El Ojo del farallón, detrás, la Grossa, a la espalda del fotógrafo, el Bajo de Laja. Frente a El Estacio, Mar Menor. |
El Collar del Celta, el Sueño de Naamán
Uno de los años en que Odiseo gozaba de su estancia en el palacio encantado de Calypso, en Ogigia, sucedió que su anfitriona, la ninfa de la Hesperia Extrema, fue invitada, saltando el tiempo y el espacio, a la boda de la hija del Gran Rey de Tartessos, su vecino Argantonios, gran amigo de los griegos. Su hija, llamada Irene por ese mismo gusto helénico del egregio ibero, se casaba con un príncipe celta, venido de la Hispania interior, aguerrido y valiente, cuyo padre reinaba en las tierras que con los brumosos mares del septentrión limitaban.
Calypso, que había recibido buena y esmerada educación de su familia atlántide, con sangre de Heracles, supo prepararse a modo, para cruzar el Estrecho de las Columnas, las mismas que su antecesor hincara a entrambos lados del surco que separa la Europa del África. No quiso eclipsar a la novia tartessa, con sus galas y hermosura de semidiosa, y dejó que la prometida luciera por encima de todas. Empero, se esmeró con que Odiseo sí que presentara supremacía en apostura y guapeza sobre el extranjero celta.
Con el viento favorable cruzó en nave fenicia fondeada en la ensenada ogigínea, el Estrecho y arribó a Gades, del brazo del Príncipe de Ítaca. Antes de la boda, todos los invitados pasaron a los salones, en los cuales, se mostraban los regalos que los novios se habían hecho entre ellos. A Calypso únicamente le interesó el collar que el extranjero había traído como presente para Irene: una hermosa gargantilla con siete piedras preciosas, en oro engastadas; una de cada color: rojo de rubí, azul intenso de amatista, verde de esmeralda, amarillo de raro jade, morado de ópalo, anaranjado de jaspe y el blanco transparente de un diamante, como lágrima gigante de mil caras y albos reflejos, que figuraba en el centro. Se hallaban ensartados por un hilo milagroso, extraído de las entrañas de un pez gigante de los mares hiperbóreos, irrompible. Cada gema correspondía a uno de los siete mares que circundaban el mundo. Mostrando el poderío celta fuera del Mar de griegos, fenicios y egipcios
Acaeció que Calypso se prendó al instante del collar. No quiso otro igual, que como diosa podría
Santiago Delgado
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