Es una regia anécdota algo conocida, la que cuenta cómo la única vez que estuvo el César Carlos en Murcia –para la Historia Carlos V- le oficiaron ciertos rituales religiosos en la Catedral. Una Catedral que aún conservaba su fachada gótica, más parecida a la de la Puerta de los Apóstoles. Al Emperador de Romanos, que era otro de sus títulos, le pusieron delante de la arqueta de plata que guarda el corazón –otros dicen que entrañas o vísceras “tan sólo”- de Alfonso X el Sabio . El hijo de Felipe el Hermoso, dicen que, enterado de que en aquel sitio estaba su antepasado, rehusó el honor, y trasladó –pongamos que él mismo por necesidades de guión- el reclinatorio hasta otro lado, arguyendo que él no era quien para quitarle al primer monarca castellano de Murcia su lugar sagrado. La lección de humildad caló en todos.
Bien, puesAlfonso X el Sabio , al que podríamos llamar Alfonso de Borgoña y Hohenstaufen, por los apellidos paterno y materno interpretados a la moderna, había tenido con otro Rey de España, o Rex Hispaniorum, un detalle semejante. Ahí va.
Pongamos que era 1274. Alfonso, con su corte va de Burgos a Palencia, para en Pampliega, y allí se acuerda de que está enterrado nada menos que el Rey Visigodo Wamba. Ya su padre, Fernando III el Santo (de quien la historiografía cristiana nos ha ocultado que era bizco), había determinado que se tapiase la puerta a cuyos pies estaba enterrado el bravo rey germano de hispanos, y se abriese otra que respetase el regio descanso eterno. Wamba murió en el monasterio de Pampliega, a donde se retiró luego de la conspiración de Ervigio, su sucesor. Lo contamos. Ervigio le dio a beber una pócima, ¿esparteína?, durmióse sin pulso, y lo tonsuraron, a fin de que entrara en el Cielo como clérigo. Rey fraile, rey apartado a Monasterio. Bueno, pues cuando murió, se le enterró en el umbral mismo de la puerta, según rito y costumbre de humildad eterna: pisado por los pecadores día tras día.
Alfonso X hizo algo más por el viejo Wamba: trasladó sus restos a Toledo, la ciudad desde la que reinó en la península y fuera de ella, ya que La Septimania, Francia sureste, era visigoda entonces.
Podemos decir que Carlos V devolvió a nuestro Alfonso Xla cortesía. Y es que honor con honor se paga. ¿O no? Vale.
Bien, pues
Pongamos que era 1274. Alfonso, con su corte va de Burgos a Palencia, para en Pampliega, y allí se acuerda de que está enterrado nada menos que el Rey Visigodo Wamba. Ya su padre, Fernando III el Santo (de quien la historiografía cristiana nos ha ocultado que era bizco), había determinado que se tapiase la puerta a cuyos pies estaba enterrado el bravo rey germano de hispanos, y se abriese otra que respetase el regio descanso eterno. Wamba murió en el monasterio de Pampliega, a donde se retiró luego de la conspiración de Ervigio, su sucesor. Lo contamos. Ervigio le dio a beber una pócima, ¿esparteína?, durmióse sin pulso, y lo tonsuraron, a fin de que entrara en el Cielo como clérigo. Rey fraile, rey apartado a Monasterio. Bueno, pues cuando murió, se le enterró en el umbral mismo de la puerta, según rito y costumbre de humildad eterna: pisado por los pecadores día tras día.
Alfonso X hizo algo más por el viejo Wamba: trasladó sus restos a Toledo, la ciudad desde la que reinó en la península y fuera de ella, ya que La Septimania, Francia sureste, era visigoda entonces.
Podemos decir que Carlos V devolvió a nuestro Alfonso X
Carlos Delgado
1 comentario:
What a data of un-ambiguity and preserveness of precious familiarity regarding unpredicted emotions.
Look into my page; Vapor Pens
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