Foto de la Red, ya pondré la nuestra...
Arrieta es un pueblecito pescador del norte de la isla de Lanzarote. Fuimos a comer allí, a uno de los restaurantes de los de primerísima línea del mar. Antiguas casas de pescadores, arquitectura popular pura, se reconvirtieron en comedores, y se dieron al nuevo dios Turismo. Nos zampamos un cherne y una lecha a la espalda, con sus correspondientes papas arrugás y mojos (verde y rojo) y salimos a ver cómo las casas lindan con las olas mismas que lamen sus pilares o columnas. Hay gaviotas, cómo no… pero también hay… ¡palomas! Fotografiamos las columbáricas aves, y, de pronto observamos que un nativo –indudable cara de aborigen guanche en su noble rostro– anda ocupado en la caza y captura de las, en principio intrusas, aves de interior. Por cierto, gaviotas y palomas no se agreden ni estorban. Las ajenas al medio buscan posarse en las rocas más metidas en el agua, como si no se atrevieran a lanzarse al vuelo sobre las olas que baten la hilera de casas.
-¿Es que las vas cazando? –le pregunta A, siempre más comunicativa, al mozo antedescrito.
Porta el palomero una palangana con el lateral serrado salvo un par de uniones con la base, y una botella de agua.
-Sí, las trajeron esta mañana desde Tenerife y no saben volver… -contesta con cerrado acento conejero el aludido. Conejero es el apelativo geográfico que el resto de canarios adjudica a los lanzaroteños.
Intrigados, ni le preguntamos nada. Amable como sólo los canarios saben ser, se arma de paciencia y explica.
-Si no las cazo, se morirán de hambre. La niebla de la montaña las despista, y, además, la sierra está llena de halcones que ya las habrán visto. La mayoría de las otras supo volver enseguida…
-¿Las sueltan, y las esperan allí, a ver qué paloma gana…? –pregunto yo, pero intuyo que no capta a la primera mi acento peninsular.
-Las cogemos, y las cuidamos nosotros. Ellos las han perdido ya. Pero si no las cogemos, se morirán.
-¿Y cuándo las trajeron? –pregunto yo vocalizando más.
-Esta mañana… -me dice poniendo en el aire la certeza de que repite mensaje.
-Y ¿para cazarlas, les das agua y entonces las atrapas? –pregunta A.
-Claro… -contesta el conejero, algo triposillo él, a pesar de su juventud y alta estatura.
-Pues que las cace pronto… Muchas gracias por contárnoslo -dice A, como despedida.
-Vale, y muchas gracias también a ustedes por interesarse…
Y es que la amabilidad canaria es así: hace que pensemos si es que hasta entonces sólo hemos conocido cortesía, que no amabilidad, por parte del prójimo. Ojalá las cazara a todas, ¿ a que sí?
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