sábado, 29 de noviembre de 2014

La Bruja Rubiaplatino






El neón del aseo es anaranjado, tal vez por el roñoso polvo decenario, y sólo queda una de las tres lámparas, medio descolgada, sin fundir. 
El grifo de la bañera gotea rítmicamente. Tac. Tac. 
Ve de refilón un tímido reflejo, al mirar hacia atrás. 
Pronto se cerciora de que la escena se repite cada vez que observa por el rabillo del ojo. 
Sería un efecto óptico... 
¿O era ella misma?
Vuelve a la habitación, que huele a sudor rancio. 
Termina el medio cigarrillo y da el penúltimo trago a una cerveza caliente y desbravada. 
En televisión echan un programa llamado La noche de las ánimas. 
La cortinilla sobrevuela las luces de una ciudad digital, entre estertores de videncia inminente. 
La astróloga irrumpe en escena con atrocidad y patético efecto circense. 
Suena el móvil a la telespectadora, cuyo tono es aquel del silbido que todo el mundo conoce. 
La Bruja Rubiaplatino, con afilada intuición, le suelta: 
¡Anda, como el mío! La otra se sorprende; 
ríe con amparo, sintiéndose cómplice. 
Una escena terrible, que hace olvidar casi por completo lo sucedido en el cuarto de baño.


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