lunes, 23 de noviembre de 2009

Oficio de Escribir

Una ruina emblemática:
 San Antonio, en Mondéjar



Desde la reunificación hispana, luego de los Reyes Católicos, el número de “manos muertas”, eclesiásticos en general, ascendió a niveles suicidas económicamente. Una economía sustentada en un porcentaje ínfimo de población trabajadora que debía mantener a castas nobles, siervos de Dios y ejércitos ingentes, acabó por no tener suficiente con las rentas de Indias, y sucumbió al poco de alcanzar la gloria. Este es el resumen de la Historia de España desde el XV al XVIII. Huella de aquel número de vocaciones al claustro, son los conventos de todas las Órdenes Religiosas que, esparcidos por toda España, aparecen hoy la mayoría en ruinas, bien abandonados, bien reutilizados, ya como hoteles, ya como espacios públicos o privados. La Desamortización de Mendizábal, cumplido el primer tercio del XIX, rescató de manos eclesiásticas una buena cantidad de fincas y conventos, para subastarlos en beneficio del Estado. Una labor loable, si no hubiera mediado la pérdida, en muchos casos irreparable, de Patrimonio de todo tipo, artístico, histórico, etc…
 El Convento Franciscano de San Antonio, en Mondéjar, es un  arquetipo de lo expuesto en el párrafo anterior. Fundado por los descendientes del Marqués de Santillana, los sempiternos Mendoza, feudales de la comarca, a finales del XV, recibió la protección de su benefactor, hasta el punto de ornar las hechuras góticas del trazado, con algunas de las primeras muestras renacentistas españolas, inspiradas en la misma Italia del momento.  Hoy, sus restos, ruinas son, que hablan de la incuria, del penoso destino del Arte cuando no se integra en la vida verdadera.
 Las penurias de los dieciochescos amenes austrias dejaron al convento casi sin almas que lo frecuentaran. Los franceses, como siguiendo un guión de leyenda romántica, a lo Bécquer, lo malahabitaron e injuriaron debidamente, tal cual era su obligación de invasores de supuesto racionalismo. El Empecinado los desalojó, y acuarteló allí mismo, donde los gabachos habían vivaqueando. Incendios, abandonos… Luego de la Desamortización, los nativos, utilizaron su cantería para levantar la Plaza de Toros, cercana en vecindad, y nuevo orgullo de la villa.
 Hoy son dos paredes, verticales y revestidas de Historia y de Arte, que se rodean de los amontonamientos de las piedras que no sirvieron para el espacio taurómaco. Memoria de un tiempo ido, menos descreído que éste, pero menos libre. Su voz, tardomedieval y neorrenacentista, nos llega hoy con un tono de queja silente, que alcanza la conciencia histórica de quienes con respeto lo contemplamos, con cierto regusto de mala conciencia ajena. Vale.

© Santiago Delgado

Murcia 


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