Era esto, pero sin limitaciones
Como ya estoy en la edad de memorar, pues ya pasé la del mero recuerdo escrito, doy en traer a la conciencia mía, aquellos campos de ñoras, que los huertanos utilizaban para secar los pimientos redondos, que luego, molidos, daban el pimentón, sazonador o así de comidas sosas, o algo parecido.
En los yermos aledaños a la Huerta, ese territorio donde Medina ubica su “Cansera”, poema universal de primera calidad lírica, aparecían las superficies que digo. Las pequeñas ñoras, como ejército en pase de revista, se alineaban hasta parvo infinito que a la mirada mía tanto agradaba, de color rojo al principio, y granate después. Uno, en su inocencia, veía aquello como un elemento de la realidad perdurable, que nunca habría de acabarse con los tiempos. Tanta era su impronta, su poderío, que al equipo de fútbol de la capital se le conocía en toda España como los “pimentoneros”, a pesar de que su rojo de camiseta desdecía del grana tirando a oscuro de aquellas superficies. Y tanta era su belleza, rara y familiar a la vez, ya digo, que, desplegada en las pupilas mías cuando niño y adolescente, aún conservo en la memoria visual de que fui dotado.
Pero llegó la industrialización y la tecnología, y se inventó el secado en nave cerrada. Mejoró la calidad, el porcentaje de aprovechamiento, y todo lo que haya que citar en honor de la diosa de nuestro tiempo. Y, claro, todo fue a mejor… económicamente. Pero cierto nosequé íntimo se resintió en toda mi generación y las circunstantes anteriores y posteriores de inmediato. Perdimos un paisaje, perdimos un trozo de alma. Si la Historia no me falla, los pimientos, a Murcia, fueron traídos por los jerónimos extremeños, los cuales a su vez lo importaron desde América. De tal manera que, en no menos de 400 años, los campos aledaños a los regadíos se cubrieron de aquellas pelotitas granas que consentían en ver ajarse su lustrosa y húmeda piel de frutos de huerta, para convertirse en las cascarillas hechas polvo que alegraban tantas mesas y tantos paladares. Oigo que aún quedan limitados campitos de secado al sol; pero no es lo mismo, de verdad.
Posiblemente, éste sea el último lamento por aquellos campos de ñoras que creíamos eternos, pero que no lo eran. Lo que pueda venir no será sino recuerdo o semblanza de algo que se ha visto en fotografía o vídeo. Y aunque el autor que lo glose sepa darle la gracia que acaso yo no le dé, su escrito no tendrá el sentimiento de cantar algo que, perdido, conoció y amó.
Por eso, aquí y ahora, constancia dejo de mi nostalgia por aquellos suelos, levemente cementados con las legiones de ñoras alineadas como tropa dispuesta al asalto de las viandas sosas, de las mesas insaboras y de la alegría señeras en los paladares.
Santiago Delgado Publicado 4th June 2016
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