miércoles, 30 de agosto de 2017

Reflexiones desde Madrid....



Hilario Martínez Peñafiel









Llevo aquí pocos días, y ya echo de menos la Comarca como un puto Bolsón. No soy de allí exactamente, me parece tierra de gentes ajenas a uno, y aquí, sin embargo, siento armoniosa familiaridad en todo: 
en lo apolíneo y lo dionisíaco. Pero estaba empezando a hacerme a eso. 
Echo de menos -me pasa poco- tener cuenta de instagram para hacer un directo o una historia con la tormenta me dicen ha bajado al Mar Menor. Me acompañó a mi llegada y ahora está cayendo enfrente de mi todavía balconera. No puedo ambicionarme dueño de los elementos, aunque estando allí tengo muy claro lo que haría: saldría a correr a empaparme. Luego una ducha y un cigarro, tembloroso de agua en los huesos. Un clavarme en la estaca mayor turneriana de un cuadro anónimo. Probablemente un buen resfriado y una fiebre crepuscular. Y hasta algún otro intento de mensajes estúpidos al más allá. Un querer volver y salirme de la concha. Como si la perla que contenía no estuviera ya podrida, incluso para mí. Pero olería a mar salada. O a estornudo de rinitis alérgica. 
Te echo de menos porque sé que no volverás, lo demás son balbuceos.
Añoro lo que sé perderé para siempre, el niño y sus tribulaciones; la pasión espartana frente a la derrota; el puño acerado de los que no siembran en los acantilados del sur; el sudor en la frente de los que curran bajo un manto de plástico. Todo me era ajeno y por eso, no sé lo que pierdo y asusta terriblemente. Pero no me quejo -"que nadie rebaje a lágrima o reproche"- si alcanzo mi segundo estado, en el que ni Vegeta pueda derrotarme. Ya no necesitaré androides para abastecer mi empiria de lava. Aquí todo es seco como el saltamontes de Basket Fever. Seguir el camino de baldosas grises hacia la ciudad de escayola y grava.
No me espero ni me espera nadie aquí: Madrid or not to be. No se gana con la mano, sino con la apuesta. Lo dejo todo, mi harapiento yo se quedó en el arcón de una casa derruida. No sé si llegará el día en que vuelva a probarme esa piel, me quedará tal vez grande, pero quién conoce a la serpiente que la echa de menos. Vale, sí... las viejas cuentan que la pareja siempre vuelve a buscarla. Ser dos otra vez, para morir aplastada en el lecho acolchado de hojarasca por el mismo palo de escoba. Y así bailar su último tango.
***
Haiku de un voyeur en Madrid
Mi amor por ti era
vernos juntos a los dos
desde aquí fuera

***
Es la primera vez que vengo "solo" (mis recuerdos me acompañan) y no he dudado ni un segundo en encontrar la ruta. No tiene ná llegar, pero mi despiste es de sobra conocido... Hay cosas que quedan a fuego candente en la piel, y no hay láser para eso. El rito chamánico de reabrir cada herida era necesario para curarlas. Todo es para bien.

***
"Ecce horto"

¿Tratas de decirme algo, viejo amigo?
Me hago cargo de tu sentir agónico...
***

Haikus de la ciudad despierta
Me aguarda un sueño
sin embargo echo de menos
dormir contigo.


Estas luces son
gacelas de neón en-
tre jungla y asfalto.

Mañana habrán
ruidosas máquinas de
café y tostadas.

Los coches y el me-
tro calientan un mundo
sin corales ya.

Tanto da, si es
mi universo lírico
y respiro de él.

Otro mes quizás
vendré a quedarme siempre
cerca de lejos.

Vivir solo de
la sombra al viento negro
que techa Madrid.

Me espera un sueño:
con embargos te alejas
y no me duermo.

***
El burro plateado
No tengo -o me tiene- más
que un gato gris: sólo maulla a la noche
y la comida.

Ni sueño con elefantes plata en Paterson 
ni con la dama de colores sobre mi 
cama deshecha.

Uno te dio un burro tomando la sombra
entre naranjos y olivares
sin esperar nada a cambio más que 
la aceptación de su entrega.

Te quedas un momento pensando,
y el burro se escapa porque es burro, atascado
noble, en el camino impaciente
y compañero en la aspereza.

Él no sabe escribir, y su rebuzno no queda
dicho entre humanos, mas su olor
con tierra y aperos da sentido a la letra
naciente.

¿No más cantos de Maldoror -cygnus, vismund cygnus-
ni de sirenas japonesas?
La huella del burro ara los campos que atraviesan
las solitarias almas venideras.

¡No más rimas recauchutadas,
ni más arritmias incautas,
que perecen a la otra mañana
pareciendo parcas desdentadas!

Había un conejo aplastado en una carretera de agosto
junto a un perro olfateando,
¿querrá el cánido que vuelva a la vida para perseguirlo
o le basta con su aroma pasada?
Me pregunto. Y me mira, respondiéndose.








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