Santiago Delgado
A principios de siglo VII, reinaba en Hispania, Sisebuto. Hispania seguía siendo tierra romana. Unos seis millones de hispano-romanos compartían con menos de 250.000 visigodos el territorio peninsular. Los germanos hablaban latín, y se vestían ya con la indumentaria romana, fuertemente influida por los bizantinos del sureste. Sisebuto fue hombre de letras, de armas y perseguidor de judíos. Fue amigo de San Isidoro, y éste le visitó en Toledo varias veces, y, por cierto, no le secundaba en esta última empresa. Resultado de esas visitas fue una obra del hispalense titulada De Natura Rerum, obra de carácter científico. Sisebuto le respondió con un poema de 61 hexámetros latinos, conocido como Epistula Sisebuti, en donde, en parte para atacar la superstición, en parte para estar a la altura científica de su amigo, y en parte para dejar constancia a la posteridad de su afición letrada, trató de los eclipses de luna y de sol que hubo al principio, y aun antes de su reinado. Sisebuto es ptolemaico, esto es, cree en la esfericidad de la Tierra, pero la supone en el centro del universo, con el sol girando en torno a ella.
El texto, lo he encontrado en esta dirección de Internet, en donde hay enlace a la versión francesa, de donde lo he trasladado al español, en versión libre, prosificada, naturalmente.
http://astronomicum.blogspot.com/2009/05/el-poema-astronomicum-del-rey-sisebuto.html
ASTRONOMICON (POEMA DEL REY SISEBUTO reg. 612-621)
Acaso suceda que tú[1], tendido en lo profundo de algún bosque sagrado, estés escribiendo, por casualidad, nuevos versos. Quién sabe si te hallas en medio de las rumorosas fuentes y de las harmoniosas brisas y refrescas así tu alma en las fuentes divinas de Pierio [2].
Pero, a nosotros, el peso de los enojosos asuntos nos abruma. Nos, no escuchamos sino el ruido importuno del hierro y los gritos de millares de soldados. Las arengas de los generales nos enardecen, y en el foro resuenan los clamores de guerra. Las trompetas suenan y conseguimos volar más allá del Océano[3]. El vascón desde las nieves y el cántabro en sus montañas, no nos dejan ningún reposo[4]. ¡Y es, precisamente, a Nos, a quien se nos ordena ceñir con los laureles de Febo[5] nuestra frente y trenzar, para Nos también, una corona de yedra aún más augusta![6] ¡Y es a Nos, a quien se llama para surcar con nuestras alas el aire inflamado!
El elefante, aunque tenga el andar pesado, adelantará en la carrera a las águilas de ligeras alas. La tortuga, torpe y gruesa, ganará al perro en velocidad, antes de que nuestros versos puedan elevarse hasta Febo, oh madre del beneficioso rocío[7].
Empero, sacudiéndome el peso que me encorva hacia la tierra[8], diré por qué un círculo negro se forma sobre la imagen borrosa del Astro[9]. Por qué su frente de nieve se enrojece a causa de un tinte púrpura. No, no se trata, como cree el vulgo, de una hechicera que, gritando histérica desde las oscuras profundidades de las cavernas infernales, haya arrancado a la Luna de sus moradas celestes[10]. No, la fuerza de un encantamiento nocturno… nunca fue suficiente para hacerla equivocarse por el sonido de la trompeta. En medio del cielo, y rodeada por las regiones donde la calma es tan a menudo turbada por la tempestad, ella continúa ajena a los ultrajes. Pero, cuando el ancho cuerpo de la tierra, colocado en el centro del Universo[11], intercepta los rayos del Sol, su hermano, entonces… una sombra densa se extiende sobre el pálido disco de la luna, hasta que ésta, liberándose de las tinieblas proyectadas por las rugosidades[12] terráqueas, rueda en libertad por otras partes del campo celeste y recupera los rayos de Febo.
Es plausible que no se sorprenda nadie de que el sol, nueve veces más grande[13] y más visible que el globo de la Tierra, no envuelva a este globo en una capa de luz. He aquí la razón. Ved cómo el Sol se eleva, llegando a la bóveda resplandeciente de los cielos, y ved también cómo desde lo más alto de su carro, cubre con sus rayos la masa enorme dela Tierra. Entonces, sea porque él lanza la luz desde el cenit, sea porque él lo envía oblicuamente, raseando el horizonte, la Tierra refleja una parte de estos rayos. Los otros, al no encontrar ninguna porción de globo que se oponga a su emisión, se prolongan en la inmensidad del vacío, hasta que, vencidos por la tiniebla, van a morir al infinito. Si, entonces la Luna arrea a sus fornidos caballos[14] hacia las vecindades de la Tierra, no logra recibir ya la luz de su hermano y su pálido rostro se desvanece.
Pero, ¿por qué es ella el único ser celeste que está sometido a los eclipses? Este hecho no tiene nada de sorprendente. Ella carece de luz que le sea propia. No está calentada sino por los rayos prestados. Cuando ella cae en la vecindad de un cuerpo opaco, ella se convierte en sombra y ya no es iluminada por los fuegos de su hermano.
Por el contrario, el Coro de los Astros no es en absoluto accesible a las tinieblas. Ellos gozan de un brillo que les es natural. Ellos no le deben nada al sol. Pero… ella es arrastrada en el giro de la esfera celeste, más alejada que el Sol[15]. Es lo que hace que su disco no sea eclipsado durante seis meses completos[16]. Es lo que hace que él –el Sol- describa en su curso oblicuo una línea sinuosa. Y mientras que la Luna vagabunda sigue los derroteros de su invariable trayectoria, el Sol franquea los obstáculos que se oponen a sus rayos. Él aparta el manto de la noche y lanza hacia su hermana torrentes de luz. Todo esto ocurre por una causa análoga a la que apaga, de repente, en la sombra el resplandor sagrado del Sol. La luna extiende su cuerpo privado de luz entre este astro y la Tierra, y ella intercepta sus rayos antes de que lleguen hasta nosotros.
Notas:
[1] Ese Tú es San Isidoro de Sevilla, a quien dedicó el poema, a cambio de la dedicatoria de la obra @De rerum Natura” del Obispo de Sevilla.
[2] Pierio, padre de los piérides, Rey de Macedonia.
[3] Hipérbole, para significar el punto de su ardor guerrero.
[4] Sisebuto combatió a los dos pueblos rebeldes, incluso por mar, antes de que sucedieran los eclipses motivo del tema de su composición.
[5] Febo, Apolo, dios de
la Poesía, asimilado al Sol.
[6] Su corona de rey, se vería así más augusta todavía, con la de yedra de la poesía. Es una manera de hacer ver que quien escribe es monarca.
[7] La naturaleza a contraley es un tópico amoroso, en el que el amador despechado asimila el rechazo de su amada a lo más absurdo, que Sisebuto traslada al plano poético
[8] El peso de la guerra, y en general, el que suponen todas las cargas reales.
[9] El Astro, aquí, es
la Luna.
[10] Los eclipses de principio de siglo y los de su reinado hicieron crecer entre el pueblo las supersticiones populares, propias de la paganía, en las trompetas, se decía, poseían el poder de desviar la luna.
[11] Cosmogonía debida a Ptolomeo.
[12] Hace alusión a lo imperfectamente liso de la superficie terrestre, con sus estribaciones y montañas.
[13] En realidad, el sol es, en diámetro, más de cien veces más grande que la Tierra. Sisebuto sigue a Ptolomeo.
[14] Asemeja la luna a la visión mitológica del Sol, un carro tirado por Apolo.
[15] La esfera celeste es la más alta de todas y encierra a todas las demás. La luna obedece al giro de esa esfera.
[16] La esfera terrestre, al ser responsable del giro de la Luna, hace que los eclipses no duren seis meses: medio año. En el imaginario de Sisebuto,
la Tierra estaría siempre entre el sol y la luna, pero sus movimientos son desacordes, y de ahí la irregularidad de los eclipses.
Créditos:
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