jueves, 26 de marzo de 2009

Socialismo es igualdad

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Sé de sobras que una cosa es el socialismo y otra muy distinta lo que se practica en el régimen zapaterino. El socialismo democrático —permítaseme el oxímoron— puede gustar más o menos en función de lo que a uno le ilusione un Estado sobredimensionado que te programe la vida a través de sus abundantes ordenanzas y reglas; es decir, del tamaño de la Administración y de lo mucho que el ciudadano precisará depender de ella para casi todo en la vida, puesto que el socialismo todo lo reglamenta y por lo tanto constituye la Sharia de nuestro tiempo, que es esa aberrante ley islámica que fija el comportamiento de los musulmanes desde la cuna a la sepultura.

Ningún ejemplo mejor, al respecto de una norma ampliamente condicionante de la libertad individual, que el nuevo estatuto de Cataluña, ley consensuada entre dos concepciones políticas muy reglamentistas, ambas de corte despótico —socialistas y nacionalistas—, que a lo largo de sus 116 páginas arbitra incluso el paisaje que uno debe contemplar, como si la propia naturaleza tuviera que someterse al dictado de la burocracia, lo que dejaría poco menos que postrado al individuo para adaptarse al paisaje y acomodarlo a sus necesidades básicas.

Ahora bien, creo que nadie negará que el socialismo lleva más de un siglo vendiéndose como la ideología de la igualdad. Otra cosa es que sea cierto —que en absoluto lo es— y que, en realidad, al socialismo solamente le estemos comprando grandes dosis de nuestros propios deseos. Porque no olvidemos que la igualdad, que según el clásico es la ley de la naturaleza del hombre, se manifiesta solamente a la hora de nacer —y de morir— y comienza a divergir casi de inmediato entre una y otra persona, por más que aspiremos a mantener esa igualdad a lo largo de nuestras vidas. Son demasiados los factores externos que inciden en los seres humanos, sin necesidad alguna de que aún lo estropeen más los políticos, como para que sea posible controlar desde el Estado el equilibrio igualitario que el socialismo nos propone, lo que hace a sabiendas de que esa propuesta es simple propaganda para alcanzar el poder o mantenerse.

Sin embargo, hay en nuestros días una clase de socialismo, el zapaterino, que es mucho más cínico que cualquier otro y que lleva a la radicalidad más extrema la consigna política de la igualdad —ministerio incluido—. Y al mismo tiempo, que más se oponga en la práctica a cualquier ley que de la igualdad se derive. Tal forma de actuar sólo es posible catalogarla de doblez recalcitrante: se cacarea en colores y se actúa en blanco y negro, con abundancia de grises brumosos que tienden a enmascarar lo arbitrario. Veamos dos ejemplos de los muchos posibles.

1. Leído en el diario El Imparcial: El Congreso ha rechazado, gracias a los votos del PSOE y de los nacionalistas, una proposición del PP de equiparar el salario de las Fuerzas de Seguridad. Con esto, los socialistas votan en contra de uno de los puntos de su programa electoral e ignoran un acuerdo firmado con los sindicatos en 2005. Es decir, para los socialistas y nacionalistas hay unos policías que deben ser más iguales que otros, no importa en absoluto que previamente se haya dicho algo distinto en el programa electoral o se haya suscrito un acuerdo de distinto signo.

2. Leído en Libertad Digital: El Parlamento Europeo aprobó este martes un texto propuesto por el PSOE y los nacionalistas que apoya decididamente el modelo lingüístico catalán. De hecho, eliminaron un punto que llama a garantizar el derecho de los padres a elegir la lengua de educación de sus hijos. Una de las condiciones básicas de la igualdad, en este caso de la igualdad de oportunidades, como es el derecho de los niños a recibir la enseñanza en el idioma materno, ha quedado cercenada en el Parlamento Europeo a propuesta de ese conglomerado de fanáticos formado por la izquierda y el nacionalismo.

Socialismo es igualdad, ¿qué igualdad?

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