domingo, 16 de julio de 2017

La Isla del Barón de Benifayó


El Banco de la Rusa, Isla del Barón, Mar Menor




A la izquierda, el banco aludido en el poema, SO de la Isla Mayor del Mar Menor. Para entenderlo, hay que conocer la Leyenda de la Isla del Barón de Benifayó, y la historia mítica de Hero y Leandro. Cuesta nada encontrarlas  en internet.  Búsquenlas, hoy libro de profe. Así de triste me ha dejado pasar por el lugar de autos, y ver saqueado el banco de sus valiosos azulejos. Ya lo sabía, pero es igual. Lo mismo que el primer día que lo vi así. Malhaya quien lo hiciera, amo o no de la isla.



  De su hermoso enlucido despojado,
lujoso por simple y por sencillo,
en ese banco, sentábase la Rusa.

  De arte popular, su mampostería de manises
-quién sabe con qué motivos ornamentado-
asiento era perfecto para descifrar atardeceres
en los días todos del año. Especialmente
durante el invierno, cuando el sol
hacia el sur deriva, y más tempana la penumbra llega
sobre las aguas calmas del Mar Menor.

  Quiero adivinar sus glaucos ojos eslavos,
su pelo, de oro desvaído, en hebras resuelto
hasta la fina cintura de su cuerpo de indubitable
esbeltez perfecta y precisa,
como diosa púber de alguna religión nórdica.

  Llega despacio, por la senda angosta,
que, desde el Palacio de la Isla Mayor,
a la caleta mínima desciende.
Mira el pálido disco del sol, a punto de ocultarse, 
y abre el libro que consigo trajo,
 su frágil dedo señalando, exacta, la página
en que quedó ayer. Se sienta, y abre el libro:
“Hero y Leandro”. Conoce la historia, pero
vuelve y vuelve a leerla. Una y otra vez.

  Cuando acaba, mira hacia el horizonte.
Una pálida luz de ceniza va envolviendo la tarde,
que dejando va de ser la tarde de ese día.
Se queda entonces mirando al pequeño mar.
Escudriña las tenues olillas y busca
con los ojos del corazón, si es que algún Leandro,
por ella viene, aquel Helesponto cruzando.

  Pero no viene nadie. Siente un escalofrío
y le retiembla el cuerpo todo. Pasos escucha.
Se vuelve. Es el Barón, a quien por marido tiene,
sin ser su amor.  Un lacayo, portando farol en mano,
le precede. Se levanta. Se acoge al brazo del aristócrata,
y arrastrando la cola de su hermoso vestido azul,
regresa a la mansión que su amo y señor levantó en la Isla.




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