Publicado el 23 mar. 2010
El cuento de nunca acabar. Cultura aprueba el proyecto de Hansa Urbana para restaurar el monasterio y un inquilino exige determinados derechos
El hombre, favorecido por la existencia de manantiales, bosques y dos mares que le proprocionaban alimento, habitó estas costas desde hace 15.000 años. Restos arqueológicos demuestran que durante la cultura argárica (siglo IV a.C.) los bosques frondosos alcanzaban las orillas del Mediterráneo en el Mar Menor, y que las cabras montesas, halcones y aves de cetrería se asomaban al mar desde los acantilados de Calblanque. Antes y después, fenicios, griegos, cartagineses y romanos encendieron hogueras en este enclave sumamente estratégico, doblaron el cabo de Palos y cargaron sus naves de plata extraída de la sierra de Portmán.
La cita más antigua sobre la existencia de un monasterio a orillas del Mar Menor se remonta al siglo IV. En ella se atribuye al eremita Paulo Orosio, discípulo de San Agustín, su llegada desde África con el propósito de edificar un oratorio en el monte Miral, derivación de mineral, que aún se ven restos de ermitas, herrerías romanas y minas excavadas en sus laderas: «En la playa del mar de Cartagena, a tres leguas de la ciudad, en unos montes de gran amenidad, fundó un convento agustino fray Paulo Orosio».
El monte Miral, también nombrado cerro de San Ginés, se alza al oeste del Mar Menor, entre Alumbres, Llano del Beal y Cabo de Palos, distante unos once kilómetros del citado monasterio. Alcanza una altura de 230 metros y tiene un notable interés geomorfológico por el proceso de karstificación, mineralógico (hay criaderos de hierro y manganeso) y antropológico si se tiene en cuenta la proximidad de Cueva Victoria, en cuyo interior se han encontrado restos de excepcional interés cultural.
Con ocasión de un voraz incendio entre el siglo VIII y IX, se menciona a San Ginés y se describe el Campo de Cartagena «muy poblado de munchas cosas, e poblaciones e torres, e munchas arboledas de munchas naturas, que avía en él más de dos mil vezinos e munchos naranjales e frutales. E vn día de mannana, vn hombre pegó fuego a vn rastrojo de los que y poblauan, e de aquél pegóse a otros rastrojos, e non lo pudieron apagar, e quemó fasta çien casas, e quemó, entre hombres e mugeres e criaturas, más de trezientas personas por quanto el fuego fue de noche, el ayre era muy grande e el fuego fue a tamaño. Algunos fuyeron a San Ginés, e otros a Lorca, e otros a Todomir, otros a Orihuela, otros a la sierra)».....
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