En la cara se le nota que está escuchando cantar a alguna vecina... |
Que me perdonen los feligreses de lo políticamente correcto, si el vocablo chacha no procede. Pero ahí lo dejo, porque prefiero no acordarme de la regla que lo prohíbe. La primera mujer que me amó, luego de la familia, fue mi chacha Feliciana, que sigue rogando por mí en el Cielo. "Mi Carlos V", me llamaba, ella que nada sabía de Historia, salvo que el primer Austria fue algo grande. Bueno, pues a lo que iba. Antes, las chachas cantaban por los patios de vecinos, y por las ventanas asomadas a las calles. Hoy, las chachas, seguramente más guarecidas por convenios y seguridades sociales, no cantan.
No cantan, y eso que hemos perdido todos. Las chachas sabía las coplas, y las cantaban. Las aprendían en la radio, que sonaba en algunas ventanas, cuando aún el tráfico no era el ruido dominante. Hoy sólo cantan los borrachos en la madrugada. Pero éstos también han perdido su nombre, ahora son "los del botellón" del jueves o del viernes. Pero de día, ya no canta nadie. Y es que hemos ido a peor. Las chachas eran las mejores intérpretes, porque lo hacían gratis, y se imaginaban ser ellas la protagonista de la copla. O la destinataria, mientras hacían las camas o fregaban el desayuno de los señoritos a media mañana. O zurcían calcetines. A veces decían palabras que no entendían, sobre todo en los boleros, como aquello del "palio sonrosado de la luz crepuscular", de la cursi canción aquella del cursi Sepúlveda. Pero eso era mejor. Nada más útil que el misterio para hacer respetar algo. El bolero es que era el cantar de los señoritos criollos de Sudamérica, que aún no se llamaba Latinoamérica. Y los señoritos criollos eran ilustrados todos, ridículos e ilustrados. De ahí su rico vocabulario.
La copla era más popular, y aunque su mejor escritor,Rafael de León, era aristócrata, sabía beber en la vena popular como nadie. Mejor que Lorca, que se lo dijo un día. Y Lorca tuvo que tragar, él, señorito sin título de Granada.
Hoy, las chachas son latinoamericanas. Y no cantan en el trabajo. Oyen la música en sus cascos. Y ven la tele mientras planchan. Efímera resultó aquella estampa que apenas pasó de los 60, de la chacha cantaora por las ventanas y balcones. Primero fue la radio, luego la tele, y supongo que ahora Internet. Pero todos estamos abastecidos de pinganillos de música grabada, y nadie ejercita esa finura del cantar en público, sin público explícito, que las chachas hacían gratis cuando aquel entonces que digo. Una pena que se hiciera privado el cantar en público aquél...
¡Ah, si volvieran...! Si volvieran a cantar las chachas... ¡Cuánto aprendían los niños de las chachas, por las coplas que cantaban! Ciao, perdedores.
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Santiago Delgado
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