Chávez reinventa la Guerra Fría en los Andes
LA DECISIÓN del Gobierno colombiano de ampliar el número de sus instalaciones militares a las que, como ya sucede en las actuales, podrán tener acceso las fuerzas estadounidenses, ha elevado la tensión en Sudamérica. Álvaro Uribe, que ayer recibió a la vicepresidenta De la Vega en Bogotá, concluyó horas antes en Brasil un periplo que le ha llevado a siete países de la región para explicar y defender la firma inminente del nuevo acuerdo de cooperación militar con EEUU. En su visita, De la Vega desautorizó a Moratinos, que días atrás había criticado ese acuerdo al asegurar que abre un «proceso de militarización en América Latina». La vicepresidenta mostró ayer el respeto de España a las decisiones que tome Colombia «en el ejercicio de su soberanía», echando indirectamente un capote a EEUU.
Y es que Venezuela y sus aliados (Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia) han iniciado una ofensiva diplomática y propagandística contra Uribe y contra Obama. Hugo Chávez habla abiertamente de la amenaza de «invasión» de EEUU y Fidel Castro califica las bases militares de «puñales en el corazón de América».
Los esfuerzos de Obama para reducir la brecha con el eje chavista -la suavización de las sanciones a Cuba y la condena del golpe en Honduras son sólo dos ejemplos- parecen estrellarse en una muralla. Aunque sean pura retórica, los epítetos utilizados por Chávez, Castro, Evo Morales, Daniel Ortega y Rafael Correa contra este nuevo acuerdo militar de EEUU parecen más discursos de la Guerra Fría que respuestas ajustadas a la realidad.
Colombia tiene una alianza con Washington desde el año 2000, el Plan Colombia, que permite a EEUU mantener en este país un máximo de 800 militares y unos 600 instructores civiles para la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Es oportuno recordar que Colombia es el mayor productor mundial de cocaína. Uribe y sus ministros aseguran que, con el próximo acuerdo, ampliaría a siete las bases de uso estadounidense, pero mantendría el techo en el número de fuerzas. Esa ampliación permitiría compensar el cierre, en noviembre, de la base que EEUU utiliza en Manta (Ecuador).
Uribe espera otras compensaciones de Washington, como la firma de un tratado de libre comercio o como el aumento de la ayuda anual, reducida en tres años de más de 700 millones de dólares a 513 millones, si bien Colombia sigue siendo el tercer país del mundo que más ayuda recibe de EEUU, tras Israel y Pakistán.
Aunque la militarización de la región andina no beneficia a nadie, la huida hacia adelante de Colombia no se hubiera producido sin el rearme acelerado de Venezuela, que ha firmado acuerdos militares con Rusia y China por varios miles de millones dólares, si Ecuador hubiese permitido a EEUU seguir utilizando la base de Manta para vuelos de vigilancia en una zona en la que se refugian las FARC o si Chávez y Correa no prestaran su apoyo a este grupo terrorista.
Chávez, que ahora advierte de que el incremento de la presencia militar estadounidense podría desatar una guerra en la región, fue sin embargo el primero en alardear el año pasado de hacer maniobras militares conjuntas con la flota rusa en el Caribe.
Aunque Uribe ha explicado personalmente a los gobiernos sudamericanos que el acuerdo con EEUU no prevé la instalación de nuevas bases sino el uso de las que ya hay, que éstas siempre estarán bajo control de sus mandos y que se trata, en cualquier caso, de una decisión soberana, no ha logrado evitar el incendio. La división está servida. Perú apoya con entusiasmo el nuevo acuerdo entre Colombia y EEUU, y Chile y Brasil respetan la decisión de Uribe. Enfrente, Chávez y sus aliados.