Hace unos años el hoy  vicepresidente primero del Gobierno y ‘chico para todo’, Alfredo  Pérez Rubalcaba, calificó a quien fuera ministro de Fomento, Rafael Arias Salgado, de “inútil total” por unos simples  retrasos en los vuelos del aeropuerto de Barajas. El pasado jueves, el  líder del PP recurrió a aquellas palabras de Rubalcaba para decir sin  decir lo mismo del actual ministro de Fomento, José Blanco,  tras la espantosa gestión que éste ha hecho del conflicto laboral que  le enfrenta con los controladores aéreos. Rajoy lo hizo bien, de hecho  casi todo el mundo ha valorado su intervención del pasado jueves como  una de las mejores que se ha escuchado en el Parlamento en los últimos  años, y es verdad que el golpe de efecto de las palabras de Rubalcaba  sobre Arias Salgado logró su objetivo y dejó a los bancos de la  izquierda con un palmo de narices mientras estallaba el aplauso en los  de la derecha. De la anécdota, sin embargo, queda en mi opinión un poso  amargo, una sensación sin duda objetiva de que las reglas del juego no  son iguales para todos, que la izquierda ha conseguido apropiarse de  unos derechos que se le niegan sistemáticamente a la derecha, y ésta  tiene que recurrir muchas veces a subterfugios para poder responder a  sus adversarios, sino con la misma moneda, sí al menos con alguna aunque  sea de inferior valor.
He buscado en las hemerotecas, y cuando  Rubalcaba dijo aquello del primer ministro de Fomento del Gobierno de  Aznar, no pasó nada. Absolutamente nada. Si Mariano Rajoy  no hubiese recurrido a la trampa de utilizar esas palabras de Rubalcaba  para definir a José Blanco como lo que verdaderamente  es, un inútil total, aquí se habría montado la de San Quintín… Pero,  realmente, Blanco es un inútil, un absoluto incompetente y un caradura  redomado, ¿por qué no se le puede decir? ¿Qué derecho tiene la izquierda  a insultar, recurrir a la demagogia, mentir, cambiar de opinión de un  día para otro, sin que se le pueda echar en cara, y sin embargo a la  derecha se le eche siempre la culpa de todo sin contemplaciones? Y la  derecha, ¿por qué siempre reacciona atemorizada, como si por quejarse le  fueran a despojar del carné de demócratas, carné que, por supuesto,  otorga en exclusiva la izquierda no se sabe porqué narices? No hace  falta hacer un recorrido por todas las veces que la izquierda le ha  echado la culpa a la derecha hasta del pecado de Eva y la muerte de  Manolete, basta con un último ejemplo que ha sido de lo más sangrante,  protagonizado por el inefable Gaspar Zarrías, al que se  sumó otro sinvergüenza desterrado ya a Europa pero que intenta hacer  méritos para volver, llamado Juan Fernando López Aguilar.  Ambos acusaron al PP, de connivencia con los controladores aéreos,  incluso de haber preparado conjuntamente con ellos la huelga salvaje del  puente pasado, supuestamente para derribar al Gobierno de Rodríguez.
La  derecha puede equivocarse en su gestión de las cosas, cometer errores a  veces graves, pero nadie me podrá demostrar doblez en ninguna de sus  acciones
 
 
¿Qué va a hacer el PP?  Pedir su reprobación. Está bien, pero permítanme que les diga que me  parece insuficiente. Ya se que desde el punto de vista parlamentario se  puede hacer poco más, pero un impresentable como Zarrías se merece que  alguien le haga probar de su propia medicina, que le investiguen hasta  los calzoncillos porque mucho tiene que esconder este personaje por  cuyas manos ha pasado toda la corrupción socialista de Andalucía, este  perfecto analfabeto funcional que, sin embargo, ha actuado como un  virrey en el califato andaluz de Manuel Chaves,  perseguidor de periodistas, sectario y prepotente. ¡Si hasta Duran i  Lleida le echó en cara su osadía! Lo menos que puede hacer el PP, además  de reprobarle, es un vacío absoluto, negarle hasta el saludo mientras  no se retracte de su calculado exabrupto. Acusaciones como la de  Zarrías, por otro lado, son moneda común en la izquierda, ¿o no  recuerdan cuando, después del 11-M, Almodóvar se inventó que el PP quiso  dar un golpe de Estado? Pues bien, ¿saben lo que realmente se planteó  aquellos días? Decretar un Estado de Alarma, pero precisamente fue la  más que segura reacción sobredimensionada de la izquierda lo que echó  para atrás la idea, ¡pues estoy esperando a Almodóvar y compañía ahora  que ha sido un gobierno de izquierdas el que ha recurrido a una  demostración de fuerza para tapar un agujero! Pero no, hay cosas que la  izquierda las puede hacer, y si las hace la derecha son motivo de  señalamiento y durísima reprobación.
¿Por qué? ¿Cómo se ha arrogado la izquierda  este derecho a otorgar certificados de buena conducta democrática a los  demás? Precisamente ellos, que vulneran sistemáticamente las leyes, que  pisotean el Estado de Derecho y retuercen la Constitución a su antojo…  La derecha puede equivocarse en su gestión de las cosas, cometer errores  a veces graves, pero nadie me podrá demostrar doblez en ninguna de sus  acciones. La izquierda, sin embargo, nos acostumbra a que lo que un día  es negro al siguiente sea blanco, al engaño, la mentira y la  manipulación… Siempre encuentra a quien echar la culpa de sus propios  errores, como aquel que andaba perdido y preguntó a un lugareño dónde se  encontraba, a lo que el interpelado respondió dándole las coordenadas  exactas… 
“Usted es de derechas”, le dijo el primero. 
“Sí, ¿por qué lo  dice?”, contestó el lugareño. 
“Pues porque me ha dado la información que  le he pedido pero sigo perdido”. 
“Y usted es de izquierdas, ¿no?”, dijo  entonces el lugareño, a lo que el otro asintió con un 
“¿cómo lo sabe?”.  “Pues porque tenía que ir a algún lugar y se ha perdido, va a llegar  tarde a su cita y encima ahora la culpa la tengo yo”. La izquierda actúa  permanentemente asentada sobre un ejercicio de filibusterismo político  nauseabundo, según el cual ellos lo hacen siempre todo bien y son los  demás los que les conducen a sus errores. Gracias a eso, han conseguido  ser los campeones de los crímenes contra la humanidad sin que nadie se  lo eche en cara ni les obligue a pedir perdón. Y ese, en definitiva, es  el gran pecado de la derecha: haberse dejado acomplejar hasta el punto  de permitir que la izquierda le restriegue por sus narices esa falsa  superioridad moral que les acompaña a todas partes, pero que no es más  que puro y letal totalitarismo de la peor clase.
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