martes, 3 de noviembre de 2009

La gran jugada de Prisa con Rato y Gallardón (y Rajoy de testigo)

@Jesús Cacho - 03/11/2009
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Rodrigo Rato ha vuelto en plena celebración pagana de jalogüín, cuando los muertos se visten de fiesta y salen a la calle a mendigar unos caramelos al grito de “truco o trato”, santo y seña que nadie en la carpetovetónica España entiende, pero que queda bien, como contundente o así. La llegada de Rato a Caja Madrid tiene truco, como el tiempo irá descubriendo, y es producto de un trato espurio en el que participa gente muy importante, porque en esta tierra de pan llevar hay tipos que por cuna merecen no una sino todas las Cajas del mundo, que no es cosa de tener a un Rato Figaredo pelando la pava en tres bancos en los que nadie sabe a qué dedica el tiempo libre.
De modo que ya tenemos a un ex vicepresidente del Gobierno y ex ministro de Economía al frente de Caja Madrid, un nombramiento muy adecuado que viene a enfatizar la tan deseada y pregonada despolitización de las Cajas, objetivo tan cercano como la conquista de Marte por una nave espacial española lanzada desde el puerto de Palos, Huelva. Es verdad que ya tenemos a otro ex vicepresidente en Caixa Catalunya desde hace tiempo, pero el de la caja madrileña parte con ventaja, porque a la condición mentada une la de ex gerente del FMI, ahí es nada, cargo que abandonó a uña de caballo sin dar la menor explicación.
Sigue sin darla. Por eso no es arriesgado pronosticar que quienes andan ya pidiendo razones que justifiquen el desembarco de personaje tan notorio en una entidad tan poco glamurosa como Caja Madrid, se quedarán con las ganas. Razón no les falta. En efecto, si eran muchos los que, con toda la razón, pedían a Esperanza Aguirre explicaciones sobre su empecinamiento a la hora de defender la candidatura de su segundo, Ignacio González, a la presidencia de la Caja, ¿no debería ahora darlas, y con mayor razón, el señor Rato? ¿Cómo explicar el súbito interés de hombre tan principal por ocupar la presidencia de Caja Madrid? ¿Por qué tanto alboroto por un cargo cuya remuneración no alcanza, ni de lejos, la que ahora percibe como resultado de sumar los tres empleos, en otros tantos bancos, de que ahora dispone? ¿Qué quiere hacer Rato con Caja Madrid? ¿Viene usted a servir o a servirse? 
Preguntas sin respuesta, ante la que caben mil especulaciones. Lo cierto es que tan cerca como el pasado mes de agosto ni Mariano Rajoy ni Alberto Ruiz-Gallardón tragaban al personaje, al punto de que hubiera resultado insólito entonces imaginar siquiera el pacto de intereses alcanzado en fecha muy reciente. ¿Cómo ha sido posible conciliar puntos de vista tan opuestos? La respuesta está en el Grupo Prisa. Una poderosa corriente de opinión que surca Madrid estos días sostiene que el pegamento de tan insólito pacto ha sido Juan Luis Cebrián, como brazo ejecutor, y el gran Matías Cortés, miembro del Consejo e íntimo amigo que fue del fundador, como teórico del mismo, en línea con esa privilegiada capacidad de que la madre naturaleza le dotó para maquinar las más brillantes, y aún perversas, operaciones, siempre a caballo entre lo empresarial y lo político.
¡Ah, Matías (“es que la gente no piensa”), el hombre tras las bambalinas de tantos y tantos episodios ocurridos en las últimas décadas sobre suelo patrio! Enfrentado Cebrián a un horizonte de quiebra a plazo fijo del Grupo, y tras salvar el match ball que hubiera supuesto para él la operación con Mediaset (su cabeza en la guillotina de Berlusconi), Matías dio la solución en forma de operación a tres bandas: Rodrigo Rato a la presidencia de Caja Madrid; Ruiz-Gallardón entronizado como referente de la derecha española y en pista de lanzamiento para alcanzar La Moncloa a plazo fijo, y paños calientes con un Rajoy al que, en su papel de mero instrumento, tendremos que apretar sin ahogar hasta el momento en que decidamos decretar su muerte indolora.
Rajoy, durmiendo con su enemigo
El plan pasa por acabar con Esperanza Aguirre, reduciendo a cenizas su stronghold en el PP madrileño. El ya famoso “vómito” de Cobo es, en este contexto, el catalizador necesario para poner en marcha la operación de acoso contra la presidenta madrileña, cuyo fruto inmediato debe ser la entronización de Rato en la presidencia de la Caja. Nada menos que 600 millones de euros –deuda del Grupo Prisa con la entidad- os contemplan. Con Rato en la planta 24 de la torre inclinada de KIO, el futuro aparece de pronto para Prisa como una de esas impresionantes puestas de sol velazqueñas que en estos días de otoño suele deparar la sierra de Madrid. Felicidades, Cebrián. 
Sólo el tiempo dirá si la gran jugada del no menos grande Matías –confieso mi debilidad por el personaje- queda o no en agua de borrajas. Lo que sí parece claro, a expensas del discurso de hoy, es que Mariano Rajoy se ha metido en la cama con dos tipos que le quieren asesinar y que seguramente lo harán antes de que el de Pontevedra insinúe el primer bostezo. ¡Genial la operación, don Mariano! Ruiz Gallardón impugnó el reparto de consejeros a la Asamblea General de la Caja argumentando que la nueva Ley Aguirre perjudicaba los intereses del Ayuntamiento. Ayer mismo, una vez doblado el brazo de la presidenta, el alcalde anunció la retirada del recurso. Magnífico. ¿Es que ahora ya no es malo el tal reparto?   
Todo el mundo sabe que el Faraón madrileño no aspira a otra cosa que no sea convertirse en presidente del Gobierno, y para ello le asiste todo el derecho del mundo, lo mismo que a los demócratas españoles les asiste la posibilidad de no votarlo. En cuanto a Rato, parece evidente que el ex ministro de Economía advierte auténticos brotes verdes en el olmo seco que hasta hace unas semanas era su carrera política. En torno a la hoguera de jalogüín bailan las máscaras de sus viejos amigos de siempre, prestos ya al festín. De nuevo entrevé la posibilidad de dar el salto y vengar la afrenta que un día de septiembre de 2003 le infligiera nuestro sin par franquito.
Apoyos mediáticos no le van a faltar, por la izquierda, por la derecha y por la extrema derecha. Cosas de España. Certificación notarial del estado de corrupción moral, además de la material, en que navega el sistema. En el puerto de Arrebatacapas en que se ha convertido este pais, cada vez importa menos el bien común y el honesto gobierno de la res pública; todo se mueve cada día de forma más descarada y sin tapujos a impulso de los intereses individuales y/o de grupo. No hay nada que hacer, salvo resignarse. Tiempo de difuntos y hora de entregarse a la melancólica contemplación de lo que pudo haber sido y no fue por culpa de casi todos. 

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