Por Carlos Dávila
Actualizado el 20/7/2009
Esta vez escribo para el propio José Luis Rodríguez Zapatero. Dirá que no, que él, levantando, como suele hacer, los brazos en acento agudo, nada tiene que ver con esta impresión generalizada de estado policial que hoy empieza a preocupar en toda España. "¿Que nosotros filtramos sumarios?, ¡por Dios, por Dios, qué infamia!"; "¿que nosotros regalamos a Prisa cintas y cintas telefónicas?, ¡por Dios, por Dios, qué calumnia!"; "¿que nosotros tenemos "pinchados los teléfonos de medio país"?, ¡por Dios, por Dios, qué embuste tan brutal!; "¿que nosotros ordenamos a los fiscales que se persigan a todos los desafectos?, ¡por Dios, por Dios, qué iniquidad!"; ¿que nosotros intentamos aniquilar al PP?, ¡por Dios, por Dios, qué vituperio!". "Nadie ha hecho tanto en España como nosotros por las libertades".
Pero, sin embargo, crece la sensación de que aquí, en esta España suya, de Zapatero, el Gobierno nos vigila como si todos fuéramos delincuentes. Se atosiga con los fiscales, con Hacienda, con los teléfonos, con los seguimientos, con el CNI, con las subvenciones, con las amenazas, con las presiones, con el miedo... El que se mueve no es que ya no vuelva a salir en la foto, es que se le borra por las malas de la foto. Es un estado de inseguridad jurídica, de inestabilidad personal que ahoga a todo el que se obstina en criticar a gente que, como usted, se cree llamado a mandarnos sin oposición posible y al grito de "Palo, y ténte tieso!". Ha vuelto el pánico: las madres aconsejan a sus hijos: "No te metas en más líos"; los cónyuges o lo que sean preguntan a sus respectivos: "¿Por qué tienes que ser precisamente tú?"; los amigos sugieren a sus cómplices: "Déjate de heroicidades, éstos no perdonan"; algunos directores de periódicos deciden delante de sus redactores. "Esto ya no; no podemos abrir más frentes".
España está exactamente así. No hemos llegado a la situación del cafre de su amigo venezolano que nos quiere enviar a un embajador que antes, de fiscal general, se cargaba (digo, liquidaba) a todo el que se atrevía a llamarle, por ejemplo, dictador; no, aún no estamos en eso, y espero que nunca estemos en eso, pero España es en estos momentos una cuadra pestilente en la que comen como gourmets todos sus amigos, y se quedan tísicos, en el esqueleto, como Rocinante, todos sus rivales. Claro está que usted no recordará aquello de que "España es un presidio abierto", pero algo parecido, que diría un vasco, sí que es. Produce recelo hablar por el móvil y miras atrás no vaya a ser que algún sicario te mire el culo. Es lo más parecido a un estado policial, aunque, claro está, usted cree que esto es lo mejor para todos; sobre todo para su excelencia. Por cierto, ¿sabe cómo llamaban festivamente a su Excelencia el Caudillo en el régimen en el que su padre fue jefe jurídico del Ayuntamiento de León?: "Su Excremencia"?. Pues, eso.
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