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En las entrañas de México, sobre el paralelo 27, latitud Norte, se expande un desierto conocido como Zona del Silencio, en donde -sin explicación científica- las ondas de radio se interrumpen, los relojes enloquecen y las brújulas desorientan.
La Zona del Silencio ha sido visitada por muchos científicos de diversas disciplinas, que han constatado la inusitada concurrencia de meteoritos y varios otros fenómenos sin explicación. En determinadas zonas de la región, los relojes enloquecen, las brújulas desorientan y las radios sencillamente no funcionan.
No es que falten sonidos, ruidos o susurros; el nombre Zona del Silencio obedece al fenómeno por el cual las ondas hertzianas de radio no fluyen de modo normal. Es preciso localizar determinadas franjas para poder establecer comunicación, aunque, de cualquier modo, siempre es deficiente. Es la imposibilidad de comunicación con el exterior lo que ha dado nombre al lugar.
El área, habitada por pequeños grupos de entre tres y cuatro casas, separados unos de otros por distancias muy extensas, es un verdadero páramo. Sus piedras, sin contener hierro, ni ningún otro material metálico, son sin embargo magnéticas y atraen los imanes. Se cree que, en la prehistoria, la Zona del Silencio supo formar parte de un inmenso lecho oceánico, lo que explicaría la presencia de abundantes sedimentos marinos y esqueletos de peces y rumiantes fosilizados.
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