No fue por gusto, sino porque me iba de camino. Llegué de Valencia a eso de las 14:00 horas y crucé toda la ciudad desde la Estación de Sans a la Estación del Norte. Quien conoce Barcelona sabe que ese es un cruce “horizontal” de la ciudad. Aquellos fueron mis barrios durante 50 años. Y, además, era 11 de septiembre, “diada nacional de Catalunya”. Hice algunas fotos. No fue un gran día para el independentismo. Ahora les explico por qué.
En los balcones el promedio de banderas indepes no pasaba del 0’5%. Algunas banderas eran “añejas”, compradas a la gente de Gao-Ping en 2014, cuando el seudo referéndum convocado por Artur Mas, siguieron en el mismo lugar en 2017, cuando la “puigdemoniada”. Hoy están descoloridos, se intuye lo que son, pero poco más. Algunas destilan simplemente roña. Una abrumadora mayoría de balcones no lucían nada. Del “procés” no queda nada, salvo las soflamas de algunos de sus últimos mohicanos. Bastante triste, incluso para la propia parroquia indepe. Rozaron los “cielos” y ahora se han estampado con la realidad: construir una nación en el siglo XXI es tan quimérico como utilizar una Woonderwood modelo 1933 en la época de los ordenadores cuánticos que se avecina.
Decía que “yo estuve allí”. Los vi. Los tenderetes que vi desde la plaza de universidad, hasta el Arco del Triunfo estuvieron toda la mañana bajo un sol de plomo, huérfanos de gente, incluidos los de la Plaza de Cataluña. Eran como ripios de un verso ciudadano que no encajaba en la Barcelona de 2021. Por ahí dejo algunas fotos. Lo peor no era que los manifestantes fueran mucho menos que en otras ocasiones, lo peor es que el 80% de los manifestantes eran jubilados de más de 70 años, llegados de pueblo. Algunos de los autobuses que aparcaron cerca de la Ciudadela venían medio vacíos. Casi todos iban con camisetas rojas, con puño agarrando una bandera indepe, en un diseño que hubiera merecido una expulsión cum laude en una escuela de diseño. Aquella excursión dominguera era, para la mayoría de estos manifestantes llegados de fuera, como para los del INSERSO, la posibilidad de viajar “a Benidorm” una vez al año, pero en la ciudad Condal. Y ahí los podían ver en los bares regentados por chinos que se extienden entre Urquinaona y la Estación del Norte, o bien en los fast food, o haciéndose fotos en la Plaza de Catalunya. Yo me la hice junto al busto de Macià. Eran pocos y viejos. Vi a dos bajo barretinas de lana -lo juro- con aspecto de estar próximo al ictus. Alguno llevaba a su nieto de pocos años con la consabida camiseta en versión infantil y cara de “¿pero dónde me ha llevado el abuelo?”.
Pasé luego frente al monumento a Rafael de Casanova. Al detenerme en el semáforo oí a un jubilado que le decía a su mujer: “¡Que petitó!” (qué pequeño). No creo que supiera que Rafael de Casanova lucho a favor de la monarquía austriacista en la guerra de “Sucesión” a la corona de España (no en ninguna guerra de “Secesión”). Vi que las “ofrendas” de la mañana habían sido pocas y pequeñas. Pero, eso sí, cámaras había muchas. La chica de Antena 3, empezaba a estar harta: “Son las 15,15 y nadie llama”. La noticia era si alguien se liaba a hostias con alguien, todo lo demás, era aburrido: lo de siempre, pero con menos gente y más vieja.
Barcelona no vivió la “diada”, ni la indepe, ni la de la gencat, que a fin de cuentas es la misma diada. La diada “institucional” es solamente una fiesta de indepes, para indepes y en la que empieza a ser de rigor que los indepes se insulten entre sí, manifiesten sus diferencias, se desfoguen y luego para casa y hasta el año que viene. Como los judíos que han estado 2.000 años brindando: “El año que viene en Jerusalén”; en versión indepe: “El año que viene referéndum”
¿Las cifras? Nunca creí que la “diada” movilizara en sus mejores momentos, a 2.000.000 de personas. Ni siquiera a 400.000. Por tanto, la cifra que dieron los indepes de que ayer desfilaron justamente 400.000 me pareció quimérica, las de la Guardia Urbana tampoco me cuadran: no eran 106.000. La cifra tenía la bondad de ser de “seis cifras”, lo que contentaba a los indepes más realistas (a los que quiere cortejar la Colau para su “proyecto de izquierdas”) Pero no creo que pasara de 40-50.000. Es todo lo que puede movilizar el independentismo que en el último año ha sufrido erosiones por todas partes. ¿Qué les ha ocurrido?
Sencillo: que el proyecto indepe se ha “evaporado”. Era inviable y, nadie apuesta por el caballo perdedor. Ha sobrevivido cuatro años a la inercia de su propio impulso inicial, cuando ha contado con el impulso de TV3, el RAC 105, y demás. Pero todo esto también se ha ido deteriorando: pierde, globalmente, audiencias que ganan los streamings y los digitales con los que el pool mediático de la gencat no puede competir. En consecuencia: los que siguen oyendo estas emisoras politizadas por los indepes son los sectores menos dados a cambios, los jubilados.
La gencat no se ha dado cuenta todavía de lo que ha ocurrido, porque en las últimas elecciones los indepes siguieron teniendo mayoría… en medio de una sociedad en la que el 50% decidió (decidimos) no votar. La gencat ha perdido legitimidad institucional: no es la “institución de autogobierno de todos los catalanes”, sino la “institución independentista, para los independentistas”.
La gencat es un negocio para los que viven de ella y el independentismo el escudo para seguir teniendo una parroquia. Ya no hay opciones indepes: los distintos partidos indepes se pelean por el tono con el que deben negociar. Y tienen prisa, porque el día en que Sánchez ingrese en el basurero de la historia, los que vengan detrás, me temo que no van a tener piedad de lo que quede de independentismo. Y lo que más temen es que la “educación” cambie y dogmas como este de que el 11 de septiembre de 1714, Cataluña perdió su independencia, pueden saltar por los aires.
De hecho, el independentismo solamente levanta cabeza cuando el Estado Español está en crisis: si las riendas del Estado estuvieran en manos de una clase política con sentido de Estado, responsabilidad y capacidad de gobierno, el independentismo nunca habría despertado de los 40 años de letargo que tuvo desde 1936 hasta 1976.
Al aludir a la “crisis del Estado” no aludo solamente a la izquierda. Cuando la derecha ha gobernado, con Aznar o Rajoy, lo cierto es que el independentismo también ha progresado. Aznar porque necesitó en su primera legislatura a los indepes y hablaba catalán en familia y si hubiera hecho falta lo hubiera hecho en panocho y Rajoy porque no quería problemas y tendía a judicializar cualquier problema. Ahora bien, es cierto que la izquierda ha dado más chance a los indepes (desde Maragall hasta Sánchez) como resultado de su pérdida de identidad política y su necesidad de apoyos para gobernar. El PSOE, perdida la mayoría en Cataluña y Andalucía, solamente podía seguir gobernando con socios, y Sánchez como antes ZP, no supo encontrar mejores aliados que la no-España.
Aragonés es el último ejemplo de la falta de talla y liderazgo independentista: en dos días se le han volatilizado 1.700 millones de inversión y con la misma inconsciencia que ha demostrado desde que se sienta en plaza San Jaime, sigue extendiendo la barretina a ser si la izquierda española le da una limosnita, mientras que a su parroquia trata de galvanizarla con la promesa de un referéndum negociado por la independencia…
Ni se da cuenta, ni probablemente le interese que, de votar, la respuesta al referéndum sería muy negativa (mucho más negativa hoy que en 2017).
Pero ¿qué puede ofrecer el independentismo a estas alturas? Respuesta: justificar su fracaso en el ecologismo (lo del cañaveral lleno de mosquitos a preservar de la ampliación del aeropuerto es de traca), en la “lucha contra la represión” y por la “libertad de expresión” a una sociedad, que salvo los ancianos que salieron ayer a la calle, ni tiene sensación de que no haya “libertad”, ni de que exista “represión” , a la vista de que cualquiera puede quemar contenedores una semana seguida y aquí no pasa nada, se puede marear la perdiz desde hace diez años pateándose presupuesto para hacer digerible la “independencia”, mantener a una corte de parásitos en Waterloo con cargo al dinero público, comprar al peso a periodistas para que sigan manteniendo vivos en programas cada vez menos vistos y oídos, la ficción del “procés”, por no hablar del “España ens roba”, eterna cantinela de los eternos llorones.
Mirad las fotos de las manifestaciones: reconozco que algunas son patéticas. El independentismo no interesa a la gente joven. O interesa cada vez menos. La gencat estaba muy segura de que controlando la enseñanza, controlaría también la educación de los jóvenes, sin darse cuenta de que la crisis de la escuela es tal, que ya no importa el mensaje que se quiera transmitir: el sistema educativo catalán ya no es capaz de transmitir nada, convertido en una empresa de estocaje de niños y jóvenes en horas lectivas.
¿Podrán recuperarse los indepes? Lo dudo. Caer más siempre es posible. Lo peor es que, cuando mayor falta hace políticos de raza y con carácter, capaces de comprender lo que está pasando, adelantarse a algunos problemas y aplicar respuestas (porque la delincuencia es cada vez mayor, los problemas del ciudadano medio aumentan de día en día, la paz étnica es cada vez más frágil), en las instituciones autonómicas y en el mismo Estado, tenemos solamente a mediocres y a salteadores de caminos que solo aspiran a quedar bien en los telediarios para aguantar dos o tres años más y jubilarse en el consejo de administración de alguna empresa energética.
No, el independentismo no va a “revifar” (reavivarse). Ha perdido demasiados trenes. La historia nunca para dos veces en la misma obsesión. El problema del nacionalismo es que es un producto político del siglo XIX, imposible de actualizar en el XX. Los que se perdieron la “primavera de las naciones” de 1848-1871, los que se perdieron la “doctrina Wilson de las nacionalidades” (1919), los que se perdieron la pedrea que sucedió al hundimiento del bloque soviético, ya no tienen más opciones. Estamos en el XXI, aunque algunos de los manifestantes de ayer pertenecieran más al pasado que al futuro.
Ayer lo vi con claridad sentado en la terraza de un par delante de la Estación del Norte, con una cerveza en la mano, servida por pakistaní.
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