Los más cucos entre los políticos –y son legión– odian hablar o que se les hable del pasado, reniegan de la memoria propia (aunque algunos, paradójicamente, tengan gran fe en ese invento galo de la "memoria histórica"). No quieren recordar lo que dijeron e hicieron hace tan sólo un par de días. Y en este arte de negarse a sí mismo, José Luis Rodríguez Zapatero le saca varios cuerpos al más amnésico de sus colegas.
Sin embargo, la responsabilidad es uno de los conceptos claves que separan la democracia y la tiranía, y la responsabilidad política no se asume sólo ante las urnas, se asume, también, en el día a día, ante la llamada opinión pública. Además, la responsabilidad lo es ante lo dicho y ante lo hecho y sirve para aprender de los errores propios y ajenos e incluso para eso tan sano que los católicos llaman "dolor de corazón y propósito de enmienda". Palabras éstas que a los políticos al uso y a sus asesores de cabecera le suenan como petardos en un concierto de violines.
Promesas incumplidas, leyes de campanario, ocurrencias varias, clientelismo barato (que, por cierto, le sale carísimo al contribuyente), palabras ofensivas contra la inteligencia... Todos esos pecados han de pagarse y no en el más allá. ¿Cómo?
Convendría saberlo porque la única forma que le va quedando al ciudadano es el voto, que suele consistir en elegir lo menos malo. Aun así, los partidos –si tuvieran unas migajas de democracia interna, unos gramos de vergüenza torera–deberían ajustar las cuentas con sus líderes, sobre todo cuando éstos meten la pata con una contumacia sublime.
Pues bien, para empezar a hacer boca, creo que entre los socialistas de esta hora ha llegado el momento de la prudencia o, si se quiere, es preciso renegar de una imprudencia que se ha impuesto entre sus filas desde el año 2000. Esa imprudencia impuesta se llama silencio, la imprudencia impúdica del aplauso y de la reverenda hacia el jefe.
¿Cómo es posible que en los Comités Federales del PSOE, una vez tras otra, los asistentes (todos mayorcitos) se pongan de pie para aplaudir –"sin medida ni clemencia"– al líder y en el debate posterior no se levante jamás ni una sola voz crítica?
¿Cómo es posible que no haya unapersona capaz de hablar claro ni el la Comisión Ejecutiva del PSOE ni en el Comité Federal, ni siquiera el el Grupo Parlamentario?
Nunca es la hora de la crítica in terna, porque "eso sería hacerle e juego a la derecha" y siempre es la hora de "cerrar filas". Y yo me pre gunto: ¿qué significa cerrar filas? Y me contesto: cerrar filas es una forma como otra cualquiera de negarse a ver la realidad. Pero la realidad es terca. Nos lo han recordado, por ejemplo, desde Alemania y la denuncia viene de la pluma de un notable novelista que apenas se prodiga en el foro político. Se trata del valenciano Rafael Chirbes.
En un demoledor alegato publicado en el dominical del diario alemán Fankfurter Allgemeine Zeitung bajo el título "En la mesa con los caníbales", Chirbes sostiene que Zapatero ha construido la ficción de su política progresista a base de recursos y tensiones culturales, con la in tención de ocultar el hecho de una política de derechas. El hundimiento de esa ficción, deja ahora a Zapatero, dice Chirbes, "con el triste semblante de un suicida".
"En pocos minutos, durante la mañana del 12 de mayo, se derrumbe el marco ideológico sobre el que se había sustentado durante seis años la versión española de la socialdemocracia. Un modelo que se creía a salvo de las vicisitudes económicas, gracias a una estrategia mediante la cual los problemas cotidianos de la vida pública eran eliminados y sustituidos por juegos que algunos han definido como culturales", explica Chirbes.
"Conflictos, más o menos intrascendentes, que habían prescrito hacía tiempo, han servido, mediante una dramática puesta en escena, para mantener la ficción de una política progresista.
"Elementos de ese juego de manos, señala el escritor, fueron la recreación de toda una serie de enfrentamientos entre católicos y laicos, antiabortistas y partidarios del aborto, nacionalistas y centralistas, partidarios de la negociación con ETA y partidarios de la mano dura, machos contra feministas y homosexuales y, sobre todo, herederos de las víctimas de la guerra civil contra herederos del régimen franquista. Estos fuegos de artificio sirvieron –añade Chirbes– para ocultar una domesticación capitalista con 4,6 millones de parados, subvenciones para la industria del automóvil y un rescate millonario de los bancos exento de todo control. En ese contexto, los sindicatos españoles no movieron un dedo por quienes perdieron su puesto de trabajo, sus hogares o tuvieron que cerrar sus negocios. Su única lucha visible en los últimos meses ha sido la defensa de un juez que ha estado metido durante veinticinco años en todo tipo de maquinaciones políticas.
No he leído jamás un alegato tan firme contra la política de gestos de la que tanto ha abusado este Gobierno. Gestos que pretenden ocultar la dura realidad con llamadas ideológicas al choque frontal entre los buenos (nosotros) y los carcas (el PP). Un juego que, aparte de mentiroso, encierra serios peligros: los de sacar a pasear a nuestros viejos demonios. Los demonios que atormentaron nuestro siglo XIX, los mismos diablos que acabaron por convertir España en un largo infierno que duró desde 1936 hasta 1975.
Una compañera del PSOE me pasa un argumentario con el que se intenta explicar el haraquiri del 12 de mayo, en donde se lee:
"Los mercados están perfectamente organizados, y un núcleo duro toma las decisiones sobre cuándo lanzar un rumor, o cuándo atacar la economía de un país o una moneda".
Una forma nada original de echar balones fuera. El renacer de la conspiración judeo-masónica.
Acerca de los inventores del nuevo socialismo y su destino, parece llegada la hora de pensar en su relevo, que se vayan tranquilamente a sus casas y dejen a los demás la tarea de recomponer el partido sobre bases ideológicas menos originales, pero más firmes y con gentes de más mérito y fuste que las actuales. Y a ver si los socialistas ponemos esta vez más tino a la hora de elegir un líder pues, decididamente, la elección del año 2000 no fue buena.
por Joaquín Leguina
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