lunes, 12 de septiembre de 2016



  No era el mejor pino del mundo, pero para los murcianos de la capital, sí lo era. Su aislamiento del resto de la pinada, y su cercanía al Monasterio de la Luz, una Orden Privativa del territorio murciano, lo hacían muy querido de todos. Simbolizaba algo nuestro... Recientemente, vinieron a podarlo, serrarlo y retirarlo. Se secó. Hacia relativamente poco tiempo que los Hermanicos de la Luz habían desaparecido. Hoy, habitan el cenobio otras órdenes religiosas, que no tienen el carisma de aquellos Hermanicos de la Luz, como los llamábamos. Acaso sintió nostalgia de ellos y se fue, y por eso se dejó vencer de plagas y sequías que en otras ocasiones, con los frailecicos allí, sí soportó bien. Le he escrito este soneto a modo de epitafio, para ayudar a que no los olvidemos, al Pino y a sus piadosos hermanos de apartamiento del mundo.

   Los que vengan después, árbol amigo,
nunca sabrán de tu alto porte serio
de aquella soledad de cementerio
civil, que siempre irá en mi alma y conmigo.

  Alto, adusto pino de misterio,
ya cediste al mortal, vil enemigo
que acecha, y al que por ti yo maldigo.
¡Qué apagado, sin ti, el Monasterio!

  Tu tronco, tan derecho, alzado y noble;
los dorados ocasos que besabas,
sorbiendo Luz muy clara del poniente;

 Tu copa, con su Luz diáfana y doble;
aquellos frailecicos que bienamabas…
en todos vivirán eternamente.







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