De noche en Avenida Acacia
Melancólica luna, de alcohol y
miel
creciente sonrisa de profidén
sideral
atenta esta noche a Venus,
cántale
que las demás estrellas le
harán las palmas.
Manto opaco de brillantes arcas
quietud sonora e intercesoria
letanía
sortilegio soluto de espumosa
nube
que rampa la nicturia por el
insolvente mundo.
Arrecido asfalto sin cantar de
ranas.
Moradas vendadas de ventanas
moradas.
Tejas rojas y amarillentas
persianas;
de par en par, unas abiertas,
otras a cal y llanto cerradas.
Y tras hiriente y desvelado
canto
de sirena anunciando basura,
son de olores que trae el
camión-cascaruja.
Ralentiza el sonar del barco
errabundo
que habita la turbia botella
de orines del vagabundo.
Así, en tu lejano y cristálido
castillo
'apelúsate' niña, duérmete ya
mi bien,
que todo son camas de plumas
con pompas de jabón
de culo en pompa y sabor a
membrillo.
Aunque nada importa si nada
hay fuera
y sólo se sepa que nadar se
sabe,
mucho mejor -para ahorrar
aliento- es callarse;
ir cerca del banco de peces
gordos, muy 'escondío'
siempre con la aleta puesta en
no ahogarse
¡Ya que aún reventaras como un
ciquitraque,
bajarán raudos la corriente del
río!
Dos enamorados velan
tu cadáver, acaramelados en el
número 28
de la Avenida de la Acacia,
pórtico E de la Gloria,
mientras los cangrejos golismean y sorben los vasos
sanguíneos
de dos ojos reventados.
Hilario Martinez Peñafiel