lunes, 27 de marzo de 2017

Con Pessoa, en las calles lisboetas


En el Museo  Gulbenkian
Foto de AGB


Recientemente, he vuelto a ir a Lisboa. Y me he hecho por enésima vez la foto, sentado con la efigie de Fernando Pessoa. Y he vuelto, como siempre, a recordar la Cartas de Amor, poema que nunca olvidaré. Aquí está el poema (fragmentado) del Maestro, y mi homenaje.

 Todas las cartas de amor
Son ridículas.

 No serían cartas de amor
si no fuesen ridículas.

 Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser ridículas.

 Yo también escribí en mi tiempo
cartas de amor, como todas, ridículas.

Ay, quién me devolviera a mí
aquel tiempo en que escribía sin darme cuenta
cartas de amor ridículas.

Pero, al final, únicamente las criaturas
que nunca escribieron cartas de amor
son las que son ridículas. 



Casi todos, alguna vez,
aquellos días en que fuimos jóvenes,
escribimos y recibimos cartas de amor,
siempre ridículas.

Y también alguna vez,
acaso poco a poco,
dejamos, casi todos,
de escribir y recibir cartas de amor,
como todas, ridículas.

Y todos, casi siempre,
fuimos guardando al fin
aquellas cartas de amor,
que nacieron ridículas.

No es lo mismo
escribir que recibir
cartas de amor ridículas.

Nos hicimos mayores,
Y nos pasó el tiempo
de las cartas de amor ridículas.

Pero nunca es tarde, sabedlo,
para escribir, a mano siempre,
cartas de amor inocentes,
sinceramente ridículas.

Ya quisiera yo volver al tiempo
en que escribía con furor
cartas de amor ridículas.
Sin saber que nadie nunca
podía pensar de ellas
que eran cartas ridículas.
Y lamento haber pasado a ser,
verdaderamente, gente de ésa que,
-nos dice Pessoa-.






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