AL LÍDER del PP le bastó ayer una sola frase para desmontar los argumentos con los que el Gobierno pretende justificar su decisión de subir los impuestos. «Vamos a tener que pagar los errores y las gracietas de Zapatero, y eso es inaceptable», dijo Mariano Rajoy en un mitin en Pontevedra que abre definitivamente el nuevo curso político.
En efecto, el Ejecutivo tiene muy difícil explicar cómo es posible que pida ahora un esfuerzo a los ciudadanos para que se aprieten el cinturón, cuando hace sólo un mes aprobaba un costosísimo nuevo modelo de financiación con el objetivo principal de blindar sus apoyos políticos. Zapatero ha estado gastando a manos llenas el dinero de las arcas públicas, unas veces con ayudas poco maduradas y de dudosa efectividad -como la de los 400 euros- y otras haciendo guiños a determinados colectivos, como el de los funcionarios, a los que este mismo año ha vuelto a mejorar los salarios pese a la crisis.
El agujero en las cuentas del Estado parece haber despertado por fin de su sueño al Gobierno, pero pretende que la resaca que han provocado sus alegrías las paguemos todos, sin asumir responsabilidades, sin retractarse de sus ocurrencias y sin hacer partícipes de sus nuevas decisiones en política económica al resto de partidos.
Si el viernes Zapatero salió a la defensiva y con medias palabras para anunciar el aumento «limitado» y «temporal» de la presión fiscal, ayer pudo verse a un Rajoy claramente al ataque. El dirigente popular basó su discurso en dos ideas: el presidente del Gobierno no es de fiar y las medidas que anuncia ahora son «un monumento al despropósito» que sólo traerán más paro y recesión.
Estamos de acuerdo con su diagnóstico. Apretar las tuercas a las familias en las actuales circunstancias significa contraer todavía más el consumo, y eso favorece que los precios continúen cayendo y aleja a las empresas de su recuperación. Esa situación repercute negativamente en el empleo y obliga a seguir aumentando el gasto público con más subsidios.
La reacción del PSOE, por boca de su portavoz parlamentario, José Antonio Alonso, no pudo ser más pobre y demagógica. Calificó a Rajoy de «insolidario», con el argumento de que los españoles necesitan «sanidad, educación, pensiones, infraestructuras y creación de empleo», como si el PP se opusiera a ello y sólo los socialistas garantizaran el Estado del bienestar. Es el mismo discurso que los socialistas emplearon en su día para movilizar a los electores contra la llegada de Aznar al Gobierno y que luego la realidad se encargó de desmentir.
El PSOE va a radicalizar sus ataques a la oposición. La ventaja que el PP ya le saca en las encuestas y que puede ampliar debido a las medidas impopulares que el Ejecutivo está obligado a tomar como consecuencia de sus errores le empujan a ello. Pero al mismo tiempo, el hecho de que en la calle empiece a verse a los populares con opciones de gobernar obliga a éstos a presentar un programa que les confirme como alternativa. Ahí Rajoy todavía tiene camino por recorrer. Ha acertado en el diagnóstico pero no acaba de mostrar su receta para reconducir la situación y para liderar un cambio en el país. Si no ofrece un proyecto que se perciba útil, si se limita a la labor de crítica, corre el riesgo de que muchos españoles le den la espalda.
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