sábado, 6 de marzo de 2010

Monologos de un Franquista

Pues tú dirás lo que quieras, pero desde mediados de los años sesenta para acá, que es de lo que yo puedo dar fe, a la gestión del Franquillo le pongo un notable alto.
Lo que pasa es que algunos juzgan aquellos tiempos con la mentalidad de éstos y dicen por ejemplo que no había libertad sexual porque los homosexuales no estaban bien vistos. Sin embargo estaban mal vistos aquí y en los modernos y avanzados países nórdicos. Vale que por allí se enseñaba teta y culo en las películas cuando por aquí solo nos enseñaban sostenes y bragas, pero el Cine Carretas era muy conocido y los que iban pa allá sabían mu bien a lo que iban.
Supongo que en el Barrio Chino de Barcelona o en otras ciudades pasaba más o menos lo mismo y la autoridad habitualmente solía hacer la vista gorda.
Si, vale, yo admito la multa señor guardia, pero ponga usté ahí bien claritto que el que daba, era yo ¡eh!.
Jua, jua, jua. A mi me encanta que me llamen facha pero me ofende mucho que me llamen fascista o nazi. El racismo que empiezan a padecer nuestros jóvenes, tanto los que dicen que son de izquierdas como los que se creen que son de derechas, a mi no me toca. Yo no tengo de éso. Para mi el negrito es el del África tropical y trae el Colacao, es el José Legrá, el Antonio Machín o el Eusebio. Pero para éstas nuevas generaciones no es más que un puto panchito.
Yo no sé qué idea de la Época de Franco les habrán inculcado a los jóvenes. Vale que el cine fuera en blanco y negro, vale que los que fueran de pueblo (entonces muchos más que ahora) hubieran conocido la ausencia de teléfono, de agua corriente e incluso de luz eléctrica. Pero te lo juro, la vida entonces era en colores igual que ahora, y cada cual hacía más o menos lo que le daba la gana, y el Dalí o el Berlanga pues más.
La pena de muerte, la última pena se aplicaba en Europa tanto o más que en España. Puede que por aquí se aboliera unos cuantos años más tarde, pero no te imagines cosas raras, que ni entonces se fusiló al Lute y éso que tenía sangre de un atraco en las manos, ni ahora se ven menos policías por la calle que entonces.

Mira, entonces todo el mundo era franquista. La familia Alcántara ésa del Cuentamé, cuéntate que fueran el uno por ciento de las familias. Lo normal, lo natural, lo que hacía la inmensa mayoría era ser más o menos simpatizante o agradecido al régimen por los largos años de paz y la incipiente prosperidad que ya llegaba a los últimos pueblitos de España y, por supuesto, hacerle guasas y sacarle chistes (Franco incluído) a los del Movimiento ése cada vez que la cagaban. Que si el chiste era bueno, dicen que hasta el Franco se reía.
No, no es que con Franco se viviera mejor que hoy día, -que se vivía- y el mundo entonces también era en colores aunque el tío Bermejo, el Jefe de los Ropones, nos cuente otras historietas y obvie la alegría de la gente de antaño.
Lo que pasa es que entonces había más educación y se respetaban las canas, las leyes y los uniformes, y los que más los respetaban eran, precisamente, los uniformados. Pero, oiga, que ésto pasaba en Coslada y en Sebastopol y entonces me da por pensar que no sería cosa del régimen político imperante por aquí, sino de la época en general.
Sin embargo hoy día hemos envenenado con la política hasta el agua para regar las macetas y no solo hemos prohibido hasta los trasvases, sino que la mala leche lo invade todo de modo que no puede uno hacerle un chiste a la Maleni, al Pepiño Blanco o a la Rosa Regás, por poner un ejemplo, sin que los de el lado de babor se nos agarren un cabreo moruno del quince.
No sé cómo serían las cosas en el Cámbrico, pero en el Jurásico Superior al listo se le llamaba listo y si aprobaba unas difíciles oposiciones lo mismo iba y conseguía un cargo pintón, pero al cretino se le llamaba imbecil y al yeyé melenudo. Y si el listo la cagaba se le mandaba al motorista sin más miramientos.
Hala STOP no hace falta que vuelva por el ministerio señor ministro STOP, que a usté ya le hemos visto STOP.
De éstas cosas el Federico Jimenez Losantos no nos cuenta ná porque estaba muy entretenido en su lucha antrifranquista, por no decir Mein Kampf.
Pero les puedo asegurar a ustedes que aunque sacaran chistes, los de la plebe del común no solían mirar al régimen imperante con malos ojos. Sobre todo si a las empresas que vinieran a establecerse por aquí se les obligaba a construir viviendas para sus obreros, por poner un ejemplo, o, tras destaparse asuntos como el de Matesa se fueran de un plumazo nueve ministros a la puñetera calle.
Puede que al final la cosa degenerara en un esperpento absurdo, a los que tan aficionados somos por aquí y algún alcahuete de provincias hubiera acabado de Presidente de Gobierno, pero supongo que pasaría porque entonces, cuando el régimen colapsó, nadie se fiaría de naide. Que igual que algunos cambiaron el apellido estandard por un apellido aborigen (a veces inventado), también hubo quien cambió de chaqueta y ¡zas! de buenas a primeras apareció La Pesoe!. 



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