jueves, 25 de octubre de 2018

El otoño nuestro

El otoño, Alfons Mucha




         ¿Qué será de los países sin otoño? O con un otoño breve. Dicen libros que los ciclos climáticos se resuelven por aquellas latitudes en estación seca y estación lluviosa. Desconozco si los cambios y ritmos del espíritu humano seguirán esos cánones que aquí nos trae el otoño. Cada cual es hijo de sus circunstancias; en primer lugar, climáticas. Por aquí, el otoño es tiempo pensaroso y soñoliento. Los poetas sienten esa astenia característica que les empuja a escuchar un violonchelo lánguido y sentido, que antecede al verso. Pero sin el otoño, ¿cómo sería ese proceso? No puedo creer que tal acontecimiento, que es evidente en los poetas, incluso en los simples escritores de verso, deje de acontecer al resto de los mortales. Puede que no lo noten, pero sucede. El clima sabe meterse en las hormonas, a través de la piel. O mediante ondas secretas, que nadie sabe aún. Y manipula sentimientos y sensaciones, pensamientos, y todo tipo de actividad humana interna. El otoño trae mayor novedad que las otras estaciones del año, que tiene un alma distinta, menos solemne. El otoño es canto gregoriano, el verano es rock, la primavera es chillout, y el invierno acaso sea soul. No sé. El otoño queda, aunque dure poco. Se va y permanece en esa memoria viva que es la realidad inventada.
         ¿Qué sería de nosotros sin el otoño? El verano es la muerte, y el otoño la vuelta a nacer. El eterno retorno tiene su inflexión en el otoño. Lo sabe el cuerpo y lo ignora el calendario. El otoño es sagrado. Es un regalo de indemnización del Creador a los humanos, tras la expulsión del Paraíso. Algo así como un rasgo de mala conciencia del Divino. Dura fue la condena. Sabernos desnudos nos desclasó de los animales, que gozan tal ignorancia. Por eso en el otoño nos volvemos a vestir sintiendo la consciencia de la ropa encima de la piel. Ojalá que se extendiera su goce más allá del gremio de los poetas.  La primavera es exaltación, el verano apoteosis, y el invierno es moribundia y vejedad. Únicamente el otoño es vida verdadera.
         El otoño dura relativamente poco. Es porque quiere adquirir el prestigio de la brevedad. Sabiduría se llama esa figura. Amemos al otoño y su efímera presencia. Intensifiquemos su epifanía, que apenas alcanza a medirse en semanas, casi nunca en meses. El otoño no harta como el verano, con el sol aparcado desde la 11 de la mañana hasta la 8 de la tarde. Y durando días y días como eternidades. O el invierno, inversamente lo mismo. La primavera embriaga y aliena. El otoño nos identifica como nosotros mismos. Nos adentra en nuestro ser, y nos hace entender lo que somos, quiénes somos y por qué. Muchos no aprovechan esta condición humanizante del otoño. Yo invito a sentir el otoño y su circunstancia.

©Santiago Delgado






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