I.
Nicasio, el sordomudo,
que era el mejor pastor de Monteagudo,
cuidaba sus rebaños,
admirados de propios y de extraños,
con celo tal y con cuidado tanto,
que cada oveja suya era un encanto.
Como nadie entendía
los gestos y las señas que él hacía,
fueron huyendo de él los compañeros,
y allá en la soledad de los oteros
le quedaron por toda compañía
al pobre abandonado,
las alegres ovejas del ganado.
II.
En un día de lluvia,
una pastora rubia
de lindos ojos y turgente seno,
temblando ante el horror de una tormenta
que ya anunciaba el fragoroso trueno,
casi sin darse cuenta,
echó á correr sin tino
apartándose incauta del camino.
El pastor que la vio tan buena moza,
la insistió de mil modos
charlando con los dedos por los codos,
á que pasara á su modesta choza,
y poder evitar de esta manera
cualquier desgracia que ocurrir pudiera.
La pastora accedió; gran incremento
tomó la tempestad; fue el firmamento
por el rayo temido desgarrado,
y viéndose los dos bajo cubierta,
el pastor, asustado,
cerró de un golpe la sencilla puerta,
y á obscuras se quedaron y solitos
los pobres y sencillos pastorcitos.
Pasada media hora,
quedó de nubes despejado el cielo,
saliendo de la choza la pastora
pálido el rostro y destrenzado el pelo.
III.
Un año transcurrió; la moza astuta,
tan sagaz como bruta,
con gran desembarazo,
y llevando un zagal robusto al brazo,
se presentó ante el juez de aquel distrito,
y con rabia y encono
al pastor denunció por el delito
de seducción, abuso y abandono
cometido con ella.
Entabló el magistrado la querella,
que produjo á Nicasio gran asombro,
pero emprendió el camino del Juzgado,
y allá llegó el pastor, morral al hombro,
muy cariacontecido y asustado.
—¿Es usté el seductor de esta señora
que aquí el auxilio de la ley implora? —
Preguntó el juez al punto
al culpable presunto.
El mísero pastor de Monteagudo
que expresarse de rabia no podía,
porque el pobre tenía
en los dedos un nudo,
negó rotundamente
que él fuera el delincuente
en asunto tan grave,
después de echar un terno
y de mandar á la pastora al cuerno
(todo esto con los dedos, ya se sabe).
Al ver que lo negaba,
dijo al juez la pastora, que lloraba:
—¡Señor juez, yo no miento;
él palabra me dió de casamiento!
—Pero, hija, ¿cómo pudo
dar palabra de nada un sordo-mudo?
—Si pudo, señor juez; no sé qué enredos
hacía con los brazos y los dedos,
moviéndolos de un modo,
tan extraño y tan raro,
que yo lo entendí todo, pero todo,
como si hablara claro;
y en sus vanas palabras confiada,
á su amor me rendía enamorada.—
El pastor calculó lo referido,
y estando en escritura muy corriente,
cogió pluma y papel, y decidido
escribió ante el Juzgado lo siguiente:
—«¡Yo no le hablé de amor, ni el bajo intento
de seducción cruzó mi pensamiento!
Con los gestos y señas que yo hacia,
explicarle quería,
detalle por detalle
(que es fuerza que aquí calle),
todo lo que la hubiese á ella pasado,
teniéndola atontada la tormenta,
si otro pastor la coge por su cuenta
en rincón, como aquél, tan apartado.
Y si no quise, pues, enamorarla,
ni menos seducirla, ¿á qué se aflige?
¡Que se vaya al demonio con su charla!
¡Que no iba de mi cuenta lo que dije!
Termine, pues, la vista,
que á pagar sus torpezas no me avengo;
si se pasó de lista,
¿qué culpa, señor juez, qué culpa tengo!!!»
CARLOS ARNICHES
Créditos:
Publicado un ocho de Abril de 1894 en la Revista Semanal-Ilustrada La Gran Vía.
Publicado 8th April 2018, por Pascual G-E L
Publicado 8th April 2018, por Pascual G-E L
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