Un San Sebastián, que acaso
perteneciese al mismo Leonardo.
El dintel que abre el gabinete,
en sus altos tachonado
por la feble sombra
de una araña de luz vecina.
Y el claro color de crema pálida,
que la estampa entera anega.
Todo ello confluye, Leonardo,
en esa rara impronta
que, referida a tu persona,
compartimos todos:
la serena humildad natural
con que asumiste tu grandeza.
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