Santiago Delgado
Me contaron hace poco que en el Castillo de Cartagena, de origen púnico, y sucesivamente, romano, visigodo, árabe y cristiano -hoy en el centro de la ciudad- hay un fantasma. Lo han visto, al anochecer, varios vigilantes de la zona. Es una mujer cristiana. Y su historia, en forma romance, como considero le corresponde, muy bien podría ser ésta:
Por las rondas y murallas,
por miradores y almenas
al anochecer camina
Doña Sol de Cartagena.
Es fantasma antiguo y noble,
que anda por la noche en pena.
Nunca sale del castillo,
Ay, nunca jamás lo hiciera,
Que emparedada quedó,
donde ya nadie recuerda.
Blanca como perla o luna,
Doña Sol de Cartagena.
Dicen que fue por infiel,
que allí Doña Sol muriera.
Pero no es infiel, no, quien
por amores de antes yerra.
Maridó a Corregidor,
aunque jamás lo quiso ella.
Que amores tenía serios
con galán que la requiebra.
Amores ciertos que facen
primero perder cabeza,
y más, latir corazón,
e destruir el alma entera.
Berberiscos en galeras
desembarcan atrevidos
en la misma Cartagena.
Cautivo llevan galán
hasta ese puerto lejano
que todos dicen Argelia.
Mandaderos Doña Sol,
hasta el África ordena
partir que rescate pidan
por su amor.
Y sin cadenas,
escondido se lo traigan
a la misma Cartagena.
Pero no piden tesoros,
¡ay, que nunca lo pidieran!
¡Quieren volver ellos mismos
a la misma Cartagena!
Que desde allí, expulsados,
por el rey español fueran.
¡No quieren dineros, no;
Que quieren a Cartagena!
Llora Doña Sol y llora.
La duda le duele y apena.
¿Ha de mandar corazón…
O ha de mandar cabeza?
Corazón pide galán
mas la cabeza… ¡que muera!
Puede más corazón, siempre.
Y a sarracenos les muestra
pasadizos del Castillo,
para asaltar por sorpresa
altas murallas y torres
que defienden Cartagena.
Pero siempre habrá traidores.
y al Corregidor le llega
noticia de la intención
que en sí Doña Sol alberga.
Y mandándola llamar,
luego, viva la empareda.
Detrás de la cal, la voz
de Doña Sol bien se oyera:
“Tú me quitas vida, esposo.
y yo te emplazo que mueras,
de hoy a veintiún días,
si no me desemparedas,
antes de que mi voz calle
tras esta cal que me encierra.
Pues si pequé por amor,
y el pecado grave fuera,
el Dios Grande te diría:
nunca amor vale tal pena.
Que es amor la sal del mundo
y tú nunca lo tuvieras,
ni por mí, ni aún por nadie,
desque Corregidor fueras.
Pues como hombre confundías
honores, gloria y soberbia”
A los días veintiuno,
campanas tocaban penas.
duelo cantaban iglesias.
El Corregidor moría,
como Doña Sol dijera.
No quiso Dios que la dama
ni al alto Cielo subiera,
ni, como el Corregidor,
al Averno descendiera.
Y la dejó en el Castillo,
hermoso fantasma en pena.
Por las rondas y murallas,
por miradores y almenas
al anochecer camina
Doña Sol de Cartagena.
Que siempre a las mismas horas
sale como luna llena,
barca sola a la deriva,
en el mar de su tristeza.
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