Redacción * Publicado el 23 Septiembre, 2010
Por una plausible iniciativa de España y Libertad y Alternativa Española se convoca para el día 28 de este mes de septiembre, en Madrid (C/Velázquez 93, a las 20:00 horas), a un acto público de homenaje y reconocimiento al diplomático Ángel Sanz Briz, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, y por extensión a todos los funcionarios designados por la Cancillería de España con responsabilidad en las legaciones de toda Europa, que durante la II Guerra Mundial lograron salvar de la muerte a no menos de 50.000 judíos.
Entre aquellos diplomáticos españoles, España y Libertad y Alternativa Española quieren recordar especialmente a Eduardo Propper de Callejón, José Ruiz Santaella, Bernardo Rolland de Miotta, Sebastián de Romero Radigales, Miguel Ángel Muguiro, Julio Palencia y Tubau, José de Rojas y Moreno y Giorgio Perlasca. Al igual que Sanz Briz, Propper de Callejón y Giorgio Perlasca también fueron honrados por Israel con el título de “Justo entre las Naciones”, otorgado por el “Yad Vashem”, el Museo del Holocausto israelí, que supone la más alta distinción que se otorga a un civil que no profese la fe hebrea, que haya arriesgado su propia vida para salvar un judío.
El acto se celebrará a la altura del número 93 de la calle Velázquez, frente al que fue domicilio madrileño de Ángel Sanz Briz y donde está colocada una placa de recuerdo y homenaje.
Sin poseer la notoriedad del encumbrado alemán Oskar Schindler, pero habiendo multiplicado por cinco la lista de judíos salvados por aquél, Ángel Sanz Briz, el diplomático español que evitó la muerte de 5200 judíos húngaros durante la II Guerra Mundial, será objeto el 28 de septiembre en Madrid de un merecido homenaje por parte de los organizadores.
Nacido en Zaragoza el 28 de septiembre de 1910, Ángel Sanz Briz, habiendo cursado Derecho, ingresó en la Escuela Diplomática en 1933 y finalizó sus estudios poco antes del comienzo de la Guerra Civil Española.
En marzo de 1944 ya se columbraba que la guerra estaba perdida para el Tercer Reich. Mientras los Aliados ultimaban los preparativos para el desembarco en Normandía, los rusos avanzaban decididamente por el este.
Ante ese sombrío panorama, el vesánico Hitler, decidió invadir Hungría, el único país de Europa central que hasta ese momento no había caído bajo la férula nazi.
Al nombrar al sanguinario Adolf Eichmann como Gauleiter (Gobernador) en Hungría, el régimen nazi patentizó su decisión de implementar la Solución Final, penoso eufemismo de aniquilación, con los judíos húngaros. Estos, integrantes de una centenaria y próspera comunidad, mientras eran saqueados y despojados de sus pertenencias, fueron obligados a registrarse, a bordarse en la solapa la estrella de David, para casi de inmediato ser transportados en trenes de ganado al sur de Polonia, al campo de concentración de Auschwitz, donde serían gaseados.
Dada la premura por acelerar el exterminio, a diferencia de otros países de Europa, en Hungría no hubo guetos, no fueron necesarios.
Mientras el Gobierno filo alemán de Miklos Horthy colaboraba con los invasores, los nazis húngaros de la Cruz Flechada, consumaban despiadados pogromos y persecuciones por las calles contra los judíos de Hungría, al tiempo que instalaban campos de tránsito para concentrarlos antes de su envío a la muerte.
El cuerpo diplomático destacado en Budapest, era testigo horrorizado de los acontecimientos.
En la legación española, que no era sospechada ni mucho menos, de simpatizar con los Aliados, el encargado de negocios, Miguel Ángel de Muguiro, escribió a Madrid, reportando escandalizado, las vejaciones, palizas, registros y otras aberraciones con las que se solazaban los miembros de las SS.
En Madrid, estaban absolutamente al tanto de las intenciones del “amigo alemán” en Hungría. Un año antes, según consigna en una excelente nota Fernando Díaz Villanueva, Federico Oliván, secretario del embajador español en Berlín, había escrito al ministerio de Exteriores, pidiendo permiso para ayudar a los pocos judíos que iban quedando con vida en el Gran Reich: “Si España se niega a recibir a esta parte de su colonia en el extranjero, la condena automáticamente a muerte, pues esta es la triste realidad”. La colonia a la que se refería eran los judíos sefarditas, herederos lejanos de aquellos que fueron expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492.
Tanto Oliván en Berlín como Muguiro en Budapest habían rescatado un viejo decreto promulgado por Primo de Rivera en 1924, en virtud del cual todos los que demostrasen pertenecer a aquella Sefarad errante, obtendrían de inmediato la nacionalidad española. Ocultaban que el efecto del decreto había expirado en 1931, pero en Madrid no se acordaban y los nazis, naturalmente, no lo sabían. Muguiro se agarró a él para solicitar a las autoridades húngaras la protección de los sefarditas. El problema es que en Hungría, sefarditas, lo que se dice sefarditas, había muy pocos. "No daban ni para llenar un tren”.
Sin amilanarse, informando a Madrid del futuro aciago que aguardaba a la comunidad hebrea, usufructuando su condición de diplomático, Muguiro, intercedió a favor de todos los judíos que pudo y engrandeció su obra al apropiarse de un cargamento de 500 niños, a los que les extendió visado y envió a Tánger, salvándolos de la inexorable muerte que les esperaba en Polonia.
Este hecho y otros análogos que trascendieron, fueron los que generaron la animosidad en su contra de los húngaros y alemanes, y los que determinaron, el cese inmediato de sus funciones.
La causalidad, en nombre de la Divina Providencia, hizo que el sucesor fuera su secretario, un joven de 32 años que se llamaba Ángel Sanz Briz, un zaragozano casado con una hermosa mujer, con la que tenía una niña recién nacida.
Sanz Briz, quien estaba consustanciado con la política de Muguiro, fue nombrado encargado de negocios de la Embajada de España. Junto a un italiano llamado Giorgio Perlasca, que había combatido en la Guerra Civil, refinó y perfeccionó los procedimientos de su antecesor. La premisa era hacer lo mismo, pero con mayor sigilo y menor exposición.
Para evitar elucubraciones y conjeturas, a Perlasca lo nacionalizó español y lo contrató para que trabajase en la Embajada, donde en lugar de su primigenio nombre Giorgio, se lo empezó a llamar Don Jorge.
Entre los diplomáticos acreditados en Budapest, hubo varios más comprometidos en la salvación de vidas. Con seguridad, fueron inspiradores de Sanz Briz.
En la Embajada de Suecia descollaba, Roul Wallenberg, quien fue la tabla de salvación de miles de judíos condenados a muerte. En la de Suiza, Carl Lutz, el inventor de los salvoconductos de protección denominados “schutzbriefe”, que significaron para los judíos, certificados de vida.
Imposibilitado de informar al Ministro de sus intenciones, para no correr el riesgo de ser cesado en sus funciones, al igual que Muguiro, Sanz Briz se limitaba a detallar las atrocidades que estaban perpetrando los nazis y los vernáculos Cruz Flechada en Hungría, contra la inerme población judía.
Las denuncias de Sanz Briz, no tenían respuesta de Madrid. El silencio, interpretado por él, como haga lo que le parezca, pero no genere complicaciones, fue el acicate que necesitó para intensificar sus esfuerzos en aras de salvar la mayor cantidad posible de vidas.
Curiosamente, a Madrid, no le parecía del todo mal que los sefarditas retornaran a su patria, de la que injustamente habían sido expulsados los judíos cinco siglos antes. Los nazis incrédulos, no comprendían que la España de Franco, a la que habían auxiliado, se preocupara por unos judíos desterrados tanto tiempo atrás. Aún sin entenderlo lo toleraban. En un hecho sin precedentes, la Embajada de España en Berlín, logró sacar de Bergen-Belsen a 365 judíos que según el embajador, eran de origen sefardita, judíos de origen español.
Los nazis de Hungría, no sabían fehacientemente el número de judíos de origen sefardita, pero sabían que eran muy pocos.
Sanz Briz, conocedor de la propensión del asesino Eichmann a la molicie, le envío una carta en respetuosos términos, acompañada de una considerable suma de dinero, para que los descontrolados batallones de las SS no afligieran a “sus” judíos.
Los cuantiosos estipendios recibidos, lograron que el representante español, obtuviera el exiguo cupo de 200 personas, que eran la cantidad de sefarditas estimados en el país. Sólo podría emitir 200 pasaportes, ni uno más.
Sanz Briz aceptó sin protestar la dádiva y dio órdenes en la Embajada para preparar los salvoconductos, pero no los 200 asignados, sino todos los que fuera posible. Para ello, se valió de un ingenioso y arriesgado ardid. Ninguno de los pasaportes debía tener un número mayor al 200, pero tampoco debían repetirse. Para ello fue creando varias series que iban del uno al 200. Por ejemplo del pasaporte 80, había varios de las distintas series.
El truco era perfecto pero insuficiente. Para salvar a mil necesitaba cinco series, 2000 diez y así sucesivamente. Pasaportes con el mismo número y diferente serie eran entregados a los temerosos portadores.
A los efectos de disminuir las series, ideo aplicar el cupo otorgado por los nazis, no a individuos sino a grupos familiares, de modo que un pasaporte pudiese pertenecer a cinco o seis personas.
No obstante, el riesgo de ser descubierto por los nazis era muy grande.
Todo podía desmoronarse si un agente de la SS en un control de documentos, parase en la calle a dos portadores de un pasaporte con igual número pero de diferente serie. En virtud de ello y contemplando el hecho que los nazis advirtieran que había muchos sefarditas en las calles de Budapest, Sanz Briz, alquiló varias casas para cobijar a los judíos. Estos debían restringir al máximo sus salidas, salir un rato preferentemente por las mañanas, mientras que la Embajada se encargaría de proveerles comida y medicación, y fundamentalmente de tener alejados a los nazis de sus viviendas.
Para extremar los recaudos, Sanz Briz mandó colocar una placa en húngaro y alemán que decía: “Anejo a la legación de España. Edificio Extraterritorial”
Los judíos permanecían en sus casas hasta que Sanz Briz conseguía trasladarlos a Suiza, España u otro país en el que estuviesen a salvo.
Alrededor de 5.200 personas fueron salvadas de la muerte por Sanz Briz. Cuando regresó a España, no fue objeto de felicitaciones y tampoco de críticas. Prosiguió con su carrera diplomática siendo destinado a los Estados Unidos y durante 35 años representó a España en numerosos países del mundo y falleció el 11 de junio de 1980, siendo embajador ante el Vaticano.
En 1991 el Museo del Holocausto Yad Vashem de Jerusalén, en Israel, distinguió su acción y transfirió a sus herederos el título de Justo entre las Naciones, inscribiendo su nombre en el Memorial del Holocausto. En 1994 el gobierno húngaro le concedió a título póstumo la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara.
En el harto merecido acto en homenaje de Ángel Sanz Briz que organizan España y Libertad y Alternativa Española, que ameritaría una masiva concurrencia, se evocará al piadoso cristiano, que fue el primer diplomático que apareció en un sello de correos de España, al que los familiares de los sobrevivientes por él salvados, recuerdan con emoción por su nombre de pila, el “Ángel español en Budapest”.
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