Considerados como los herederos de las legiones
romanas, estas unidades se basaban en la pica y el arcabuz para aplastar
brutalmente a sus enemigos.
Manuel P. Villatoro / Madrid Día 31/07/2013 - 12.35h
«
¡Santiago y cierra España!».
Estas fueron sin duda las últimas palabras que miles de enemigos de
nuestro país escucharon antes de ser masacrados por la que fue la mejor
infantería europea durante casi 150 años:
Los temibles Tercios.
Armadas con un arrojo incuestionable y una lealtad absoluta hacia su
rey, estas unidades –consideradas por algunos como las herederas de las
legiones romanas- acababan con sus adversarios lanzando sobre ellos un
vendaval de plomo y un mar de picas. [
Galería fotográfica:
Los Tercios, el mito en imágenes]
En un tiempo en que España necesitaba defender sus
territorios europeos con soldados fiables, los soldados de los Tercios
demostraron de lo que era capaz un militar resuelto y experimentado.
Así, con la Cruz de Borgoña a sus espaldas y una daga en su cinto, estas
unidades se labraron una reputación que, todavía hoy, les hace contar
con un lugar privilegiado en la Historia.
«Los Tercios Españoles eran una perfecta combinación de las
distintas unidades militares de la época, formadas por veteranos
soldados y mandados, la mayoría de las veces, por buenos oficiales.
Además, no se trataba de simples mercenarios a sueldo, eran hombres de
honor, leales a su rey y unidos por una fervorosa fe católica. Todo esto
motivaba a las tropas en el campo de batalla, lo que unido a sus
victorias les creó una gran reputación en toda Europa», señala en
declaraciones a ABC
Joaquín Blasco Nácher, presidente de la
Asociación Napoleónica Valenciana y coordinador de recreación histórica de «La fragua de Vulcano».
El nacimiento del Tercio
Para poner una fecha aproximada a la creación oficial de los Tercios es necesario retroceder en el tiempo hasta el
SXVI, momento en que cogió las riendas de España
Carlos I (V de Alemania).
Nieto de los Reyes Católicos, a este monarca se le planteó la difícil
tarea de mantener a sangre y fuego los territorios que había heredado en
Milán, Nápoles y Sicilia.
Con Francia presionando para arrebatar estas regiones a
Carlos I, al monarca no le quedó más remedio que reorganizar la
infantería española que había en estas comarcas italianas. Así,
aprestados para la defensa, nacieron los tres primeros Tercios: el de Nápoles, el de Sicilia, y el de Lombardía.
Estas pioneras unidades tuvieron desde entonces el honor de ser
conocidas como «Tercios viejos», y cada una contaba con un mando
independiente.
«En mi opinión, Carlos V creó los tercios para resolver el
problema administrativo de gestionar su instrumento militar: El número
siempre creciente de compañías sueltas que necesitaba para defender a
sus vasallos, primero de los franceses y luego contra los turcos»,
explica en declaraciones para ABC el general de Infantería e historiador
José María Sánchez de Toca y Catalá, coautor de «
Tercios de España. La infantería legendaria»
Los primeros Tercios, los «viejos», fueron los de Nápoles, Sicilia y Lombardía.
Sin embargo, como bien señala el experto español, en la
actualidad todavía existen dudas sobre el año concreto en que los
Tercios vieron la luz: «El ¿cuándo nacieron? es la pregunta del millón.
Al parecer existe una especie de instrucción del Tesoro de 1537 que
explica cómo se ha de pagar a cada hombre de los Tercios. También se
dice que una disposición imperial de 1534 redistribuyó las fuerzas
españolas destacadas desde antiguo en Italia en tres tercios, uno para
el reino de Sicilia, otro para el de Nápoles y otro para el Estado de
Milán o ducado de Lombardía, pero la verdad es que esos tres Tercios dejan fuera a Cerdeña, de la que Carlos V era también rey, y que tuvo un Tercio desde el principio.
No he visto esa disposición imperial ni conozco a nadie que la haya
visto. Probablemente la respuesta esté traspapelada en <<Simancas>>
Independientemente de la fecha, lo cierto es que estas
tropas pronto demostraron su eficacia militar y administrativa. «Al
crear los Tercios nadie pensaba en una revolución militar, que es una
expresión moderna que se aplica a casi todo. Lo que pasa es que al
agrupar compañías y darles un jefe común y permanente con atribuciones
explícitas y medios para imponer su autoridad, incluido el verdugo, se
creó una herramienta de mando que se reveló eficacísima. Los Tercios
demostraron ser una solución idónea administrativa, organizativa y de
mando, y todo el mundo procuró copiarlos. Y a ello, claro, se unió la
inmensa eficacia y calidad operativa que demostraron», sentencia Sánchez
de Toca.
En las primeras filas se situaban los arcabuceros y mosqueteros
Concretamente, la estrategia que hizo a los tercios ganarse un hueco en el tiempo era sencilla pero efectiva. «
Primero solían abrir fuego los pesados mosquetes, normalmente a más de 100 metros del enemigo.
Posteriormente disparaban los arcabuces a menor distancia y, a continuación, la gran masa de
piqueros
que avanzaban ordenadamente en cuadro formaban una barrera de hierro
bajando sus largas picas apuntando a las tropas atacantes. Eran como
gigantescos erizos de acero, madera y cuero que maniobraban en el campo
de batalla de forma aterradora. Junto a estos escuadrones de piqueros
avanzaban por los flancos las “mangas” de arcabuceros, grupos más
reducidos de soldados con armas de fuego que se disponían dependiendo de
la situación y los movimientos de las tropas», añade el experto.
Esta sencilla táctica acabó con las pretensiones de la
esquiva caballería pesada, la cual, a base de armadura y lanza, solía
aplastar sin dificultad a la infantería. La llegada de la pica terminó
con su dominio, pues, si los jinetes trataban de asaltar la formación
enemiga, se encontraban con un muro infranqueable de picas que derribaba
sin esfuerzo a sus monturas.
A su vez, los Tercios solían hacer uso de una curiosa
táctica con la que coger al enemigo desprevenido. «Lo más peligroso era
una práctica muy española, “la encamisada”,
en la que un reducido grupo de los mejores hombres perpetraban
incursiones por la noche en campo enemigo, armados tan solo con espada y
daga, sin ninguna protección, ataviados con una simple camisa blanca
(de ahí el nombre) para distinguirse de los contrarios. Estos ataques
puntuales eran muy efectivos, se trataba de sabotear los campamentos del
enemigo, “clavar” los cañones y causar las mayores bajas posibles»,
completa el presidente del grupo valenciano.
La pica, el arma básica
Con todo, si por algo se hicieron famosos los Tercios fue por su arma básica, la pica,
una extensa lanza de entre cuatro y seis metros con la que se detenía
el avance de la caballería y se atacaba a los soldados enemigos que
combatían a pie. «Los piqueros se distribuían en picas “armadas”, que ocupaban las primeras filas y llevaban más protección (casco, peto y falderas de metal) -generalmente veteranos-, y las picas “secas”,
los de las filas del fondo, peor ataviados, con poca protección y menor
experiencia en combate», añade el presidente de la Asociación
Napoleónica Valenciana.
Como no podía ser de otra forma, la vida del piquero era de las más sufridas de la compañía, sobre todo si era un «soldado bisoño»
(un nuevo recluta). Y es que, cuando un «afortunado» entraba a formar
parte de un Tercio, y a menos que tuviera experiencia con armas de
fuego, recibía un escaso adelanto de su sueldo para comprar la pica. A
continuación, y si no contaba con dinero para adquirir la media armadura
y el morrión –el casco característico de estas unidades-, era nombrado
«pica seca».
Pero, independientemente del grado que tuviera cada
integrante de la compañía, todos los soldados estaban orgullosos de
pertenecer al Tercio y poder combatir y sangrar por su rey. «El soldado
de los Tercios era admirado y temido. Y lo sabía. También eran engreídos
y pendencieros y a la menor ocasión solían echar mano del acero para
“aclarar” sus diferencias. En esto también eran muy respetados en toda
Europa, la <<“destreza española” con la espada ropera y la daga de mano izquierda era bien conocida», añade Blasco.
Última defensa
Los combatientes también contaban con una amplia selección
de armas blancas con las que, llegado el momento, defenderse en un
combate a corta distancia si la formación de picas flaqueaba. «Todo
soldado dominaba el combate individual con espada y daga.
Querría llamar la atención sobre la daga, la segunda arma blanca que
portaban los españoles y que era muy resolutiva. Esta palabra,
"resolutiva", es la que usó un coronel finlandés para hablarme del
puuko, su cuchillo nacional equivalente a la daga», completa, por su
parte, Sánchez de Toca.
La daga era una de las armas que, a pesar de su tamaño,
daban ventaja a los españoles durante el combate. Concretamente, y como
bien se explica en la sección dedicada a los Tercios del
Museo del Ejército –ubicado en el
Alcázar de Toledo-, este pequeño cuchillo solía usarse en combinación con la espada, buscando, en primer lugar,
detener las acometidas del enemigo y, en segundo término,
atacar el costado del contrario.
Armas desechadas
A su vez, y durante algunos periodos de la historia, los
Tercios hicieron uso de todo tipo de armas para el combate cuerpo a
cuerpo. «Dependiendo de la época, sobre todo en el siglo XVI había
unidades de rodeleros,
armados con espada de punta y corte y rodela (escudo pequeño de metal),
protegidos por medio arnés (armadura completa de la parte superior del
cuerpo). Los rodeleros españoles eran temibles en los choques y podían
combatir entre las filas de piqueros, así como los “doblesueldos”,
que usaban el “montante”, una gran espada con la que abrían brechas en
las líneas enemigas, pero esta arma solo se usó a comienzos del XVI y
posteriormente parece que su uso era ornamental y en desfiles», añade
Blasco.
Al final, el paso del tiempo acabó con estas unidades. «Hay
que tener en cuenta que los Tercios ocupan casi dos siglos de la
historia de España por lo que su estructura y armamento varió
notablemente desde su creación en 1534 hasta su conversión en
regimientos en 1704. En sus primeros tiempos todavía se usaban
ballestas, espadas y rodelas, pero poco a poco fue evolucionando su
estructura debido a las mejoras de las armas de fuego», sentencia el
experto.
Vendaval de plomo
En último lugar, para atacar a los enemigos a distancia y
cubrir los flancos de los piqueros se encontraban dos tipos de soldados.
«Los que portaban armas de fuego se dividían en mosqueteros -con armas de 7 a 12 kilos tan pesadas que necesitaban una horquilla en la que apoyarse- y arcabuceros,
con arma más ligera, de unos 5 kilos, que se podía disparar desde el
hombro sin horquilla. Para las armas de fuego se usaban 12 cargas de
pólvora en tubos de madera unidos a un correaje, que popularmente se
denominaban “los doce apóstoles”», destaca el presidente de la Asociación Napoleónica Valenciana.
No obstante, la diferencia, como apunta por su parte
Sánchez de Toca, se fue desvaneciendo con el paso del tiempo: «Entre
arcabuceros y mosqueteros hubo diferencia sobre todo al principio,
cuando hacia 1567 el duque de Alba bajó a las compañías los mosquetes,
un arma grande y pesada que hasta entonces solo se había usado en
defensiva y desde las murallas. Pero al correr del tiempo esta
diferencia se desdibujó: los arcabuceros, que eran la infantería ligera y
a pie, se montaron a caballo, y los mosqueteros (a los que Alba llamaba
"guarnición") bajaron de la muralla para luchar a pie con las
compañías».
Un ejército sin uniforme
En cuanto a la vestimenta, los Tercios no se caracterizaron
en su primera etapa por contar con un uniforme concreto. En la
práctica, cada soldado hacía gala de los ropajes que buenamente podía
conseguir y, únicamente después de saquear una ciudad o recibir la paga,
adquirían algún elemento para adornar su indumentaria.
En la primera etapa, los Tercios sólo disponían de un distintivo rojo
A su vez, y según se explica en el Museo del Ejército, una
de las pocas distinciones que llevaban los soldados para diferenciarse
del enemigo era una pequeña
banda roja en el brazo,
color que también solían utilizar los piqueros para forrar el asta de
sus armas. Este atuendo se mantuvo aproximadamente hasta el SXVII,
momento en el que se reglamentó un color para las casacas de algunos
Tercios.
El final de una leyenda
Pero de nada valieron las innumerables victorias de los
Tercios, pues crueles reveses como Rocroi y la falta de dinero acabaron
condenando a estas unidades. «La muerte de los Tercios tiene fecha: Murieron a manos de Felipe V,
que los disolvió y convirtió en regimientos que tenían a los capitanes
"menos sueltos" más controlados por un mando más centralizado. En mi
opinión, la sustitución no se debió tanto a mimetismo francés, espíritu
racionalizador y centralizador, como al intento de acabar con las
"plazas muertas", un arte que andando el tiempo los generales de
Napoleón llevarían a cimas excelsas», destaca, en este caso, el militar
español.
Así, la única similitud al vestir era que los piqueros no solían hacer uso de la casaca mientras que, por su parte, los mosqueteros sustituían los pesados morriones y cascos por sombreros de ala ancha. Sin duda, no hacían gala de un fino gusto al vestir, pero no necesitaban caros ropajes para acabar con losenemigos de España.
Sin embargo, si bien desaparecieron como tal, hoy en día
perduran en la memoria popular gracias a las múltiples hazañas que
protagonizaron a base de pica y arcabuz. «Aunque los Tercios murieron en
cuanto solución temporal -y muchísimo tiempo exitosa- para un problema
administrativo y táctico, su espíritu sobrevivió y perdura hasta
nuestros días en los bellísimos versos de Calderón y en las fórmulas de
las Ordenanzas de Carlos III y del primer borrador de las Ordenanzas de
Juan Carlos I. Los espíritus del Credo Legionario o la Oración de los
paracaidistas son retoños actuales del viejo espíritu de los Tercios»,
sentencia el experto.
«Los soldados de los Tercios echaban mano del acero para “aclarar” diferencias»
«Los Tercios fueron durante casi dos siglos el nervio de la
Monarquía Católica, sólo el 8% de su ejército, pero el núcleo
insustituible que resolvía la papeleta y daba la victoria. Y eso es
mucho para una nación despoblada que en aquellos siglos se impuso al
mundo y mantuvo en paz América, un continente entero, cuando más, con
menos de 4.000 soldados. Los Tercios fueron un prodigio de eficacia
organizativa. Los españoles de entonces no lo hacían tan mal: Al
contrario, lo hacían estupendamente bien», sentencia Sánchez de Toca.