Però no ens venen que som un “país oprimit”?
¿Pero no nos venden que somos un "país oprimido"?
El granadino Pedro Antonio de Alarcón estuvo en la guerra de África y recogió en su diario los apuntes de sus aventuras. Lo que vio no cuadra demasiado con el relato que desde la Generalitat nos vende el nacionalismo:
“Son las cinco de la tarde, y vengo de presenciar una escena verdaderamente sublime.
Las compañías de Voluntarios Catalanes que
la noble y patriótica tierra de Roger de Flor envía al ejército de
África, como precioso e inestimable donativo, han desembarcado hace una
hora.
¡Afortunados
aventureros! Más felices que los Tercios Vascongados, a quienes en balde
estamos esperando desde que principio la campaña, llegan a tiempo de
participar de los mayores peligros y más gloriosos laureles de esta
guerra.
Son cerca de quinientos hombres. Visten el clásico traje de su país:
calzón y chaqueta de pana azul, barretina encarnada, botas amarillas,
canana por cinturón, chaleco listado, pañuelo de colores anudado al
cuello, y manta a la bandolera. Sus armas son el fusil y la bayoneta de
reglamento. Sus cantineras, bellísimas. Traen por jefe a un comandante,
todavía joven, llamado D. Victoriano Sugranés. Tres cruces de San
Fernando adornan su pecho, lo cual es felicísimo anuncio de nueva
gloria. Los demás oficiales se han distinguido también en muchas
ocasiones, y alguno de ellos ha militado voluntariamente bajo las
banderas de Pellisier y de Mac-Mahon.
La tropa toda ostenta en su fisonomía aquel aire de dureza, atrevimiento y astucia que distingue a la raza catalana.
Facciones angulosas, cabellos castaños o rubios, recia musculatura y
ágiles movimientos, propios de gente montañesa; he aquí los principales
caracteres de los generosos voluntarios.
El general Prim,
como paisano suyo, ha deseado que ingresen en su cuerpo de ejército, a
lo cual ha accedido el general en jefe, mientras que ellos han pedido por su parte al conde de Reus ir mañana en la vanguardia.
También se les ha otorgado esta merced.
Pero vamos a la sublime escena indicada.
Los catalanes iban
formando, según que saltaban a tierra, al pie de Fuerte Martín. Todos
los hijos del Principado que ya militaban en este ejército habían
acudido a saludarlos. Mil abrazos, mil votos y ternos, mil diálogos en
cerrado catalán seguían a cada encuentro de amigos o conocidos…
Entretanto, la música de no sé qué regimiento del CUERPO mandado por
Prim, llegaba a dar la bienvenida a nuestros nuevos camaradas, y el
dicho general acudía en pos de ella, tan contento y ufano como si fuese al encuentro de sus hijos.
El héroe de los
Castillejos montaba aquel caballo árabe, cogido a un jefe moro, de que
hablé el día pasado. Vestía, como casi siempre, ancho pantalón rojo;
levita azul, sin más adorno que dos grandes placas; kepís de paro (con
la visera levantada, al estilo francés, y con los dos entorchados de
teniente general), y un sable muy corvo, parecido a una cimitarra.
Luego que estuvieron reunidas las cuatro compañías de voluntarios, Prim se colocó en medio de ellas, y en dialecto catalán, en aquel habla enérgica y expresiva que recuerda los romances heroicos de la poesía provenzal, les arengó del siguiente modo:
«Catalanes:
»Acabáis de ingresar en un ejército bravo y aguerrido: en el ejército de África, cuyo renombre llena ya el universo.
»Vuestra fortuna es
grande, pues habéis llegado a tiempo de combatir al lado de estos
valientes. Mañana mismo marcharéis con ellos sobre Tetuán.
»Catalanes: vuestra responsabilidad es inmensa;
estos bravos que os rodean, y que os han recibido con tanto entusiasmo,
son los vencedores de veinte combates; han sufrido todo género de
fatigas y privaciones; han luchado con el hambre y con los elementos;
han hecho penosas marchas con el agua hasta la cintura; han dormido
meses enteros sobre el fango y bajo la lluvia; han arrostrado la
tremenda plaga del cólera, y todo, todo lo han soportado sin murmurar,
con soberano valor, con intachable disciplina. Así lo habéis de
soportar vosotros. No basta ser valientes: es menester ser humildes,
pacientes, subordinados; es menester sufrir y obedecer sin murmurar; es
necesario que correspondáis con vuestras virtudes al amor que yo os
profeso, y que os hagáis dignos con vuestra conducta de los honores con que os ha recibido este glorioso ejército;
de los himnos que os ha entonado esa música, y del general en jefe bajo
cuyas órdenes vais a tener la honra de combatir; del bravo O’Donnell,
que ha resucitado a España y reverdecido los laureles patrios; y también
es menester que os hagáis dignos de llamar camaradas a los soldados del
SEGUNDO CUERPO, con quienes viviréis en adelante, pues he alcanzado
para vosotros tan señalada honra…
»Y no queda aquí la
responsabilidad que pesa sobre vosotros. Pensad en la tierra que os ha
equipado y enviado a esta campaña; pensad en que representáis aquí el honor y la gloria de Cataluña;
pensad en que sois depositarios de la bandera de vuestro país…, y que
todos vuestros paisanos tienen los ojos fijos en vosotros para ver cómo
dais cuenta de la misión que os han confiado.
»Uno solo de
vosotros que sea cobarde, labrará la desgracia y la mengua de Cataluña.
Yo no lo espero. Recordad las glorias de vuestros mayores, de aquellos
audaces aventureros que lucharon en oriente con reyes y emperadores; que
vencieron en Palestina, en Grecia y en Constantinopla. A vosotros os
toca imitar sus hechos y demostrar que los catalanes son en la lid los
mismos que fueron siempre.
»Y si así no lo
hiciereis; si alguno de vosotros olvidase sus sagrados deberes y diese
un día de luto a la tierra en que nacimos, yo os lo juro por el sol que
nos está alumbrando, ¡ni uno solo de vosotros volverá vivo a Cataluña!
»Pero si
correspondéis a mis esperanzas y a las de todos vuestros paisanos,
pronto tendréis la dicha de abrazar otra vez a vuestras familias, con la
frente coronada de laureles; y los padres, las madres, las mujeres, los
amigos, dirán llenos de orgullo, al estrecharos en sus brazos: Tú eres un bravo catalán.»
Imposible es que os
figuréis ni que yo describa con exactitud la manera que tuvo el conde
de Reus de pronunciar esta brillante alocución.
Al principio la
interrumpieron vivas y aclamaciones. Al final todo el mundo lloraba
(todos llorábamos), mientras que el gran batallador, de pie sobre los
estribos árabes, rígido, trémulo, espantoso, parecía transportado a los
antiguos tiempos, a los días de los Jaimes y Berengueres, y comunicaba a
todos los corazones el entusiasmo patriótico de su alma, el calor de su
belicosa sangre y la extrema energía de su temperamento. ¡Cuán
fulminante en la amenaza! ¡Qué arrebatador en el elogio! ¡Qué persuasivo
en la promesa! ¡Qué sublime al evocar la pasada historia!
¡Llorábamos todos,
sí, viejos y jóvenes, generales, jefes y soldados! ¡Todos comprendíamos
en tal instante aquel idioma extraño; todos palpitábamos a compás con
aquel corazón embravecido; todos ansiábamos ardientemente la llegada del
nuevo día, la hora de la refriega, el momento de la embestida y el
asalto!
¡Eterno,
inolvidable será el día que nos espera! ¡Húndase pronto en occidente el
sol de hoy, y luzca sin tardanza la nueva aurora!
A las nueve de la noche.
(…) Diré también de
los Voluntarios Catalanes la singular hazaña con que en un solo día han
levantado su nombre a la altura del merecimiento de que ya gozaban los
más afortunados héroes de toda esta guerra.
Según solicitaron ayer, los nobles hijos del Principado iban de vanguardia, capitaneados por el general Prim;
pero en el instante crítico de la carrera y del ataque, cuando ya les
faltaban veinte pasos para llegar a la artillada trinchera, viéronse
cortados por una zanja pantanosa, que altas hierbas acuáticas
disimulaban completamente.
Caen, pues, dentro
las primeras filas de Voluntarios Catalanes, y no bien lo notan los
moros (que contaban con semejante accidente), pónense de pie sobre sus
parapetos, y fusilan sin piedad a nuestros hermanos. ¡Pero estos no
retroceden! ¡Sobre los primeros que se han hundido pasan otros, y los
muertos y heridos sirven como de puente a sus camaradas!…
¡Vano empeño!
¡Inútil heroísmo! Los moros siguen cazándolos a mansalva, y ya no
apuntan sino a aquellos que penosamente logran salvar el pantano y pasar
a la otra orilla… ¡Así van cayendo, uno detrás de otro, aquellos
bravos!…
Y, a pesar de esto,
no desisten… Aunque la zanja está llena de muertos y heridos, han
logrado juntarse al otro lado unos cien catalanes… Intentan, pues,
avanzar hacia la próxima trinchera; pero los moros, que han crecido en
número por aquella parte, los aniquilan con descargas cerradas… ¿Qué
partido tomar? Los Voluntarios se paran, como preguntándose si deben
morir todos inútilmente en lucha tan desigual y bárbara, o si les será
lícito retroceder…
El general Prim,
que estaba a retaguardia de los Catalanes, alentándolos para que ninguno
dejase de pasar el tremendo foso, ve aquella perplejidad y oscilación
de los que ya han saltado a la otra orilla, y corre a ellos, a todo
escape de su caballo moro; pónese a su frente, sin cuidarse de las
balas, y, con voz mágica, tremenda, irresistible:
–¡Adelante, catalanes! -grítales en su lengua-. ¡No hay tiempo que perder!… ¡Acordaos de lo que me habéis prometido!
¡No fue menester más! Los Voluntarios bajan la cabeza y acometen como ciegos toros a la formidable trinchera.
Prim va delante,
como el día de los Castillejos… Llega, ve un portillo en el muro, y mete
por él su caballo, cayendo como una exhalación en el campo enemigo.
Espantase los
moros ante aquella aparición… Algunos retroceden… Uno, más osado, llega
blandiendo su gumía a dar muerte a nuestro bizarro general…
Este se convierte en soldado: blande su corvo acero, y derriba a sus pies al insolente moro.
¡Simultáneamente,
los Voluntarios se encaramaban como gatos por la muralla de tierra;
penetraban por las troneras de los cañones; ensangrentaban bayonetas
hasta el cubo; vengaban, en fin, a sus compañeros, asesinados poco antes
a mansalva.
¡Brava gente! La tierra que los ha criado puede envanecerse de ellos. La primera vez que han entrado en fuego han perdido la cuarta parte de su fuerza.
¡Su jefe, el comandante Sugrañés, ha muerto como bueno a las veinte
horas de desembarcar en África, cumpliendo al general Prim la palabra
empeñada de dar su vida por el honor de Cataluña! ¡Honor a él y a sus
valientes soldados! ¡Gloria a la tierra de Roger de Flor! ¡Vítores sin
cuento a la madre España!”.
Sólo 237 de los 466 catalanes del Cuerpo
de Voluntarios regresó a España. En la Barcelona engalanada con banderas
españolas y catalanas los festejos duraron varios días. La plaza Tetuán
recuerda la gesta de estos catalanes que quisieron entregar su vida por
España.
Articulo publicado en:
Nota del editor:
He creído conveniente publicar este articulo aparecido en en digital catalán, "Dolça Catalunya", por el momento difícil político que se vive hoy día en Cataluña, y de alguna manera para ayudar a quitar esa leyenda negra con la que se le ha vestido a Cataluña, una Cataluña que ha sido española ya desde la época ibérica, como demuestran todos los grandes vestigios que hay a lo largo y ancho del país, vestigios que nos muestran que las gentes que habitaban esa región y aún más al norte eran las mismas que se extendían por todo el Mediterráneo Ibérico, no importaba si era en la Layetana, la bastetana o la Turdetana.
La gran pena, es que muchos que propagan el independentismo catalán sean originarios de otras regiones de España y actúan contra su propio país, con odio y resentimiento.
Es por eso que fuera de Cataluña, deben de saber que los catalanes siempre han dado muestras de su Españolidad a lo largo de estos últimos 500 años, y antes su fidelidad a la corona Aragonesa de la que a lo largo de casi otros 500 años formaron parte...
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