miércoles, 20 de julio de 2016

Poema del saber y el No Saber



Antes, me indolía no saber.
O me dolía poco.
Me sigue doliendo ahora,
pero en distinta forma 
y todo cuanto ignoro
se me agolpa en el costado,
como a un cristo el certero lanzazo
de un Longinos piadoso
que atajo nos muestra
en el rumbo hacia la muerte.

Todo saber nos acerca a la muerte,
que es el saber extremo.
La ignorancia nos aproxima al no ser,
ni siquiera a la nada.
Hemos de andar la jornada
a golpe de paso vivo...


El Dios que imaginan creyentes
parece saberlo todo.
Saber todo debe abocar a un tedio cósmico.
Saber que hay cosas, en infinito número,
que no sabes, te llena de ubérrimas ganas.
Eso es vivir. Llenar la vida de conocimiento,
hasta que llegue el final.

No el ignorar, sino lo contrario: saber que no sabes,
tener conciencia permanente de tu ignorancia…
¡ésa es la llama que nos alienta!
Quien no la siente,
quien no se quema con ella, apenas vive,
pues ignora el mundo que lo contiene.
Quien se conforma con la frontera
entre lo que sabe y lo que ignora,
y no viola continuamente esa linde,
muerto es de la verdadera vida,
zombi autoignorado,
apenas sobresalido del resto de semovientes 
o materia orgánica que sólo crece
y nada siente ni padece.

Me duele mi ignorancia,
digo, y no me curo de tal dolor.
Vivo mientras consciente soy
de la magnitud de lo que ignoro.
Y, aunque más se agrande
mi ignorancia cuanto más aprenda,
no pasa día en el que anote
un renglón más en el viejo cuaderno
de lo que he aprendido,
Y que un día me regalaron
mis padres, mis maestros, mis amigos 
Y mi curiosidad de ser humano,
consciente, imperfecto y mortal


 Santiago Delgado



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