Ejemplar de la iguana descubierta en el volcán Lobo de la isla Isabela, en las Galápagos. (Foto: PNAS) |
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No fue adrede, simplemente no las vio nunca porque durante las cinco semanas que permaneció en el remoto archipiélago no visitó el volcán, muy alejado de la zona que el ‘Beagle’ utilizó como fondeadero.
Tan alejado está el volcán Lobo, que esta especie de iguana terrestre tan endémica y sorprendente como las otras que viven en las Galápagos pasó desapercibida para la Ciencia hasta 1986. La descubrieron dos guardas forestales del Parque Nacional. Los científicos han tardado todos estos años en hallar que se trata de una tercera especie distinta de las otras dos conocidas: Conolophus subcristatus y Conolophus pallidus.
La investigación, que se publica en el último número de Proceedings National Academy of Sciences (PNAS), ha requerido complejos análisis genéticos, tras los que se ha descubierto que la iguana rosada se originó hace cinco millones de años y se diferenció de los otros linajes de iguanas galapagueñas cuando el archipiélago todavía se estaba formando. Las iguanas, al igual que la mayor parte de la flora y la fauna de estas islas del océano Pacífico situadas en la línea del Ecuador a 1.000 kilómetros de la costa sudamericana, son especies endémicas con una morfología y ecología única y diferenciada, generada tras millones de años de aislamiento en el océano.
Fue lo que a Charles Darwin le hizo exclamar el ¡eureka! de los científicos. En las cinco semanas que estuvo visitando la docena de islas y el centenar de islotes asociados percibió cambios morfológicos en especies emparentadas, pero que vivían en islas distintas separadas por unas decenas de kilómetros. Lo detectó entre los pinzones: los de una isla tenían el pico más curvo o más largo que los de otras islas, simplemente porque se habían especializado en alimentarse de un sustento que precisaba un pico específico para acceder a él.
Darwin dio vueltas muchos años a su teoría. Incluso revisó varias veces sus ediciones a lo largo de cuatro décadas. Si hubiera visto a las iguanas rosadas, probablemente hubiera perfilado mejor su tesis. Ha habido que esperar 180 años para tener otra prueba más.
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