Este lunes, entre los diversos temas sobre los que hablamos
Anghara y yo en
Pontevedra, surgió el de las causas del auge del nazismo en Alemania. Lo ocurrido con Hitler es, desde luego,
un ejemplo claro de hasta qué punto una democracia se puede ir al garete bajo el empuje de los liberticidas. Eso fue lo que ocurrió en las postrimerías de la República de Weimar, cuando totalitarios de uno y otro signo se unieron para echar abajo un régimen que ya de por sí tenía bastantes carencias en términos democráticos. Para arrojar luz sobre esto, ahondaré a continuación en
un tema que ya apunté en septiembre del año pasado y sobre el que os prometí entonces que escribiría un artículo:
la estrategia de acercamiento de los comunistas alemanes a los nazis en las vísperas del ascenso de Hitler al poder.
Para saber lo que ocurrió debemos situarnos en la Alemania de entreguerras. Desde 1919 preside la República de Weimar -como jefe del Estado- Friedrich Ebert, del Partido Socialdemócrata (SPD), que ocupará el cargo hasta 1925. Desde el final de la Primera Guerra Mundial y la instauración de la República, el régimen ha vivido constantes intentonas golpistas por parte del Partido Comunista de Alemania (KPD), formado en 1918, contra los sucesivos y efímeros gobiernos de coalición encabezados por socialdemócratas, centristas y populares.
La sociedad alemana sufre una fuerte violencia política que se materializa en la creación de milicias:
las Sturmabteilung (SA) practican la violencia a las órdenes del Partido Nacional-Socialista (NSDAP) desde 1921;
el Rotfrontkämpferbund (más conocido como “Rot Front”) ejerce la violencia a las órdenes de los comunistas desde 1924; finalmente, ese mismo año se forma el
Reichbanner Schwarz-Rot-Gold (del que ya os hablé
aquí en 2007), que agrupa a socialistas, católicos del Zentrum y demócratas de otras tendencias en defensa de la República de Weimar frente a las milicias de los partidos totalitarios.
El KPD pone en su punto de mira a los socialdemócratas
Siguiendo las consignas de la Internacional Comunista (Komintern) y las afirmaciones hechas por Stalin en 1924 (“la democracia social es un objetivo del ala moderada del fascismo”, “el fascismo y la socialdemocracia no son antípodas, sino gemelos”), el Partido Comunista tacha de “social-fascistas” a los socialdemócratas y los señala como sus principales enemigos, a pesar de la creciente amenaza que representa el Partido Nazi.
El resultado de esas consignas es la ola de violencia revolucionaria organizada por miembros del KPD y por sus milicias del Rot Front en mayo de 1929 en Berlín, unos incidentes que llevaron a movilizar a 13.000 policías armados en los distritos obreros de Wedding y Neukölln tras declarar en ellos el estado de emergencia. Al cabo de tres días, el estallido rojo se saldan con 33 muertos, 200 civiles heridos y 50 policías en el hospital. A raíz de estos graves hechos, y de acuerdo con el gobierno prusiano de coalición liderado por el SPD, el comisionado de la policía de Berlín, el socialdemócrata Karl Zorgiebel, decide ilegalizar el Rot Front en la capital alemana. En mayo de 1927 Zorgiebel ya había disuelto la rama berlinesa del Partido Nazi, expulsando a sus milicias -las SA y a las SS- de las calles, una prohibición levantada en marzo de 1928, dos meses antes de que los nazis se lleven su peor derrota electoral antes de su ascenso al poder.
El KPD usa el nacionalismo para atraer a nazis a sus filas
La política de confrontación del KPD con los socialdemócratas es tal que los comunistas no dudan en aliarse ocasionalmente con los nazis en contra del SPD, a pesar de que por entonces el Rot Front y las SA ya han protagonizado encontronazos sangrientos. De 241 cuestiones votadas en el Reichstag y en el parlamento estatal de Prusia en 1929 y 1930, nazis y comunistas votan juntos en el 70% de las ocasiones. Esta coincidencia no es fruto de la casualidad. En 1919 ya se había formado en las filas comunistas de Hamburgo un grupo conocido como “nacional-bolchevique” que apostaba por sumar esfuerzos con las fuerzas burguesas en la denuncia del Tratado de Versalles, que sometió a Alemania a fuertes indemnizaciones por la Primera Guerra Mundial.
En 1923, el dirigente comunista ucraniano Karl Radek intenta convencer a la Komintern de tomar el ejemplo del fascista alemán Albert Leo Schlageter, fusilado ese mismo año por cometer actos de sabotaje contra las fuerzas de ocupación francesas en la región alemana del Ruhr. Radek pone a Schlageter, convertido en un mártir por los nazis, como un ejemplo de compromiso con una idea: que la amplia mayoría del sentimiento nacional de las masas no se debe al capital, sino que pertenece al terreno del trabajo: “la insistencia en la nación en Alemania es un acto revolucionario”, señala Radek a la Komintern.
En agosto de 1930 la idea fructifica con fuerza: el Comité Central del KPD adopta su primer texto programático desde el publicado en su fundación, y lo hace bajo el título de
“Programmerklärung zur nationalen und sozialen Befreiung des deutschen Volkes” (declaración programática para la liberación nacional y social del pueblo alemán). En él,
el KPD afirma que “el éxito parcial de la propaganda nazi es el resultado de doce años de la política traidora de la socialdemocracia”, una traición que los comunistas explican en la “entrega total a los imperialistas”, citando a Francia y Polonia, los países más beneficiados por la derrota alemana de 1918.
El programa acusa al líder socialista Hermann Müller de ser “el agente voluntario del imperialismo francés y polaco”, y señala -en una declaración que podría firmar cualquier militante nazi- a “la paz robo Versailles” como “el punto de partida de la esclavitud de todos los trabajadores de Alemania”.
El contenido nacionalista de ese programa significa la puesta en práctica de una nueva estrategia, conocida como “Scheringer-Kurs”, dirigida a atraerse a militantes nacional-socialistas descontentos. De hecho, el panfleto intentaba presentar a Hitler como un traidor por “guardar silencio sobre la situación de la población campesina alemana del sur del Tirol, que gime bajo el yugo del fascismo italiano”. Y añade: “Hitler y su partido han vendido los intereses nacionales de las masas trabajadoras de Alemania de la misma manera a los vencedores de Versalles, al igual que la socialdemocracia alemana incesantemente durante doce años”. El manifiesto termina con gritos como “¡Abajo el fascismo y la socialdemocracia!” y “¡Viva Soviética Alemania!”.
Esa estrategia nacionalista del KPD tuvo su máxima expresión en la creación del Scheringer Staffel en Linden, un distrito izquierdista de Hannover. La unidad estaba encabezada por Richard Scheringer, teniente del ejército alemán juzgado y encarcelado en 1930 por formar parte del Partido Nazi. En marzo de 1931, tras abandonar la prisión, Scheringer vuelve a ser noticia por su paso al Partido Comunista. La mencionada unidad llega a usar uniformes de las SA adornados con símbolos soviéticos, dentro del empeño de Scheringer por atraer al KPD a nazis desencatados. El KPD usa el ejemplo del teniente ex-nazi para animar a otros miembros del NSDAP a pasarse a las filas comunistas, apelando al discurso anticapitalista común a ambos partidos.
Una moción de censura conjunta de nazis y comunistas
La deriva nacionalista del KPD llega al punto más extremo de colaboración entre las dos formaciones totalitarias el 18 de octubre de 1930, cuando el parlamento alemán vota y rechaza una moción de censura propuesta por el Partido Nazi y el Partido Comunista contra el gobierno centrista de Heinrich Brüning, que meses antes había prohibido toda muestra de simpatía en las fuerzas armadas hacia nazis y comunistas, por entender que ambos partidos buscan subvertir el estado democrático mediante la violencia para instaurar una dictadura de partido único. La víspera de la votación, el líder socialdemócrata Hermann Müller intenta tomar la palabra en el Reichstag, siendo constantemente interrumpido por el violento alboroto montado por los diputados nacional-socialistas y comunistas. El diario soviético Pravda no duda en elogiar a los nazis diciendo que su comportamiento es “mucho más proletario” que el de los socialdemócratas.
Cuando Stalin da orden a los Partidos Comunistas de aliarse con anarquistas, socialistas e incluso con la izquierda burguesa para formar “frentes populares” contra el surgimiento del fascismo (estrategia que tiene un éxito electoral en Francia y España), ya es demasiado tarde para los alemanes. El SPD se niega a colaborar en la llamada “Acción Antifascista” con un KPD que había puesto su punto de mira en los socialdemócratas durante años, llegando al extremo de apoyar a los nazis en el Reichstag. Los comunistas habían hecho lo posible por desestabilizar la República de Weimar -de lo cual sacaron tajada los nazis-. Habían ayudado al NSDAP a debilitar a los socialdemócratas y, para más inri, la estrategia destinada a atraerse a nazis descontentos a sus filas acaba en fracaso. La apuesta nacionalista del KPD no deja de ser un discurso artificial que, antes bien, lleva a muchos militantes comunistas a pasarse a las filas nazis, donde se profesa el nacionalismo en estado puro conjugado con las consignas obreristas muy similares a las del comunismo.
En las
elecciones de noviembre de 1932 el KPD alcanza los 100 escaños a costa del SPD y en plena consolidación del Partido Nazi como fuerza mayoritaria con 196 representantes. De poco le valdrá ya al KPD haber obtenido tan buenos resultados: tres meses después, Hitler se vale del incendio del Reichstag como pretexto para ilegalizar el Partido Comunista. En julio de 1933 tanto los socialdemócratas del SPD como el Zentrum y los demás partidos -a excepción del NSDAP- correrán la misma suerte.
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