domingo, 4 de diciembre de 2011

El Viento de Levante, en Madrid (San Ginés de la Jara)

domingo 4 de diciembre de 2011


En la parroquia de San Ginés de Arlés, en Madrid, luego de atravesar el patio de entrada (nada menos que entrando desde la Calle del Arenal, casi por enfrente de las Descalzas Reales y entre Ópera y Sol), se llega a un porche. En medio de ese porche, bajo techado, el visitante debe pisar un mosaico cuadrado de piedrecillas en el que se ha hecho la figuración de un barco de vela. En el lienzo de la misma figura la inscripción: ECCLESIA (Iglesia, asamblea de hermanos en la misma fe). El barco lleva en su interior un féretro con una cruz. Y por la popa del barco hay un faro al que la embarcación deja atrás, por babor. O sea llegando más o menos a Las Amoladeras o inicios de La Manga de Cartagena. Es el faro de Cabo de Palos. El féretro es el de San Ginés de la Jara, degollado hacia el año 308 d.C.
         Pero con ser eso significativo -el hecho de esta alusión cartagenera en medio de más céntrico Madrid- a mí, me produce más emoción la inscripción en latín que hay alrededor de la imagen del barco con el féretro, la vela y el cabo. Dicha inscripción reza: NAVIS / FLUCTUANTEM / AQUAM / PERITRANSIT. En mi pobre traslación (que no traducción) significa: La nave atravesó (a todo lo largo) el tempestuoso oleaje. Esta fluctuantem aquam, no es otra cosa que el Viento de Levante cabopaleño. Ese viento  es el que deja el mar Mayor de la Manga lleno de borreguitos y el agua turbio-verdosa. Es el viento que hizo naufragar el barco que transportaba los restos de San Ginés de la Jara. O de quien fuera, luego aclararemos. Y es el mismo viento que siglos después (por lo menos un milenio largo y por lo más casi dos milenios), hizo naufragar al Sirio, el paquebote italiano que en el 1906, chocó con los bajíos de las Islas Hormigas. Hay, pues, dos naufragios egregios –seguro que muchos más, con menos significación histórica, pero con igual sentimiento humano- en las inmediaciones de Cabo de Palos.
         En la Huerta de Murcia, dicen que “cuando el viento llega del santo, riada segura”. El “santo” es el Cristo de Monteagudo, que desde la ciudad de Murcia se sitúa hacia el NE. Es el viento que más lluvia trae a la Huerta y el que más tempestad arroja sobre la costa que va desde el Cabo San Antonio hasta nuestro Cabo de Palos. El Noreste, punto cardinal intermedio, une las costas de esta Región con la línea que va desde la misma desembocadura del Ródano hasta Génova, lugar desde el que llegaron el barco de San Ginés y el Sirio respectivamente.
         Y fue luego de darme cuenta de que flutuantem aquam significaba, en realidad, Viento de Levante, cuando me percibí del hecho de que como “suelo de agua” del barco del mosaico, se veían ondas en demasía verticalizadas, las cuales, sin duda, hacen alusión a esas aguas tormentosas, que tantas veces hemos visto desde cabo de Palos a los alicantinos límites .
         El santo al que está dedicado el templo madrileño es el jovencito degollado en Arlés. Una escultura sobre el porche así lo proclama. También el fantasioso y meritorio cuadro de Ricci del Altar Mayor de la parroquia. Aunque el santo que ha hecho fortuna por todo el sur de España es el venerable de blanca barba que inmortalizó La Roldana, impar imaginera del XVII, finales. Éste debió llegar en el siglo IX. Y sucede que son el mismo santo los dos. Hay ahí una dualidad, en la que ninguno es impostor. Es dualidad, que no ambigüedad, a la que la Historia, y sobre todo, la Arqueología, deben contestar todavía. Hay archivos que descubrir y excavaciones por realizar en el mismo enclave de San Gines de la Jara, para aclarar quién fue el visitante del siglo IX, y si hay restos de culto al mártir de Arlés en la falda y llano del Monte Miral, hoy también Cabezo de San Ginés.





 

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