¡Qué preciosa frase, ésta del Quijote!: "Aún hay sol en las bardas". La dice el propio personaje casi al principio de la Segunda Entrega de la insigne novela, la que narra la tercera y última salida del Caballero, ya ascendido desde su condición de hidalgo. El Caballero de la Triste Figura.
Las bardas, esos muretes recubiertos de brozas y espinos silvestres que cercan propiedad por tantos y tantos campos de España. Es una frase de último aliento para afrontar la vida. Las bardas, de una altura como de cintura de humano honrado, recogen el sol bajo, de poniente. Y lo muestran al Andante Caballero, que lo advierte desde su ventana, y considera que aún la noche no habita su entorno. La frase es una llamada a quienes estamos en esa edad, umbral postrero de ultimidades gallardas y señeras. Como un, inesperado ya, espaldarazo de oportunidad y alcance. Nada está aún perdido para siempre, nada. No lo estará para siempre no; pero por ahora sí lo está: queda una luz que usar en las hazañas que nos traiga el camino.
La frase es un conjuro a la muerte, al final, a la rendición. El sol envía un recado de ánimo y resolución, que hay que escuchar. Don Quijote, magullado, humillado y engañado, mira el sol que reverbera débil pero bravo en esas bardas que le sirven de insospechado reloj vital. El sol ilumina toda la altura del cercado, y viste de naranja o de rosa, acaso de ámbar, a todas esas piedras de montón, malvestidas por los andrajos de los tallos silvestres y sus hojas bastardas. Y le grita al Caballero que salga a seguir desfaciendo entuertos y castigando malandrines. Nada importa la exultante juventud del Bachiller Sansón Carrasco, si no tiene arrestos para salir y arreglar el mundo. Y menos aún que haya fulgido ya el mediodía de Quijano, Don Alonso. Basta el débil sol que besa las bardas como señal para seguir andando caminos, con el riñón dolorido por los huesos de Rocinante, por las costillas maltrechas por el dormir al raso, sobre las piedras del monte o contra los troncos de rugosa olivera brava.
-Aún hay sol en las bardas –dice Don Alonso, sin énfasis alguno, que no hay aún nada de glorioso en ello; antes al contrario, únicamente promesa de nada, a cambio de acorralar la injusticia y enaltecer a Doña Dulcinea, nunca bien ponderada, y jamás a la perfección servida, ay, por su silencioso e incondicional servidor.
Ni lo enfatiza, ni lo pregunta. Lo afirma lacónica, sintéticamente, sin alharaca alguna para dejar asombrado a nadie. Y el mensaje resuena en este ahora mío, y lo registro en el magín donde mi voluntad suele proveerse de consignas y mandatos. "Aún es tiempo de tener tiempo -escucho al sol en las bardas- ensilla a Rocinante, y huye al alba de la aldea donde acaso vegeta el espíritu que un día tuviste".
-Aún hay sol en las bardas…
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