uno de los grandes empresarios de este país que lo de repartir dinero a espuertas no es ningún problema y no hay que preocuparse por el déficit público, porque “ese dinero no es de nadie”. El empresario había intentado explicarle con la mayor claridad posible la acuciante necesidad de reformas de fondo que tiene España para salir de la crisis, y al final de su perorata todo lo que salió de la boca de Zapatero fue un “oye, fenomenal, todo eso que me has contado me parece muy bien, pero yo no voy a quitar derechos a los trabajadores. Eso no lo voy a hacer nunca. No quiero pasar a la historia como el presidente que acabó con derechos sociales que ha costado mucho conquistar”.
De manera que no estamos hablando de juegos tácticos orientados a garantizar la paz social, sino de principios, de ideología obrerista ancien régime. ¿Le parece al presidente un derecho a preservar la sangría que para las pymes suponen los salarios de tramitación, en los casos de despido con juez de por medio? ¿Le parece también un derecho el absentismo consentido y alentado por un sistema de bajas laborales que se han enquistado en la conciencia de muchos como “un derecho subjetivo del trabajador, que recurre a ellas como si fueran vacaciones, por ejemplo cuando juega la selección española”, en palabras del secretario de Estado de Seguridad Social, Octavio Granado, socialista de pro? ¿No se podrían arreglar estas situaciones de escándalo, que penalizan a las pequeñas y medianas empresas, las que de verdad generan empleo? Y así podríamos seguir hablando de reformas en temas de negociación colectiva, flexibilidad de horarios, etc., sin necesidad de enzarzarnos en el polémico “despido libre”.
Todos creen imprescindibles las reformas, menos el Presidente.
¿Cree el señor presidente de la nación que va a combatir el desempleo prolongando el subsidio a los parados? Los datos de la EPA conocida el viernes son lo bastante duros como para hacer aterrizar en la realidad a cualquier persona en sus cabales. Las cifras desestacionalizadas indican que se han destruido más de 300.000 empleos en el trimestre, y que el ajuste está llegando a los trabajadores llamados fijos, los que disfrutan de contrato indefinido. Vamos de cabeza hacia los 5 millones de parados. Con un déficit público que ronda ya el 10% -aunque hay quien sostiene que el real se acerca al 14%, porque hay partidas fuera del presupuesto, como el Fondo de rescate bancario-, y
con la deuda española en riesgo de acabar siendo calificada como bono basura, la sensación de desgobierno es evidente, como lo es la sospecha de que las cosas se han salido de madre y navegamos a toda máquina –con un demagogo en el puente de mando- rumbo a un periodo muy largo de estancamiento, de modo que resulta normal que el traje colectivo haya terminado por estallar por las costuras de una patronal que, por primera vez en mucho tiempo, ha sorprendido a propios y extraños haciendo gala de dignidad. Simplemente eso: dignidad y sentido de la responsabilidad.
Con un septiembre a la vuelta de la esquina que se presenta muy negro, la situación es tan delicada que cualquier Gobierno responsable podría –debería- abordar las reformas pertinentes, por duras que fuesen, sin que nadie (incluidos los sindicatos, tan generosamente regados con dinero público) pusiera objeción. Hasta Corbacho y Salgado manifiestan en privado la necesidad ineludible de esas reformas, pero el señor Presidente se niega en redondo. Para él se trata de resistir, metiendo mano a la saca del dinero público y repartiendo entre aquellos sectores afectados con capacidad de presión en Moncloa. Hasta que escampe. El último regalo: los mil millones al sector turístico anunciados en Palma, cuando la temporada ya está casi vencida. Y venga demagogia, y más frases bonitas en televisión, y más aborto, y más Gürtel… Y la oposición desaparecida en combate, porque Don Mariano, que desconfía de la CEOE casi tanto como de Moncloa, se ha sumergido de nuevo en uno de sus habituales eclipses lunares.
Para CEOE esta ha sido quizá la decisión más dura adoptada en toda su historia como patronal. ¿Aceptar lo poco que ofrecía ZP o plantarse –como a la mayoría le pedía el cuerpo- y exigir un plan de reformas en serio? Tal era la disyuntiva. Con el añadido de que, para una gran empresa, una rebaja de 2 puntos en las cotizaciones a la SS.SS. supone mucho dinero, y de ahí la tentación inicial de muchos a aceptar cualquier gabela. En lontananza, el miedo al aparato de agit-prop de la izquierda: “El Gobierno nos va a machacar en los medios, poniéndonos como los malos de la película, que si solo queremos el despido libre, que si irresponsables…” Particularmente delicada la posición de un Díaz Ferrán entre la espada y la pared de las ayudas argentinas -¡Ay, aquel peregrinaje a Moncloa pidiendo árnica!- y el miedo a que una Junta Directiva muy radicalizada, muy harta, le tumbara cualquier mal acuerdo que pudiera firmar, en cuyo caso estaría muerto como presidente de CEOE.
La patronal acaba con el discurso de Zapatero
La posición final quedó plasmada en la reunión del Comité Ejecutivo del día 15: No firmar nada que no sea bueno para la economía en general. Hay una oportunidad histórica de abordar cambios en profundidad, y no se puede aceptar cualquier cosa simplemente porque este caballero quiera hacerse la foto. “Si hay líneas rojas [las marcadas por ZP para la negociación], no habrá brotes verdes”. Hay que decir que los grandes –El Corte Inglés, Telefónica- han sabido mantener el tipo, al contrario que el madrileñeo empresarial que medra a la sombra del Gobierno y sus subvenciones, tipo Del Rivero y demás compañeros mártires. Se consuma una cierta italianización de la política española: “los empresarios vamos a empezar a actuar al margen de los políticos, que claramente no están a la altura de la gravedad de la situación o simplemente están a lo suyo”.
Grave tropiezo de Zapatero, un traspié cuya importancia se verá a partir de septiembre. Él quería “un acuerdo como sea” antes de las vacaciones, pretendía una foto gratis total, y le ha salido el tiro por la culata. A partir de agosto tendrá que comerse él solito los 300.000 parados que se esperan para septiembre y octubre, porque ya no podrá argumentar que ha hecho todo lo posible, con la ayuda de patronal y sindicatos, para mejorar la situación del empleo. La patronal se ha hecho a un lado y le ha negado la gran disculpa. Sin reformas en profundidad, hay crisis para 10 años. Y si el Gobierno no quiere hacerlas, que asuma las consecuencias. “Los empresarios no podemos ser corresponsables de las locuras chavistas de este caballero”. Sin reformas, no hay foto. Eso, y solo eso, explica el cabreo fanfarrón, la petulancia herida que el artista exhibió en Palma el pasado viernes. Al señor Rodríguez le espera un otoño ciertamente duro.
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