domingo, 28 de junio de 2015

Conozca a los soldados catalanes que emocionaron a toda España




Però no ens venen que som un “país oprimit”?

¿Pero no nos venden que somos un "país oprimido"?


Voluntarios catalanes



El granadino Pedro Antonio de Alarcón estuvo en la guerra de África y recogió en su diario los apuntes de sus aventuras. Lo que vio no cuadra demasiado con el relato que desde la Generalitat nos vende el nacionalismo:

“Son las cinco de la tarde, y vengo de presenciar una escena verdaderamente sublime.

Las compañías de Voluntarios Catalanes que la noble y patriótica tierra de Roger de Flor envía al ejército de África, como precioso e inestimable donativo, han desembarcado hace una hora.

¡Afortunados aventureros! Más felices que los Tercios Vascongados, a quienes en balde estamos esperando desde que principio la campaña, llegan a tiempo de participar de los mayores peligros y más gloriosos laureles de esta guerra.

Son cerca de quinientos hombres. Visten el clásico traje de su país: calzón y chaqueta de pana azul, barretina encarnada, botas amarillas, canana por cinturón, chaleco listado, pañuelo de colores anudado al cuello, y manta a la bandolera. Sus armas son el fusil y la bayoneta de reglamento. Sus cantineras, bellísimas. Traen por jefe a un comandante, todavía joven, llamado D. Victoriano Sugranés. Tres cruces de San Fernando adornan su pecho, lo cual es felicísimo anuncio de nueva gloria. Los demás oficiales se han distinguido también en muchas ocasiones, y alguno de ellos ha militado voluntariamente bajo las banderas de Pellisier y de Mac-Mahon.

La tropa toda ostenta en su fisonomía aquel aire de dureza, atrevimiento y astucia que distingue a la raza catalana. Facciones angulosas, cabellos castaños o rubios, recia musculatura y ágiles movimientos, propios de gente montañesa; he aquí los principales caracteres de los generosos voluntarios.

El general Prim, como paisano suyo, ha deseado que ingresen en su cuerpo de ejército, a lo cual ha accedido el general en jefe, mientras que ellos han pedido por su parte al conde de Reus ir mañana en la vanguardia.
También se les ha otorgado esta merced.

Pero vamos a la sublime escena indicada.

Los catalanes iban formando, según que saltaban a tierra, al pie de Fuerte Martín. Todos los hijos del Principado que ya militaban en este ejército habían acudido a saludarlos. Mil abrazos, mil votos y ternos, mil diálogos en cerrado catalán seguían a cada encuentro de amigos o conocidos… Entretanto, la música de no sé qué regimiento del CUERPO mandado por Prim, llegaba a dar la bienvenida a nuestros nuevos camaradas, y el dicho general acudía en pos de ella, tan contento y ufano como si fuese al encuentro de sus hijos.

El héroe de los Castillejos montaba aquel caballo árabe, cogido a un jefe moro, de que hablé el día pasado. Vestía, como casi siempre, ancho pantalón rojo; levita azul, sin más adorno que dos grandes placas; kepís de paro (con la visera levantada, al estilo francés, y con los dos entorchados de teniente general), y un sable muy corvo, parecido a una cimitarra.

Luego que estuvieron reunidas las cuatro compañías de voluntarios, Prim se colocó en medio de ellas, y en dialecto catalán, en aquel habla enérgica y expresiva que recuerda los romances heroicos de la poesía provenzal, les arengó del siguiente modo:

«Catalanes:

»Acabáis de ingresar en un ejército bravo y aguerrido: en el ejército de África, cuyo renombre llena ya el universo.

»Vuestra fortuna es grande, pues habéis llegado a tiempo de combatir al lado de estos valientes. Mañana mismo marcharéis con ellos sobre Tetuán.

»Catalanes: vuestra responsabilidad es inmensa; estos bravos que os rodean, y que os han recibido con tanto entusiasmo, son los vencedores de veinte combates; han sufrido todo género de fatigas y privaciones; han luchado con el hambre y con los elementos; han hecho penosas marchas con el agua hasta la cintura; han dormido meses enteros sobre el fango y bajo la lluvia; han arrostrado la tremenda plaga del cólera, y todo, todo lo han soportado sin murmurar, con soberano valor, con intachable disciplina. Así lo habéis de soportar vosotros. No basta ser valientes: es menester ser humildes, pacientes, subordinados; es menester sufrir y obedecer sin murmurar; es necesario que correspondáis con vuestras virtudes al amor que yo os profeso, y que os hagáis dignos con vuestra conducta de los honores con que os ha recibido este glorioso ejército; de los himnos que os ha entonado esa música, y del general en jefe bajo cuyas órdenes vais a tener la honra de combatir; del bravo O’Donnell, que ha resucitado a España y reverdecido los laureles patrios; y también es menester que os hagáis dignos de llamar camaradas a los soldados del SEGUNDO CUERPO, con quienes viviréis en adelante, pues he alcanzado para vosotros tan señalada honra…

»Y no queda aquí la responsabilidad que pesa sobre vosotros. Pensad en la tierra que os ha equipado y enviado a esta campaña; pensad en que representáis aquí el honor y la gloria de Cataluña; pensad en que sois depositarios de la bandera de vuestro país…, y que todos vuestros paisanos tienen los ojos fijos en vosotros para ver cómo dais cuenta de la misión que os han confiado.

»Uno solo de vosotros que sea cobarde, labrará la desgracia y la mengua de Cataluña. Yo no lo espero. Recordad las glorias de vuestros mayores, de aquellos audaces aventureros que lucharon en oriente con reyes y emperadores; que vencieron en Palestina, en Grecia y en Constantinopla. A vosotros os toca imitar sus hechos y demostrar que los catalanes son en la lid los mismos que fueron siempre.

»Y si así no lo hiciereis; si alguno de vosotros olvidase sus sagrados deberes y diese un día de luto a la tierra en que nacimos, yo os lo juro por el sol que nos está alumbrando, ¡ni uno solo de vosotros volverá vivo a Cataluña!

»Pero si correspondéis a mis esperanzas y a las de todos vuestros paisanos, pronto tendréis la dicha de abrazar otra vez a vuestras familias, con la frente coronada de laureles; y los padres, las madres, las mujeres, los amigos, dirán llenos de orgullo, al estrecharos en sus brazos: Tú eres un bravo catalán

Imposible es que os figuréis ni que yo describa con exactitud la manera que tuvo el conde de Reus de pronunciar esta brillante alocución.

Al principio la interrumpieron vivas y aclamaciones. Al final todo el mundo lloraba (todos llorábamos), mientras que el gran batallador, de pie sobre los estribos árabes, rígido, trémulo, espantoso, parecía transportado a los antiguos tiempos, a los días de los Jaimes y Berengueres, y comunicaba a todos los corazones el entusiasmo patriótico de su alma, el calor de su belicosa sangre y la extrema energía de su temperamento. ¡Cuán fulminante en la amenaza! ¡Qué arrebatador en el elogio! ¡Qué persuasivo en la promesa! ¡Qué sublime al evocar la pasada historia!

¡Llorábamos todos, sí, viejos y jóvenes, generales, jefes y soldados! ¡Todos comprendíamos en tal instante aquel idioma extraño; todos palpitábamos a compás con aquel corazón embravecido; todos ansiábamos ardientemente la llegada del nuevo día, la hora de la refriega, el momento de la embestida y el asalto!

¡Eterno, inolvidable será el día que nos espera! ¡Húndase pronto en occidente el sol de hoy, y luzca sin tardanza la nueva aurora!

A las nueve de la noche.

(…) Diré también de los Voluntarios Catalanes la singular hazaña con que en un solo día han levantado su nombre a la altura del merecimiento de que ya gozaban los más afortunados héroes de toda esta guerra.

Según solicitaron ayer, los nobles hijos del Principado iban de vanguardia, capitaneados por el general Prim; pero en el instante crítico de la carrera y del ataque, cuando ya les faltaban veinte pasos para llegar a la artillada trinchera, viéronse cortados por una zanja pantanosa, que altas hierbas acuáticas disimulaban completamente.

Caen, pues, dentro las primeras filas de Voluntarios Catalanes, y no bien lo notan los moros (que contaban con semejante accidente), pónense de pie sobre sus parapetos, y fusilan sin piedad a nuestros hermanos. ¡Pero estos no retroceden! ¡Sobre los primeros que se han hundido pasan otros, y los muertos y heridos sirven como de puente a sus camaradas!…

¡Vano empeño! ¡Inútil heroísmo! Los moros siguen cazándolos a mansalva, y ya no apuntan sino a aquellos que penosamente logran salvar el pantano y pasar a la otra orilla… ¡Así van cayendo, uno detrás de otro, aquellos bravos!…

Y, a pesar de esto, no desisten… Aunque la zanja está llena de muertos y heridos, han logrado juntarse al otro lado unos cien catalanes… Intentan, pues, avanzar hacia la próxima trinchera; pero los moros, que han crecido en número por aquella parte, los aniquilan con descargas cerradas… ¿Qué partido tomar? Los Voluntarios se paran, como preguntándose si deben morir todos inútilmente en lucha tan desigual y bárbara, o si les será lícito retroceder…

El general Prim, que estaba a retaguardia de los Catalanes, alentándolos para que ninguno dejase de pasar el tremendo foso, ve aquella perplejidad y oscilación de los que ya han saltado a la otra orilla, y corre a ellos, a todo escape de su caballo moro; pónese a su frente, sin cuidarse de las balas, y, con voz mágica, tremenda, irresistible:

¡Adelante, catalanes! -grítales en su lengua-. ¡No hay tiempo que perder!… ¡Acordaos de lo que me habéis prometido!

¡No fue menester más! Los Voluntarios bajan la cabeza y acometen como ciegos toros a la formidable trinchera.

Prim va delante, como el día de los Castillejos… Llega, ve un portillo en el muro, y mete por él su caballo, cayendo como una exhalación en el campo enemigo.

Espantase los moros ante aquella aparición… Algunos retroceden… Uno, más osado, llega blandiendo su gumía a dar muerte a nuestro bizarro general…

Este se convierte en soldado: blande su corvo acero, y derriba a sus pies al insolente moro.

¡Simultáneamente, los Voluntarios se encaramaban como gatos por la muralla de tierra; penetraban por las troneras de los cañones; ensangrentaban bayonetas hasta el cubo; vengaban, en fin, a sus compañeros, asesinados poco antes a mansalva.

¡Brava gente! La tierra que los ha criado puede envanecerse de ellos. La primera vez que han entrado en fuego han perdido la cuarta parte de su fuerza. ¡Su jefe, el comandante Sugrañés, ha muerto como bueno a las veinte horas de desembarcar en África, cumpliendo al general Prim la palabra empeñada de dar su vida por el honor de Cataluña! ¡Honor a él y a sus valientes soldados! ¡Gloria a la tierra de Roger de Flor! ¡Vítores sin cuento a la madre España!”.

Sólo 237 de los 466 catalanes del Cuerpo de Voluntarios regresó a España. En la Barcelona engalanada con banderas españolas y catalanas los festejos duraron varios días. La plaza Tetuán recuerda la gesta de estos catalanes que quisieron entregar su vida por España.
Articulo publicado en:



bastoncillo

Nota del editor:

He creído conveniente publicar este articulo aparecido en en digital catan, "Dolça Catalunya", por el momento difícil político que se vive hoy día en Cataluña, y de alguna manera para ayudar a quitar esa leyenda negra con la que se le ha vestido a Cataluña, una Cataluña que ha sido española ya desde la época ibérica, como demuestran todos los grandes vestigios que hay a lo largo y ancho del país, vestigios que nos muestran que las gentes que habitaban esa región y aún más al norte eran las mismas que se extendían por todo el Mediterráneo Ibérico, no importaba si era en la Layetana, la bastetana o la Turdetana.
La gran pena, es que muchos que propagan el independentismo catalán sean originarios de otras regiones de España y actúan contra su propio país, con odio y resentimiento.
Es por eso que fuera de Cataluña, deben de saber que los catalanes siempre han dado muestras de su Españolidad a lo largo de estos últimos 500 años, y antes su fidelidad a la corona Aragonesa de la que a lo largo de casi otros 500 años formaron parte...



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