Posted: 19 Feb 2010 12:19 AM PST
Aunque Aristóteles en
“La Política” escribió algunas barbaridades de gran calibre, hay algo que suscribo de su
el capítulo primero:
“el hombre es un ser naturalmente sociable”. Nuestra condición nos empuja a buscar el contacto con otros seres humanos para encontrarnos a nosotros mismos. De hecho, una de las cosas que más acusamos -de todos los males que nos visitan de vez en cuando- es
la soledad. A menudo el temor a la soledad nos lleva a no dar un paso arriesgado por temor a provocar el rechazo de los demás y a quedarnos aislados de nuestro entorno. Aunque nos jactemos de no dar importancia al
“qué dirán”, la verdad es que nos importa y mucho. Es por eso que muchas personas se pasan la vida esperando a que otro dé ese primer paso e incluso a que se sumen algunos más, antes de arriesgarse a darlo ellos.
Esta actitud ante las cosas de por sí no tiene nada de censurable. A fin de cuentas, el miedo a una amenaza es lo que nos hace precavidos. De hecho, la valentía es una virtud admirada pero que muchos no se pueden permitir, porque un acto de valor expondría a sus familias o amigos a posibles calamidades. En las situaciones de opresión o de dificultad ese escenario es el más común. En los momentos adversos es un sueño muy común pensar en un líder que nos dirija, que se atreva a dar el primer paso.
A menudo se habla de la necesidad de un líder político valiente, que tome las riendas y sea audaz, y también de líderes sociales, ya sean formadores de opinión en medios de comunicación, en movimientos sociales o en el ámbito religioso. Obviamente, es positivo que en toda sociedad haya personajes públicos que den buen ejemplo. Sin embargo, creo que a veces nos ensoñamos demasiado con la idea de una persona valiente, un héroe o una mente privilegiada que nos va a sacar del atolladero y a guiarnos hasta un paraíso terrenal. Al fin y al cabo, los líderes son seres humanos como nosotros, con defectos y debilidades. Bien está seguir el buen ejemplo de una persona virtuosa, pero sin olvidar que todos -incluso los líderes- metemos la pata con frecuencia.
Creo que en momentos de dificultad como éstos no hemos de centrarnos tanto en esperar a un líder que nos guíe como en atrevernos a dar nosotros ese primer paso. Y por supuesto, no me estoy refiriendo sólo a cuestiones políticas, y digo esto porque es frecuente reducirlo todo a una cuestión de ideologías y bandos. Hay quien da ese paso cada día, superando las dificultades más cotidianas y asumiendo retos tan difíciles como fundar y mantener a una familia. Algunos dan el paso yendo a colaborar en labores de diversa índole, entre ellas algunas muy necesarias ahora que la pobreza y el paro causan tantos estragos. Y por supuesto, hay gente que también da ese primer paso en la política, y no tiene que ser afiliándose un partido. Dar ese paso en política es, por poner un ejemplo, atreverte a dar tu opinión sobre un asunto público escribiendo una carta al director de un periódico.
Podría dar miles de ejemplos de personas que, en el fondo, son “líderes” y no se dan cuenta de ello. Se han atrevido a dar pasos arriesgados con fines muy nobles como servir a los demás, y con esto incluyo a quienes lo dejan todo cada día por mantener y alimentar a sus familias. Así que la próxima vez que alguien te diga que tu país -el que sea- necesita un líder, mírate a un espejo y piensa si, en el fondo, tú puedes dar ese paso valiente en cosas grandes o pequeñas (es muy atrevido valorarlas de una forma u otra en función de su repercusión pública, ¿o acaso es menos valiente una madre que trae a un bebé al mundo que un político que da un discurso atrevido en un foro público?). En fin, que a lo mejor tienes un líder en casa y no te habías enterado. Tal vez sea hora ya de que lo descubras y te atrevas a dar ese paso.