Polikarpov I-15bis restaurado y en condiciones de vuelo |
EVA MELÚS/BARCELONA
Es 28 de marzo de 1939. Faltan tres días para que Francisco Franco proclame el final de la guerra civil. El sargento Simón Fiestas, de Terrassa, que entonces tiene 21 años, es uno de los nueve pilotos que va a entregar lo que queda de la flota aérea republicana al ejército franquista, en el aeropuerto madrileño de Barajas. Su interlocutor es el coronel Alfonso Orleans y Borbón, infante de España. “Después de hacernos formar y manifestarnos unas desagradables palabras que no vienen al caso, comprendemos y asimilamos que en este momento ha dejado de existir la Aviación Militar de la II República Española”, escribiría Fiestas en sus memorias.
Los pilotos lamentaron no haber huido a la costa de África. Habría sido fácil, pero creyeron la promesa de una “paz honrosa”. Como les pidieron, volaron sin presentar combate y con un distintivo blanco. Lo que encontraron, que fue una servilleta. En Barajas, las autoridades franquistas les arrebataron su libro de vuelo, donde figuraban todos los servicios realizados desde los primeros cursos hasta ese día. Fue una humillación y la información se usó en juicios sumarísimos por adhesión a la rebelión. “¡Como si hubiéramos sido nosotros los que nos rebelamos!”, se indigna todavía Fiestas. Algunos pilotos republicanos fueron condenados a muerte. A él solo le cayeron 20 años y una orden de destierro que le alejaba 250 kilómetros de Terrassa.
MENTE LÚCIDA / A falta del libro de vuelo, el piloto, que el 26 de febrero cumplió 91 años con la presencia de un galán de cine clásico intacta, conserva muchos recuerdos en una mente muy lúcida. También algunas fotografías que hasta ahora se habían visto en círculos reducidos y que ha cedido a EL PERIÓDICO y al Mnac para mostrarlas en la exposición Fem memòria. Casi 700 imágenes, enviadas por los lectores, se exponen en www.elperiodico.com y una selección estará del 21 al 27 de septiembre en el Mnac.
Fiestas es un mito viviente en la Associació de Aviadors de la República (ADAR), con sede en El Raval de Barcelona. A su espalda, algunos explican que derribó un Heinkel. El 18 de julio de 1936, Fiestas estaba en la estación de Terrassa esperando el tren de Barcelona con su equipo de gimnasia artística. Tenía 18 años e iba a participar en la Olimpiada Popular, la alternativa a la que organizaba la Alemania hitleriana. El himno que Pau Casals compuso para la gran inauguración, prevista para el día siguiente, no sonó. El eco del alzamiento militar en Madrid y otras ciudades llegó antes a Catalunya.
CURSOS DE PILOTO / Fiestas se alistó primero en el regimiento de esquiadores, el Pirenaico número 1 del Ejército Popular, el único que creó la Generalitat. Estuvo en La Molina y en el Pirineo aragonés, pero volvió en el verano de 1937 para las pruebas de los cursos de piloto. “De la nueva hornada, los que tenían carnet del partido comunista iban a Rusia a formarse y a los demás nos llevaron a Murcia, a la escuela de San Javier”, explica.
En abril de 1938, Fiestas se unió a la segunda escuadrilla del grupo 26 de Polikarpov I-15, que identificaba sus aviones con un pingüino. “A mí me salvó la vida darme cuenta pronto de que los alemanes y los italianos no se la jugaban como nosotros. Hacían pruebas. Si les plantabas cara, huían. Los alemanes salían de detrás del sol y te sorprendían, pero tampoco arriesgaban”.
Su estrategia acabó por no ser suficiente. Los nacionales avanzaron hasta el Ebro y aislaron Catalunya. Los aviadores, en patrullas de tres, conectaban las dos zonas evitando el pasillo nacional atravesando por mar, a la altura de las islas Columbretes. El combustible llegaba justo y la apuesta diaria fue, según Fiestas, lo más difícil de la guerra. Habla de órdenes y contraordenes; de su jefe de patrulla, Brufau, pulverizado en una misión, o de un aviador alemán con quemaduras al que visitó en el hospital después de ser abatido. «¿Si pensé qué pasaba cuando disparaba? Hacías lo que debías y la nuestra fue una guerra en inferioridad de condiciones», concluye.
Los pilotos lamentaron no haber huido a la costa de África. Habría sido fácil, pero creyeron la promesa de una “paz honrosa”. Como les pidieron, volaron sin presentar combate y con un distintivo blanco. Lo que encontraron, que fue una servilleta. En Barajas, las autoridades franquistas les arrebataron su libro de vuelo, donde figuraban todos los servicios realizados desde los primeros cursos hasta ese día. Fue una humillación y la información se usó en juicios sumarísimos por adhesión a la rebelión. “¡Como si hubiéramos sido nosotros los que nos rebelamos!”, se indigna todavía Fiestas. Algunos pilotos republicanos fueron condenados a muerte. A él solo le cayeron 20 años y una orden de destierro que le alejaba 250 kilómetros de Terrassa.
MENTE LÚCIDA / A falta del libro de vuelo, el piloto, que el 26 de febrero cumplió 91 años con la presencia de un galán de cine clásico intacta, conserva muchos recuerdos en una mente muy lúcida. También algunas fotografías que hasta ahora se habían visto en círculos reducidos y que ha cedido a EL PERIÓDICO y al Mnac para mostrarlas en la exposición Fem memòria. Casi 700 imágenes, enviadas por los lectores, se exponen en www.elperiodico.com y una selección estará del 21 al 27 de septiembre en el Mnac.
Fiestas es un mito viviente en la Associació de Aviadors de la República (ADAR), con sede en El Raval de Barcelona. A su espalda, algunos explican que derribó un Heinkel. El 18 de julio de 1936, Fiestas estaba en la estación de Terrassa esperando el tren de Barcelona con su equipo de gimnasia artística. Tenía 18 años e iba a participar en la Olimpiada Popular, la alternativa a la que organizaba la Alemania hitleriana. El himno que Pau Casals compuso para la gran inauguración, prevista para el día siguiente, no sonó. El eco del alzamiento militar en Madrid y otras ciudades llegó antes a Catalunya.
CURSOS DE PILOTO / Fiestas se alistó primero en el regimiento de esquiadores, el Pirenaico número 1 del Ejército Popular, el único que creó la Generalitat. Estuvo en La Molina y en el Pirineo aragonés, pero volvió en el verano de 1937 para las pruebas de los cursos de piloto. “De la nueva hornada, los que tenían carnet del partido comunista iban a Rusia a formarse y a los demás nos llevaron a Murcia, a la escuela de San Javier”, explica.
En abril de 1938, Fiestas se unió a la segunda escuadrilla del grupo 26 de Polikarpov I-15, que identificaba sus aviones con un pingüino. “A mí me salvó la vida darme cuenta pronto de que los alemanes y los italianos no se la jugaban como nosotros. Hacían pruebas. Si les plantabas cara, huían. Los alemanes salían de detrás del sol y te sorprendían, pero tampoco arriesgaban”.
Su estrategia acabó por no ser suficiente. Los nacionales avanzaron hasta el Ebro y aislaron Catalunya. Los aviadores, en patrullas de tres, conectaban las dos zonas evitando el pasillo nacional atravesando por mar, a la altura de las islas Columbretes. El combustible llegaba justo y la apuesta diaria fue, según Fiestas, lo más difícil de la guerra. Habla de órdenes y contraordenes; de su jefe de patrulla, Brufau, pulverizado en una misión, o de un aviador alemán con quemaduras al que visitó en el hospital después de ser abatido. «¿Si pensé qué pasaba cuando disparaba? Hacías lo que debías y la nuestra fue una guerra en inferioridad de condiciones», concluye.
***
Ja!.
Foto:
http://es.wikipedia.org
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