miércoles, 19 de octubre de 2016

Lennon y Sinatra




Umberto Eco escribió “Apocalípticos e integrados en la sociedad de masas”.  Nunca lo leí, para mayor gloria de mi ignorancia. Pero me sé su significado. Lennon era el apocalíptico y Sinatra el integrado. Son dos símbolos neoyorkinos. Uno que infla el globo (Sinatra) y otro que lo quiere pinchar (Lennon). Ambos fueron, naturalmente, millonarios.
A los visitantes nos llevan a la esquina de Central Park, donde está su mentido Campo de Fresas, corner propio del fumeta Lennon. De allí venía al abducido de Yoko Ono cuando le pegaron cinco tiros. La Casa Dakota, un horror digno de película de espanto y goticismo sado-maso, era su morada. Apenas alcanzó la primera jamba de la puerta, lo apiolaron para la eternidad. En el apócrifo rinconcico fresero han hecho un redondel sobre el suelo, en cuyos medios han plasmado la palabra IMAGINE. Por cierto, en las bancos -arquetípicamente de parque- aledaños, el Ayuntamiento ha permitido a los enamorados poner sus nombre en placas debidamente homologadas sobre los respectivos respaldos. Una cursilería, pero no menos cursilería que llamar Campos de Fresa a los tristes parterres municipales y espesos del Parque. Que la gasolina de Lennon fuera el ácido lisérgico no tiene por qué empecer la gloria de hamburguesa y spaghetti de los pequeñoburgueses neoyorkinos concurrentes en ubicación.
Hasta aquí, el Apocalíptico. Vayamos con el Integrado. Era de noche, y sin embargo llovía, que dijo el clásico kischt. Nos llevaron a pasar el Puente de Brooklyn. El autobús giró a la derecha nada más cruzar el famoso viaducto. Descendimos hacia la afamada Pizzería Grimaldi y al literario River Café, bajo el mismo Puente. Manhattan se veía deslumbrante, ornada mágicamente por la lluvia y la niebla en un gesto de autenticidad climática muy de agradecer. Los arcos de luz combada de los cables del Puente complementaban el hormiguero de aquietadas chispas del sinfín de rascacielos, vistos desde Brooklyn. Una maraavilla, en verdad. A la vuelta, el autobús ralentizó a la debida velocidad la marcha, apagó las luces internas, y sonó "New York, New York", de Sinatra, en estéreo, acompañado en mimo y voz sobrepuesta del guía. Muy efectista. Es majadero tachar de enturistada tal performance. Lo es, pero como yo no soy apocalíptico, agradecí el gesto, y activé todos mis resortes de integrado para gozarlo. Lo mismo hubiera hecho, si me llevan de noche a la Casa Dakota, me dan una vela, y ponen Imagine. ¿Entienden? Pues eso. Vale.

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